Opinión

Emociones sin sustento

Si algo caracteriza al fútbol venezolano es el estado de engaño en el que se desarrolla. Gracias a la clandestinidad, se nos hace imposible analizar profundamente la campaña de cada equipo de primera división, y a ello hay que agregar la incomprensible actitud de la gran mayoría de los medios de comunicación de convertirse en agencias publicitarias antes que en relatores de lo que realmente sucede -esta perversión no es novedosa y tiene su origen en las miserias humanas de siempre, y de ellas nos ocuparemos en otro momento.

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Por ejemplo, no hay mayor tontería que asumir que nuestro torneo es de buena calidad sólo porque este tiene momentos apasionantes. Le aseguro que si a quien escribe le entregan el control de un avión 747 todos los pasajeros van a vivir una experiencia sobrecogedora, lo que nada tiene que ver con el éxito del plan de vuelo. Algo similar sucede con el balompié criollo: vendemos y compramos una excitación a la que nos aconsejan sumarnos apoyados únicamente en la paridad existente en la tabla de posiciones, sin importar que esas estadísticas contradicen lo que realmente vive quien se acerca a nuestros estadios.

Influenciados por esa voluntad de justificar cualquier bodrio, hemos llegado a asumir, por ejemplo, que cada centro al área es de por sí una oportunidad de gol, sin importar que hasta el propio viento llega tarde a rematar esos envíos. Y mentimos; miente usted y miento yo, cuando lo que deberíamos hacer es reclamar que la primera división abandone la fantasía de contar con dieciocho equipos y volver de una santa vez a diez o doce conjuntos que hagan posible una de las máximas del Darwinismo: la supervivencia de los más aptos.
Ya que le hablo de emoción, pasión, excitación y hasta un poco de exaltación, quiero traer a colación dos tuits del periodista y estadígrafo Carlos Celis (1 y 2) en los que expresa que únicamente el Deportivo Táchira ha contado con un promedio de asistencia a su estadio mayor de diez mil personas por partido. Es imposible soslayar la realidad que vive Venezuela (inseguridad, inflación, pésimo transporte público, fallas eléctricas, etc.) pero si el espectáculo fuese tan cautivante, seguro que esas cifras serían mayores. No olvidemos que el deporte profesional es, para quien paga una entrada, un lugar de esparcimiento vital en donde drenar el peso del día a día.

Duele decir estas cosas, pero cuando uno va al médico lo hace con la intención de que en caso de una enfermedad, el diagnóstico sea preciso y así poder evitar males mayores. El fútbol venezolano necesita esa evaluación, pero quienes tienen el poder de tomar medidas prefieren correr la arruga y seguir viviendo de una disciplina que cada día se ahoga en profundos sinsentidos. Por ello, me da la impresión de que seguiremos contando centros como ocasiones de gol y mintiéndole al público sobre el verdadero nivel de este deporte. Algunos lo harán por ingenuidad y otros por distintas motivaciones. Al fin y al cabo, mentira es mentira y centro desde la banda no es nada sin un rematador.

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