Sucesos

Discapacitado por balas, pero jamás vencido

Según estimaciones de Fundaprocura, por cada persona asesinada a tiros, tres resultan lesionadas y a una se le diagnostica algún problema motor. De ceñirnos a estas cuentas, en 2016, más de 30 mil personas aprendieron otra vez a manejarse en un país que no cuenta con el mobiliario urbano adecuado para los discapacitados

Fotografías: Dagne Cobo Buschbeck
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La silla de ruedas es parte de su cotidianidad. Es una extensión de su cuerpo que ya maneja desde la subconsciencia. Gira, frena, acelera, se columpia, se acomoda en las escaleras mecánicas, se hace a un lado, ingresa al vagón del metro y hasta se soporta en ella para entrar a un carro. La cuida, la quiere, la acepta… le gradece. Pero no siempre fue así. Antes de lograr ese equilibro, Juan Carlos Marrón transitó un sendero escarpado por dudas, miedos, incertidumbres, depresiones, rechazos y soledades. Para él no hubo adolescencia regular. Las risas y las travesuras fueron sustiuidas por dolores, operaciones, parálisis. También ganas de morir. Tenía 14 años cuando una bala lo discapacitó.
Eran las 3:05 de la tarde del 11 de abril del 2002. Mientras dos toldas políticas se enfrentaban en el corazón de Caracas; en Los Rosales, cerca del terminal de autobuses La Bandera, Juan Carlos y otros vecinos jugaban en la calle. Mientras ellos se lanzaban una pelota y corrían, unos jóvenes permancían apoyados sobre unas motos conversando con sigilo. Sin que a nadie le pareciera sospechoso, pasó un carro que disminuyó la velocidad mientras el copiloto se arreglaba por la ventanilla para dispararle a los que sin darse cuenta conversaban con reserva. Los tiros fueron muchos, los gritos se sumaron a la confusión y al miedo. La sangre comenzó a dibujar sinsentidos sobre el asfalto. Una niña de ocho años y Juan Carlos cayeron en aquel ataque. La pequeña falleció.
“A mí me llevaron al Clínico Universitario. Estaba muy grave. La bala, que me alcanzó, entró por el costado derecho y causó daño en estómago, riñones, pulmón y se alojó en la médula. Durante los 15 días que estuve hospitalizado tuve dos paros respiratorios. Realmente me salvé de milagro”, relata sorprendido a pesar de rememorar algo que ocurrió hace casi 15 años.
Al salir de alta comenzó otro calvario: reaprender a vivir. No solo tuvo que lidiar con la idea de no poder caminar más, sino que también debía establecer cómo lograría salir de su casa sin ayuda. Vive en una loma cuyo camino se completa suebiendo o bajando unos 100 escalones. Todo fue muy confuso al principio, tanto que la depresión no lo dejó avanzar. Fueron dos años de encierro, de rabia, de tristezas, de preguntas sin repuestas. Hasta que un día descubrió que sí podía y comenzó con terapias. La solidaridad de sus vecinos ha sido esecial en estos años. Gracias a ellos sale y entra de su casa. Durante estos tres lustros se las ha ingeniado para salir adelante. Ha alquilado teléfonos, ha practicado natación en el Instituto Nacional del Deporte (IND), ha hecho cursos cortos… pero ha sido difícil. “La ciudad no es apta para nosotros. Ni siquiera donde vivo es un sitio amigable. Yo no he recibido ayuda económica de nadie y tampoco la quiero. Solo quiero una oportunidad para lograr una mejor calidad de vida. La posibilidad de adquirir una vivienda en un sitio que para mí sea más accesible. Quiero trabajar para pagarla, no quiero que me la regalen. Hoy estoy haciendo un taller de luthería en Fundaprocura, donde además hago terapias… pero no es fácil”, advierte con esperanza este joven de 28 años.
Juan-Carlos-Marron
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En cifras
La Fundación Venezolana en Pro Cura de la Parálisis —Fundaprocura— estima que por cada homicidio ocurrido en Venezuela, tres personas sobreviven lesionadas y la mitad queda con una discapacidad motora. De ser así esta proyección, durante 2016, unos 36.484 venezolanos adquirieron una discapacidad por culpa de armas de fuego. La cifra se calculó tomando el número de homicidios ocurrido en el país que registró el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) durante el año pasado y que fue revelado a Clímax de forma extraoficial. De acuerdo a esa estadística, en el país se sumaron 24.323 asesinatos. Incluye las resistencias a la autoridad y excluye la averiguación muerte. El mismo documento refiere además que en el Área Metropolitana de Caracas —entendiendo el territorio que suma los municipios Sucre, Libertador, El Hatillo, Baruta y Chacao— se perpetraron 4.305 homicidios, eso entonces dejó una proyección de 6.457 personas discapacitadas.
Actualmente, Fundaprocura tiene 8.413 agremiados que ostentan una discapacidad motora y la mayoría fue adquirida tras ser heridos de bala. A todos los ayudan con terapias y con cursos para que aprendan un oficio y así logren ganarse la vida. Juan Carlos Marrón es uno de ellos.
Hacia el futuro
A Wilman Lucarelly también lo obligaron a dejar de caminar. Una bala que le disparó un joven de 17 años en medio de un robo le causó una lesión medular que lo mantiene en una silla de ruedas. Él también sabe de confusión, miedo e incertidumbre, sobre todo porque se dedicaba al deporte. Cuando le dispararon, él acaba de llegar con una medalla de bronce al cuello que se había ganado en unas olimpiadas Master en Italia corriendo los 100 metros planos. Antes de eso, había competido en el campeonato mundial de Brasil y se había traido una medalla de plata luego de que su equipo llegara en segundo lugar en el relevo 4 corredores por 100 metros planos.
“Esto me pasó el 21 de julio de 2014. Estaba con mi novia, pero a ella, menos mal, no le pasó nada. Mis amigos se enteraron por la redes sociales y todos fueron a parar al hospital a darme apoyo. Ellos fueron los que me dieron ese primer empujón para no echarme a morir. Ellos me decían que yo era atleta y que podía salir de eso. No fue fácil, pero me motivaron a volver al deporte. Y aquí estoy, tengo la Fundación de Lesionados Medulares de Venezuela que hoy cuenta con 120 chicos en Caracas en actividad. Y operamos en colaboración con el Grupo de Atletas Felicidad Club”, cuenta con orgullo Lucarelly.
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Los miembros de la fundación que lleva adelante Lucarelly suelen reunirse en el Centro Nacional de Rehabilitación Dr. Alejandro Rhode del Hospital Miguel Pérez Carreño, y en la cancha multiuso practican distintos deportes que han adaptado sus discapacidades. “Ya tenemos ocho clubes de deportes adaptados. Aquí la consigna es reaprender a vivir. Sí, nos obligaron a adquirir una discapacidad, pero estamos vivos. Por eso yo invito a todos los que están por una situación similar a que se acerquen al Centro Nacional de Rehabilitación Dr. Alejandro Rhode. Allí estamos los miércoles en las tardes y los jueves en la mañana. Vamos juntos a construir un nuevo país donde nos acepten y nos integren”, cocluye.
Wilman-Lucarelly
Otra vez de pie
Edgar Garzaro es amigo de Wilman. Ambos habían compartido canchas de futbol y goles antes de que las balas de la discapacidad causaran estragos. Años después se reencontraron en una senda infranqueable. Sin marcha. Ambos no pueden caminar. A Edgar le pasó primero. Fue una noche de 2007 cuando un grupo de policías intentó detener a los delincuentes que lo mantenían secuestrado a él y a una amiga. Los agentes dispraron contra el carro que los antisociales manejaban, pero respondieron. Edgar protegió a su compañera y una bala entró por su espalda. Resultado: una paraplegia flácida.
Para ese momento, la mamá de Edgar acababa de ser diagnosticada con Alhzeimer. Él y su hermano debían ocuparse de ella. “Fue duro. Yo no entendía bien qué pasaba. Cuando caí en cuenta de que estaba paralítico me daba pena que me vieran en silla de ruedas. Imagínate, yo era deportista. Jugaba futbol, beisbol. Estaba estudiando Ingeniería en la universidad y trabajaba. Tenía mi novia. De pronto todo había dado un giro de 180 grados: ya no podía caminar, tenía que estar en una silla de ruedas, tuve que suspender la carrera y dejar mi trabajo… Mi novia me dejó. Tenía que usar pañales y sonda. Fue todo muy rápido y muy duro. Pero no podía echarme a morir, tenía que estar para mi mamá. Ella fue mi motivación. Así que me fajé con terapias y me reinventé. Y así, con mi discapacidad, estuve con mi mamá siempre. Hasta aprendí a bañarla. Constituí mi empresita para vender repuesto de celulares en línea y así poder trabajar desde casa y luego unos amigos me dieron trabajo en una tienda también de celulares donde ofrezco mis servicios para repararlos. Es muy difícil ser discapacitado en una ciudad como Caracas. El transporte público no está adaptado para nosotros, las calles tampoco. Ha habido alguno que otro destello, pero nada que pueda aliviar el calvario”, dice.
Edgar-Garzaro
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Pasó el tiempo y Edgar estuvo para su madre hasta que ella falleció. Hoy su motor es él mismo y sus ganas de superarse. Se reinscribió en la universidad para titularse como Ingeniero de Sistemas. Sigue con su empresa y en la tienda de sus amigos. De vez en cuando se suma a Fundación de Wilman y retoma el deporte. De cuando en cuando la desesperanza y la incertidumbre vuelven, pero su fuerza es todavía más grande y regresa a sus terapias. Hoy ha recobrado la sensibilidad en las piernas, posibilidad remotísima cuando lo diagnosticaron, y ya logra mantenerse en pie con algunos aparatos y sostenido en unas barras. Procura algunos pasos. Para Edgar, y para muchos discapacitados por la criminalidad venezolana, volver a caminar se vuelve algo tangible. Las balas de la discapacidad no parecen ganar la batalla.]]>

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