Economía

En Maicao también extrañan los productos venezolanos

La ciudad colombiana fronteriza al estado Zulia dejó de ser la vitrina de productos venezolanos del contrabando. Pero en cada una de sus esquinas el olor al combustible de Pdvsa se siente y a precios astronómicos para el bolsillo de quienes dependen de bolívares. Maicao ya no es como lo era hace un año. En sus aceras ya no abundan las pacas de arroz Mary, los paquetes grandes de papel tualé Sutil ni las gaveras de Cerveza Polar. La harina de maíz no es venezolana y las medicinas de los laboratorios criollos son escasas.

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FOTO Y VIDEOS: DAGNE COBO BUSCHBECK

La «guerra económica» de Nicolás Maduro parece haber sido efectiva al noreste de Colombia. No por políticas eficaces sino por la escasez de comida en Venezuela y el cierre fronterizo, comentan sus habitantes. El avance de la crisis económica en Venezuela impactó en las calles 12 y 13 de la ciudad. Ambas se habían convertido en un auténtico mercado a cielo abierto de toda clase de productos que llegaban a Colombia por la vía del contrabando.

En Maicao creen que la sostenida caída del poder adquisitivo, las trabas para cruzar la frontera y la abismal diferencia del bolívar con el peso, cambiaron las reglas de juego entre los vendedores informales. Productos como Toddy, jabones de tocador y en polvo, leche en polvo, azúcar, harina de trigo, aceite de maíz, cremas para la piel y fórmulas para bebé perdieron su protagonismo ante la ropa y los ahora muy solicitados bolsos tejidos de colores, elaborados por los wayúu colombianos que pueden venderse entre 200 y 400 euros en Europa. «Aquí todo cambió por culpa de Maduro», explica el encargado de una casa de cambio de bolívares por peso, de las que abundan en las calles de la ciudad. «El poco producto venezolano que se ve es porque se lo trajeron a Colombia el año pasado», añade. «Es una lástima porque el arroz era bueno y estaba barato», comentó Aura, una ama de casa colombiana. Vendedores informales y pequeños comerciantes consultados por El Estímulo aseguraron que la crisis en Venezuela restó atractivo de los productos venezolanos. Los más afectados son aquellos que cruzan la frontera con bolívares. Por ejemplo, un paquete de tres jabones de la marca Palmolive que se vende en una bodega costaba 3.000 bolívares, a pesar que su precio marcaba Bs 25 en el empaque. El precio de un producto similar elaborado en Colombia cuesta 3.200 bolívares. Todo un caso de estudio para los economistas.

Si tiene pensado cruzar a Maicao desde Venezuela para hacer un mercado, entonces tenga en cuenta que debe gastar una buena cantidad de dinero. Los productos son colombianos: un kilo de Harina PAN mezclado con harina de maíz Bs. 1.300; un litro de aceite Bs. 1.200, un kilo de arroz Bs. 1.300; un paquete con cuatro rollos de papel tualé Bs. 1600. Si quiere invertir en cauchos, tenga en cuenta que dependiendo del rin, ese producto oscila entre 35.000 y 62.000 bolívares.  La medicinas están mucho más caras que en el país: un medicamento para la tiroides cuesta Bs. 1.500 y una crema de niño para tratar casos de escabiosis se ubica en Bs. 2.500.

Los precios son muy parecidos a los que se registran en el Mercado Los Filúos, el más grande ubicado en la Guajira venezolana.

La gasolina enciende el negocio del contrabando Pero Venezuela se recuerda con olor a gasolina en Maicao. En las esquinas de esta ciudad se observan estaciones de gasolina informales, que venden el combustible traído de contrabando en bidones de diferentes tamaños. Centenares de camiones, carros y motos repletos de bidones con combustible llegan a diario desde la Guajira venezolana y a toda hora a través de una maraña de trochas -195 según estimaciones colombianas-, que todavía burlan el cierre fronterizo. Alcaldes de los municipios fronterizos colombianos aseguran que desde Venezuela arriban hasta 150 camiones diarios cargados de combustible.

El negocio del contrabando de gasolina es tan rentable que es más lucrativo que el de la coca, aseguran todos los consultados en ambos lados de la frontera. Unos 5 litros de gasolina de 91 octanos comprados en una estación de gasolina en Venezuela, cuesta 5 bolívares. En Maicao, esa cantidad se revende en 2.100 bolívares. Las mafias controlan el negocio y las autoridades de ambos países se hacen la vista gorda, a pesar de los controles y el cierre del paso de vehículos en la frontera. El contrabando es muy común y se practica sin discreción en la tierra de los wayúu. El cierre revirtió el negocio  Desde el cierre total de la frontera con Colombia, decretado el 8 de septiembre de 2015 en el estado Zulia, los costos de la comida en la Guajira se dispararon, los abusos militares se prolongaron y los cobros para pasar a Colombia por los caminos verdes se multiplicaron, denunciaron activistas de derechos humanos.

La escasez reinante en el país revirtió el negocio del contrabando de alimentos desde Venezuela. Ahora se hace desde Colombia. Un decreto firmado en marzo pasado por el gobernador del Zulia, Francisco Arias Cárdenas, permite la compra de comida y alimentos en Colombia como fórmula «para combatir el bachaqueo» en la entidad.

Activada en un principio para aliviar la distribución de alimentos en la Guajira, esa medida pasó a ser una ilusión. «Los camiones pasan, llegan a Maracaibo y luego se van a otros lugares desconocidos. El hambre se queda aquí», denuncia José David González, dirigente de la Comisión de Derechos Humanos de la Guajira.

Pero el contrabando desde Venezuela a Colombia sigue latente. El Estímulo constató cómo cientos de camiones y carros repletos de productos como aceite de maíz, legumbres y cemento aguardaban al caer la tarde en medio de la Troncal del Caribe, que cruza poblados y caseríos para pasar la frontera, a pesar del bloqueo ordenado desde Caracas como medida para frenar la violencia, el contrabando y el desabastecimiento.

¿Cómo se burla el paso fronterizo en carro? Las trochas son la mayor carta que utilizan las mafias y los indígenas para saltar los controles en esta frontera porosa. Destartalados carros conocidos como «chatarreros», motos, camionetas y camiones cruzan a toda hora esos caminos. El peligro se siente entre las dunas y los arenales. Son innumerables las denuncias de robos y maltratos a quienes transitan esos lugares, según testimonios.

Maicao es el principal destino de quienes pasan la frontera por trocha. Queda a 20 minutos en carro del puesto militar de Paraguachón.

Las mafias de la gasolina en el Zulia también utilizan esa ciudad como centro para dejar el combustible. En su viaje a Colombia, dos reporteros de El Estímulo constataron cómo el paso por esos caminos se ha convertido en un negocio redondo para mafias, indígenas y autoridades corruptas de ambos países.

Para llegar por carretera a Maicao, en el departamento colombiano de Riohacha, el viaje en carro toma hasta 25 minutos y cuesta en promedio entre 4.000 y 12.000 bolívares por pasajero. Pero en trocha se extiende hasta hora y media, debido al sinuoso camino arenoso y los «mecates» o alcabalas en las que los indígenas cobran para permitir el paso de los vehículos en sus territorios.

Entre Paraguachón y La Raya se contabilizan al menos 40 «mecates», cuya tarifa depende del humor de los niños, mujeres, jóvenes o ancianos que participan en ese lucrativo comercio. Muchos cubren sus cabezas con camisas para protegerse del sol y el polvo. La presencia de esos «peajes» parten de un principio de los wayúu: si vas a pasar sin permiso por un terreno de mi propiedad, entonces tienes que pagar.

Y esos pagos, que son realizados por el conductor de la unidad, oscilan entre 200 y 400 bolívares en el lado venezolano. En el colombiano, se cobra una tarifa plana: 100 bolívares. No es común ver un pago en pesos.

Los «mecates» se multiplican a medida que el carro se acerca la frontera con Colombia. Son tantos que, en algunos tramos, no se respeta la medida del carro. Mientras se va pagando uno, se tiene que preparar el billete para pagar el próximo punto «de control». A pesar de las molestias que genera, el conductor cancela (o negocia) lo exigido en el idioma wayúu.

La entrada a Colombia se anuncia con el pasar de un rancherío, tapizado con propaganda electoral de partidos y candidatos colombianos. Cada vez que cruza un vehículo, el camino se llena de polvo. En la ruta hacia Maicao uno se topa con un cementerio y una escuela, donde niños interrumpieron sus clases por culpa del paso acelerado de un camión repleto de gasolina.

La trocha termina al toparse con el mural de una casa en la que -paradójicamente- se debería ejercer control sobre el lugar: la oficina de control migratorio de Colombia. Un hecho que refleja cómo el cierre de la frontera se convirtió en una buena excusa para hacer dinero en esta insólita zona donde dos países se unen, pero se distancian por dos realidades diferentes.

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