Economía

¡Soy socialista! Y no del siglo XXI

La definición de socialismo en el contexto actual es difusa. Sabemos que el control directo de los medios de producción y el trabajo por el Estado tiene un costo demasiado alto en burocracia y corrupción. Pero para efectos prácticos, las palabras puras no tienen ninguna utilidad. Todos los países tienen economías mixtas.

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Por Marco Aurelio Rodríguez @MarcoAurelioRSU Foto: Ariana Cubillos / AP

Sabiendo que los impuestos son una confiscación de la propiedad privada, el “grado” de socialismo o capitalismo depende esencialmente del tamaño e influencia del Estado en la economía, no solo por cuántas empresas estén en sus manos, sino también por cuánto impuesto cobran y la fuerza de su aparato regulatorio.

En este sentido más amplio, no me cabe duda que soy socialista declarado. Y me explico:

Soy partidario importante de «la libre determinación de la mayoría de los precios», pero esa mayoría en la frase es importantísima. También creo enormemente en la competencia, el comercio internacional y la iniciativa empresarial basada en la expansión y aplicación del conocimiento científico y difusión tecnológica. Básicamente creo en condiciones para la explotación del inmenso potencial de la mente humana. El “mercado” en general es buen incentivo para esto.

Pero conozco, he estudiado y he enseñado los fallos del mercado. Es obvio que el precio del carbón y del petróleo deben ser decididamente intervenidos, dado que el costo de los mismos ni remotamente refleja el daño que hacen. Está en juego el planeta mismo. El mercado falla terriblemente.

Otra cosa obvia es el desperdicio inmenso de potencial humano generado por la pobreza; pobreza en la que vive la gran mayoría de los habitantes del mundo. La concentración del capital hace mucho daño a la economía y el ingreso debe redistribuirse. Esto se logra a través del gasto público.

Estoy tentado pero no voy a entrar a dar explicaciones sobre el poder de monopolio y la necesidad de servicios públicos como la seguridad y sistema de justicia. O menos sobre la necesidad de promover actividades económicas que conducen al desarrollo a largo plazo como un sólido sistema de transporte.

Estas cosas inmensamente deseables para la sociedad solo se logra de una manera: cobrando impuestos y con una poderosa influencia del Estado.

Creo en un Estado y gobierno influyente en la economía, institucional, serio y proveedor. Es una línea delgada porque tampoco se puede destruir la iniciativa y ambición humana cobrando demasiado impuesto para poder conducir a la sociedad. Sin embargo, a los grandes genios de la humanidad y que la hacen progresar en general, no los motiva demasiado la riqueza. Les gusta vivir bien como a cualquiera, pero realmente no aspiran demasiados privilegios por sus aportes.

A quienes sí les gusta la vida sabrosa en realidad no aportan mucho al desarrollo. Desde vulgares artistas hasta políticos o empresarios corruptos, a quienes no juzgo su talento ni estilo de vida, pero a quienes se les debe cobrar impuesto sin piedad.

Otros menos obvios como Ford, JP Morgan, Gates o Rockefeller tuvieron aportes importantes, pero creo que los hubieran tenido igual con más impuestos.

Escribo este artículo porque el chavismo ha generado un repudio brutal en la juventud venezolana educada hacia los conceptos del socialismo, gobierno y Estado.

Para mí, el sistema creado por Hugo Chávez y sus herederos representan en muchas formas lo peor del ser humano: vulgaridad, engaño, corrupción, narcotráfico, irresponsabilidad, violencia, y codicia; si bien puede haber leves indicios de genuino interés social.

Que ellos hayan enarbolado la palabra «socialista» para justificar numerosos crímenes no quiere decir que ellos son dueños de la doctrina. Ni mucho menos que los aportes de economistas intelectuales inclinados a la intervención del Estado (Keynes, Tobin, Stiglitz y hasta Krugman) no sean de inmensa importancia.

En fin, soy un socialista pronunciado. Y que la fermentación chavista termine de morir pronto para poder recuperar un poco de reputación.

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