Energía y Petróleo

Este es el barrio Alí Primera, 3 años después de la tragedia de Amuay

Entre promesas y miedo conviven las aproximadamente 280 familias que todavía residen en el barrio Alí Primera, una de las comunidades más afectadas por la explosión de la refinería de Amuay, el 25 de agosto de 2012. Pese a que Pdvsa levantó los escombros de las viviendas más afectadas, los lotes vacíos recuerdan a los habitantes que todavía viven en zona de peligro.

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Fotos: Andrea Hernández

«Mi hermano venía llegando de Maracaibo en el momento del accidente. Su carro se volteó en la carretera, y eso que estaba lejos», contó Alexander Bravo, uno de los vecinos. Los techos colapsaron, los vidrios de las ventanas estallaron y algunas paredes se quebraron como si fueran de cerámica. A él lo despertó el ruido, seguido del polvo que despidió la destrucción en su vivienda.

Para él, una pared de alrededor de 3 metros de altura que separa al barrio del camino que conduce a la refinería de Amuay, que con su vecina Cardón compone el Centro Refinador de Paraguaná, fue la que «los salvó» de un mayor desastre. La fuerza del impacto de la onda expansiva todavía se observa en el muro abatido, cuyos bloques siguen apilados en la calle.

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«Todas estas casas que ves aquí las reconstruyeron. Hay que decir algo. El mismo sábado después de la explosión, Pdvsa trajo materiales para recuperar las casas. Abrieron las ferreterías. Por ese lado, estuvo bien», dijo Bravo.

Alí Primera es un barrio, pero su composición no se parece a las comunidades humildes de Caracas. Las casas están dispuestas ordenadamente, gozan de los servicios básicos, alumbrado público, calles organizadas y viviendas resistentes pintadas de colores al gusto de sus habitantes. Además, es «tranquilo», señala Bravo, pese a haber admitido que una vez asaltaron su vivienda.

Los niños aprovechan las tardes frescas para patinar y jugar fútbol en una de las canchas recuperadas por el gobierno. El sector también cuenta con una escuela, una plaza y un monumento histórico, el flamante museo dedicado al fallecido cantante que dio origen al nombre de la barriada.

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«A nosotros nos dijeron que los daños eran en parte nuestra culpa porque nosotros no debimos construir aquí. Yo les respondí que eso era una gran verdad. Pero también aquí nos dejaron instalarnos, nos pusieron la escuela, la plaza, el agua, alumbrado… Si el gobierno o la empresa no querían que estuviéramos aquí, yo, por ejemplo, no hubiese invertido más en mi casa. Si nos hubiesen dicho ‘no pueden construir aquí, tienen que desalojar en dos meses’, yo me habría ido», sostuvo.

Indicó que para la industria, el espacio que alberga el barrio debería estar vacío por ser considerada zona de seguridad.

En el sector vivían alrededor de 600 familias antes del accidente. Paulatinamente, se han ido reubicando en proyectos de Misión Vivienda. En este proceso, algunos aseguran que también ha habido irregularidades: la afiliación en consejos comunales y otras conexiones privaron a la hora de elegir a los favorecidos. Los espacios que una vez albergaron sus casas ahora empiezan a llenarse de plantas silvestres, creando un contraste entre las estructuras recuperadas y los terrenos barridos por la maquinaria, donde son pocas las evidencias de que aquello fue un hogar.

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A cinco minutos en carro de Alí Primera están las nuevas urbanizaciones donde Bravo se reencuentra con algunos de sus vecinos. «A esto le dicen la Palomera, porque es pequeñito», dijo.

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Justo al lado, un enorme complejo edificado por el gobierno está empezando a tomar forma. De una buena parte solo se observan las vigas y algunas estructuras básicas.

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Pese a las promesas incumplidas y las indemnizaciones, en algunos casos, injustas, los muros del barrio han sido decorados con imágenes de Alí Primera acompañado de Hugo Chávez. Incluso, la parada al otro extremo de la pasarela reconstruida (donde falleció un trabajador el día de la explosión) muestra obras artísticas alegóricas. Destaca una imagen del presidente Nicolás Maduro, sosteniendo en sus brazos a un niño vestido con el uniforme de la Fuerza Armada Nacional.

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Lo que nunca volvió a su sitio fueron los comercios al otro lado del puente peatonal: dos panaderías, una licorería (saqueada después de que la explosión hiciera estallar los vidrios de seguridad) y una pollera.

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Al otro lado de la calle, un paisaje desolado de árboles y rastros de cemento es lo que queda del Destacamento 44, donde se produjo la mayor parte de las pérdidas humanas. Un charco ocupa hoy el espacio de lo que solía ser un campo de softball para el personal militar. «Es como si quisieran hacer creer que nada de eso pasó», comentó uno de los pobladores de la zona, que prefirió mantenerse en el anonimato.

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