Economía

Cuando la mesa de diálogo no tiene ni platos ni comida

La esperanza de que un acercamiento entre el gobierno y la oposición llegue a soluciones concretas para los millones de venezolanos que sufren la peor tragedia económica de nuestra historia reciente se diluye entre la retórica de unas reuniones con patas cortas.

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RONALDO SCHEMIDT | AFP

Durante muchos años algunas personas creyeron que el tema de la Economía es solo de interés de gente con dinero. Economistas y funcionarios del gobierno hablaban un lenguaje complicado y rebuscado, como el de los abogados y jueces. Periodistas de la fuente repetían frases hechas y conceptos que solo entendían sus colegas y a veces ni la propia fuente.

La gente común quedaba por fuera “como un burro amarrado a la puerta de un baile”. Pero justamente es esa gente común, asalariada o trabajadora por cuenta propia, la más afectada por las decisiones que se tomen y se dejan de tomar en política económica y en general desde las fuentes mismas del poder.

Hoy en Venezuela la política es el principal determinante de la situación económica, a cualquier escala, desde el estancamiento de la economía, hasta el bolsillo perforado de cualquier peón de fábrica. Pero de esto poco se habla.

A la hora de escribir estas líneas no había anuncios sobre “cómo se come esto” de la fulana mesa de diálogo, de qué forma las negociaciones entre dos partes totalmente desencontradas pueden conducir a que mejore la situación para millones de venezolanos empujados en masa por debajo de la línea de la pobreza y forzados a escapar al exterior aunque sea en calidad de trabajadores no autorizados en cualquier otro país, donde la hora y el día de trabajo peor pagada mal o bien alcanzan para mantenerse modestamente y hasta para ahorrar un poco. Como era aquí en Venezuela antes, cuando familias enteras llegaron huyendo de la post guerra europea, de las tenebrosas dictaduras del resto de América del Sur o de las guerrillas y el narcotráfico en la vecina Colombia para ayudar a construir este país hoy arrasado por milagros adversos.

Hoy por aquí quien tiene suerte de tener un buen trabajo, labora largas horas solo para comer y pagar algunas cuentas. Lo peor es que al menos en el corto plazo no hay evidencias de que este cuadro vaya a cambiar significativamente porque desde el gobierno ni siquiera se admite la existencia de tal crisis, y la grave situación es despachada con el simplista concepto de “la guerra económica”, en la que según todas las encuestas ya casi nadie cree, ni los mismos chavistas.

– Sin sillas ni platos –

En esta Mesa de Diálogo que se lleva a cabo en el hotel Meliá Caracas, al menos ha asomado la petición de que se abra un “canal humanitario” para que sea permitido el ingreso de algunas toneladas de medicinas que esperan en puertos y aeropuertos para llegar a aliviar el ansia de familias enteras que ven cómo los pacientes se complican o mueren no tanto por las enfermedades sino por falta de remedios.

El gobierno se ha negado a permitir ese ingreso de ayuda porque lo considera una raya: sería admitir el fracaso de su política sanitaria, de su sistema económico, del propio chavismo, pues. Pero ¿qué es una vuelta más para un ventilador? La gente común ya sabe todos los días que no hay medicinas esenciales, tratamientos, equipos médicos, quirófanos ni médicos que operen.

Parece que van a permitir la llegada de esta ayuda cambiándole el nombre, pero lo más seguro es que quien sabe.

A los políticos de ningún bando les gusta llamar las cosas por su nombre. Se pierden dorando la píldora, usando eufemismos, guabineando en los laberintos de las palabras.

Por eso ni en esas mesas de diálogo, mucho menos en el salsero discurso oficial, se habla con todas sus letras de la tragedia económica que sufre el venezolano de a pie, el que sueña con un futuro mejor, el estudiante que madruga para llegar a su universidad, el trabajador que se parte el espinazo batiendo mezcla o limpiando pisos para después cobrar solo lo que alcanza para comprar el equivalente a un kilo de arroz, uno de pasta, uno de caraota y un litro de leche y si acaso un pollo en la semana.

Tampoco se habla en la agenda oficial del drama de profesores y maestros que pasaron años dando clases y formando generaciones con los mejores valores inculcados desde sus hogares y carreras, para descubrir que su salario mensual no llega ni a 100 dólares.

Llevar a un niño a probar una barquilla en una heladería -una muestra de afecto de los más natural en cualquier país- arranca el salario de cuatro días con cesta ticket y todo de cualquier secretaria bien calificada.

De esto no habla nadie con todas sus letras, muchos menos desde las alturas del poder al que tanto se aferran el señor Nicolás Maduro y sus cercanos colaboradores militares y civiles.

Tampoco lo hacen los dirigentes de la oposición, cuya prioridad ahora es la liberación de presos políticos. Eso está bien, y es justo y necesario, pero la libertad de estas personas no hará que se acaben las colas por el pan, ni que el salario alcance, ni que se acaben los secuestros y asesinatos diarios.

El dolor que sufren familiares y amigos por sus presos injustamente también equivale a la angustia que sufre quien no sabe cómo va a alimentar a sus hijos en la próxima cena; ni si va a poder pagar una hallaca o un juguete para sus hijos en estas navidades, por muy adelantadas que sean; no sabe si va a encontrar y poder pagar un cuarto dónde mudarse, o ni siquiera si la empresa donde trabaja va a mantener sus puertas abiertas en un 2017, que pinta por cierto peor que este 2016 que se desvanece en un lodazal sin avances.

Como dicen en el llano, “una cosa piensa el burro y otra quien lo arrea”. Los hacedores de política tienen problemas para comunicar sus cosas, sus estrategias y sus propósitos. Lo curioso es que esa falla la hemos escuchado de ambos lados de la contienda política organizada.

– Cobrar sin jugar chapitas –

Mientras, la gente común no siente que le resuelven sus problemas que no dependen de ellos mismos, como la inflación galopante, la profunda recesión de una economía que no crece sino que va en retroceso por una bajada, la violencia criminal que tiene un fuerte impacto en el comercio, en el ahorro familiar, en el funcionamiento de las empresas donde se roban hasta el aceite para revenderlo en el mercado negro.

En fin, nadie habla por ejemplo que según expertos como los reunidos esta semana en un foro en Cedice, “la diferencia entre poder adquisitivo y salario es la más dramática en la historia de Venezuela”.

Esto significa que lo que usted gana ya sea en nómina por su cuenta, nunca antes había valido tan poco ni tenía tan baja capacidad para pagar las cuentas.
Humberto García Larralde, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y profesor de la Universidad Central de Venezuela, llevó a cabo una investigación para demostrar la relación entre el salario decadente y el gasto público mal manejado en el llamado socialismo del siglo XXI, en medio de la inflación galopante y la caída de la productividad laboral.

Oscar Meza, del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas – FVM), argumentó que el hambre innegable que sufren familias enteras en este país lleno de recursos enterrados se deben al alza constante de los precios, a la escasez, junto con salarios que se parecen a chapitas (18 salarios mínimos se requieren solo para para lo que cuesta comprar la canasta alimentaria para una familia de cinco miembros”.

O sea, que mientras solo un muy bajo porcentaje de los asalariados que ganen casi 500.000 bolívares por mes puede comer como lo hacían antes. Es una pena que esos temas tan cruciales no salgan de las paredes de un foro ni de algunas cuentas en redes sociales.

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