Venezuela

"En 26 años no sabemos dónde está el cuerpo de mi hermano" (+ video)

"Mi mamá decía que le tenían que entregar a su muchacho para darle cristiana sepultura. Allí es que empieza nuestro calvario", asegura la hermana de una de las víctimas del 27 de febrero de 1989.

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Fotografía y video: Andrea Hernández

Fidel Orlando Romero era fanático de los Leones del Caracas. Tenía 24 años para el momento en que lo mataron. Era obrero y trabajaba en una construcción. El 27 de febrero de 1989 su hermana, Maritza Romero, estaba en casa junto a la mayoría de sus familiares.

Se enteraron por televisión que había problemas en la calle, pero no sabían realmente lo que pasaba. Su madre les recomendó que no salieran. Eran doce hermanos. El día transcurrió con «normalidad» pero, alrededor de las 6:00 de la tarde, recibieron una noticia que los marcaría de por vida.

Fidel había subido a la avenida principal Los Guayabitos, en el municipio Baruta de Caracas, a hacer una llamada. Sin embargo, al rato les avisaron que había una persona herida en la zona. «Nos fuimos a ver si era él y, cuando llegamos allá, estaba tendido en el piso sobre un charco de sangre con una herida de fal en el estómago», dijo Maritza.

Desesperados, pidieron auxilio a las patrullas que pasaban por el lugar, pero simplemente les respondían que no llevaban heridos. Como pudieron, lo cargaron y lo llevaron en la camioneta de un vecino al Hospital Pérez de León, en Petare. Allí le practicaron una operación que duró nueve horas.

La noche más larga

En la mañana del día siguiente, les informaron que Fidel ya había salido de la operación y que se estaba recuperando.

«Él murió con mi mamá a las 11:00 de la mañana del 28 de febrero. Allí fue cuando empezó nuestra odisea».

Cuando llegaron al hospital, les dijeron que lo iban a llevar a la morgue de Bello Monte para hacerle la autopsia. «Ya teníamos el lugar donde lo íbamos a enterrar», dijo. Sin embargo, aún no habían llegado los cuerpos. Esperaron otro día y cuando volvieron, les dijeron lo mismo.

«Mi hermano se metió a la morgue y vio que había pilas de personas muertas y consiguió a Fidel. Lo colocó en la mesa para que le hicieran la autopsia y se fue a la casa porque era toque de queda. Nos dijeron que lo enviarían en la noche a la casa para velarlo y luego enterrarlo. Esa fue la noche más larga de nuestra vida», aseguró.

La familia Romero esperó toda la noche y el cadáver nunca llegó. Maritza recuerda que «fue horrible» porque pasaban guardias echando tiros por «todos lados», mientras se lanzaban aterrados en el piso. En la mañana, fueron de nuevo a la morgue a ver qué había pasado con el cuerpo.

«Mi hermano entró y vio que no estaba ningún cuerpo de los que había visto el día anterior. Preguntó qué había pasado y le dijeron que los habían enterrado, en la noche, en las fosas comunes del Cementerio General del Sur por órdenes superiores», dijo.

Inicio del calvario

Una vez en la morgue, Maritza se dio cuenta que no eran los únicos que estaban pasando por algo «tan horrible». Había muchos otros familiares en la misma situación. «Mi mamá decía que le tenían que entregar a su muchacho para darle cristiana sepultura. Allí es que empieza nuestro calvario, queríamos que abrieran esas fosas».

Los familiares de las víctimas hicieron muchas protestas, marchas y enviaron cartas a organismos internacionales. La madre de Fidel, junto con otros afectados, se encadenó en las rejas del Palacio de Miraflores para solicitar que llegaran al país peritos internacionales.

«El estado venezolano decía que no había desaparecidos y que solamente 277 personas habían sido asesinadas. Empezamos nosotros con nuestra lucha sin saber lo que estaba pasando. Gracias a Dios tuvimos mucha ayuda porque, con el encadenamiento, se logró la visita de los peritos de Argentina».

Llegaron al cementerio y vieron que, efectivamente, había tierra removida en el lugar. Verificaron que estaban las fosas y las mandaron a abrir. Aparecieron los cadáveres cubiertos en bolsas plásticas. Nunca les dijeron quiénes los habían enterrado.

Para ese momento, los peritos consiguieron muchas irregularidades. Lograron excavar 68 cadáveres, de los cuales se identificaron y se entregaron a sus familiares solo tres de ellos.

«Entre esos no estaba el de mi hermano. Seguimos la lucha para ver si podían continuar con las excavaciones, pero ya luego comenzó a decaer el proceso. En 26 años no sabemos dónde está el cuerpo de mi hermano, no sabemos dónde está enterrado ni dónde están sus huesos. Y ahora menos vamos a saber».

De víctimas a victimarios

Maritza aún no sabe quién mató a su hermano. «No logramos que nos dijeran absolutamente nada. No hemos parado de luchar», agregó. Desde el 27 de febrero de 1989 la hermana de Fidel asegura que ha estado alejada de cualquier «politiquería».

Reconoce su tristeza porque recuerda que, durante ese año, a los familiares de las víctimas los tomaban en cuenta. Trabajaban conjuntamente con la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo. «Hoy día ya no hacemos nada de eso. Utilizan el 27 de febrero como bandera política. No hay nada que celebrar».

La familia Romero obtuvo la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), donde lo único con lo que ha cumplido el Estado ha sido con la indemnización. Maritza asegura que aún los casos están en su «etapa inicial»:

«No hemos logrado que nos muestren los expedientes. No nos toman en cuenta absolutamente para nada. De víctimas pasamos ahora a victimarios. Somos los malos y los que violamos los derechos humanos. Nuestros casos están en impunidad total después de 26 años».

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