Crónica

Mérida olvidó la educación para darle paso a la ordinaria calamidad

Era conocido como un estado de educación, elegancia, trabajo y frío. Hoy la ciudad de Mérida carbura los males que se han extendido y plagado el país. Como un disco rayado, la canción cansina es la misma: pobreza, oscurana, inseguridad y hambre. No hay cabida a la caballerosidad cuando los estómagos crujen

Texto y fotografías: Nora Sánchez | Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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La otrora hermosa ciudad de Mérida, esa que muchos venezolanos pensaron no solo para vacacionar sino también para vivir la edad de la jubilación, —porque ofrecía una alta calidad de vida— comienza a deteriorarse a un ritmo acelerado. No solo los embates del calentamiento global hacen estragos en el clima de la urbe estudiantil —conocida como “la ciudad de las nieves eternas”, en alusión a sus picos nevados—, sino también la inseguridad, el desabastecimiento, los racionamientos de luz y hasta de agua —a pesar de ser un estado productor de este recurso, gracias a sus innumerables afluentes hídricos.

La ciudad amable, agradable a la vista, en la que en uno de los bancos de los parques y plazas se respiraba paz, tranquilidad, sosiego, seguridad, comienza a mostrarse dura e insensible. Ahora sus habitantes solo tienen tiempo para trabajar, producir dinero, buscar comida y llegar a casa antes de que anochezca. Cuando no es la falta de transporte, es la inseguridad que obliga a todos a resguardarse en casa temprano.

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“Ahorita, en este preciso momento, estamos pasando por tres calamidades: no tenemos luz ni agua ni gas”, refiere Carmen Molina, ama de casa de 59 años de edad, jubilada del Ministerio del Ambiente. Resignada a ese estilo de vida, en lugar de preocuparse ante lo reiterado que se ha hecho la falta de servicios básicos asegura que “nos ocupamos de buscar cómo resolver”. Eso se traduce en un “gracias a Dios tenemos la casa materna y cuando nos falta algo aquí, entonces corremos para donde mi mamá”, dice mientras deja salir un suspiro que denota el agradecimiento.

Sin embargo, Molina resalta que no siempre acude donde su mamá, porque cuando allá no hay luz, o agua, o gas, no tiene otra opción que quedarse en su casa y sacar la cocinilla eléctrica “para preparar algo ligero, rápido, antes de que se vaya la luz y así podamos al menos comer”.

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Los cortes de luz son constantes en el estado Mérida. La entidad se encuentra en la cola del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) y desde hace más de ocho años ha padecido de cortes imprevistos y racionamientos, oficiales o no, que han sometido a sus habitantes a hacerse de plantas eléctricas, reducir jornadas laborales e incluso semiparalizar sus actividades cotidianas.

El profesor de la cátedra de Máquinas Eléctricas de la facultad de Ingeniería de la Universidad de Los Andes (ULA), Pedro Mora, señala que el estado consume alrededor de 1.200 megawatios de energía eléctrica en medio de una reducción del consumo por el Plan de Administración de Carga (PAC), implementado por el gobierno desde hace poco más de un mes.

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Los cortes de luz han desmejorado la producción de Jazmín Dávila, una artesana que se dedica entre semana a comprar materiales para elaborar o pintar piezas, mientras que los fines de semana las vende en el mercado popular “Soto Rosa”. Confiesa que tanto por el alto costo de los materiales como por la falta de luz, le resulta difícil seguir con su negocio. Expresa con lamento que los días que le corresponde el corte de luz en horas de la noche, “no puedo trabajar, se pierde la producción”. Pero durante el día la vida no es color de rosa. Como muchos comercios trabajan cuando no hay luz porque tienen planta, hay otros que bajan su santamaría “y no compro las cosas que necesito porque hay comercios cerrados”. Para Jazmín, “es un estrés vivir así todos los días”.

La mujer confiesa que trata de sobrellevar la crisis no pensando mucho en ella y sus consecuencias porque “me dan dolores de cabeza y si una se enferma, primero se muere antes de conseguir el medicamento”, enumeró entre su larga lista de padecimientos diarios.

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Del dicho al hecho

La falta de luz sigue siendo el dolor de cabeza de los habitantes de los andes venezolanos. “A pesar de que el gobierno nacional construyó en la ciudad de El Vigía —municipio Alberto Adriani— la planta térmica Don Luis Zambrano, diseñada para aportar aproximadamente 470 megawatios, su aporte si acaso alcanza entre un 30 y 40% de su capacidad”, según el catedrático Pedro Mora.

Otras plantas térmicas fueron instaladas en el año 2010 para paliar la crisis eléctrica en Mérida. La planta termoeléctrica Yuban Ortega, por ejemplo, inaugurada por el expresidente Hugo Chávez en la población de Ejido —municipio Campo Elías— en un programa “Aló Presidente”. Entonces, el mandatario explicó que la planta contaba con 31 motores de diesel que generarían 11 megavatios para el estado, que para la fecha tenía una demanda de cerca de 200 megawatios. “Mérida será autosuficiente y tendrá su capacidad de energía eléctrica instalada”, afirmó. “Seis años después, la realidad es que la planta no produce ni el 20% y está casi desarmada”, a decir del profesor Pedro Mora.

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Con ese panorama gris, oscurana, los habitantes siguen padeciendo de umbría. Los racionamientos comenzaron por ser de cuatro horas diarias y fueron reducidos a tres en diferentes bloques, gracias a que el nivel del Guri ha ido en ascenso. José Luis Quintero, conductor de un camión de carga pesada, aseguró que el plan de racionamiento no ayuda en nada. “Para lo único que ha servido es para que los artefactos eléctricos se sigan quemando y nadie responda por los bienes de las personas. Todo lo que quiere resolver el gobierno no lo puede resolver porque se convierte en un caos, ni con racionamientos puede mejorar el tema de la luz”, dijo al tiempo que señaló que la solución a la crisis del país es el referéndum revocatorio.

Las colas enferman

La posición geográfica del estado Mérida pasa factura a sus habitantes en estos tiempos de crisis. El desabastecimiento se agudiza dada la lejanía que tiene con el centro del país. Cuando comenzaron a escasear los productos regulados, se agrupaban entre 20 y 70 personas en un establecimiento para comprar lo que llegaba de jabón en polvo, leche, jabón de baño, entre otros insumos.

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Las colas no eran de horas sino por días. Muchos amanecían frente a una tienda para poder adquirir lo básico para vivir. Ahora, no hay quien no haya ido a una cola para tratar de conseguir alimentos y productos a precio regulado, sobre todo porque comprarlo con sobre precio merma considerablemente los maltrechos ingresos de los merideños. Miriam Salazar, auxiliar de odontología, se queja porque no consigue comida fácilmente. “Me calé una cola ayer para comprar harina de maíz, pero hoy me quedé impactada al ver la cola en el mismo supermercado para llevar solo dos paquetes. Hacer esas colas enferma”, dice.

Rabia y humillación es lo que siente Carmen Molina cuando llega el día miércoles, el correspondiente de compra de acuerdo a su número de cédula. “Tengo que salir de madrugada a hacer cola arriesgando mi integridad física y aunque me vaya muy temprano, a veces solo logro comprar un kilo de arroz y otro de harina de maíz”, afirma con frustración. “Yo no puedo comprarle a bachaqueros”, remata.

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Durante los primeros cinco meses de año los merideños coinciden en que ha sido arduo conseguir regularmente los alimentos. José Luis Quintero asegura: “Cada día que pasa será más difícil, en el sentido de que comida ya no se consigue, ni regulada ni bachaqueada”. Con preocupación, señala que en Mérida lo esencial no se consigue y que a medida que pasan los días, “se va a sentir aún más la escasez de comida”.

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Por su parte, para Carmen Molina las colas de Mérida muestran a los ciudadanos como menesterosos o limosneros en la calle. “Yo no quiero mi país convertido en uno de indigentes. De verdad que no y eso es lo que se está viendo en las colas”, manifiesta la ama de casa quien dice que ya no se deprime pero si siente rabia “de ver cómo hemos permitido esto, cuando en manos de nosotros está solucionar esta crisis”.

El cansancio de los merideños, por la pésima calidad de vida que acarrean, comienza a verse en las acciones de ciudadanos. Se han atrevido a salir a las avenidas cercanas a exigir su derecho a comprar —a pesar de tener muy de cerca a funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Molina cree, con un dejo de nostalgia, que Mérida ya no es la ciudad tranquila de personas educadas. “Daba gusto salir a la calle”. Para ella, la también llamada “ciudad de los caballeros” se convirtió en una tan ruda como las del centro del país. La crudeza, el batallar y la crisis han hecho que todos procuren ser los primeros, sin importarle el prójimo.

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