Salud

En el Hospital de Niños el Día de las Madres es fácil de olvidar

El segundo domingo de mayo los restaurantes, los centros comerciales y las heladerías se llenaron de familias. Pero Yose Doria, de 19 años, pasó su primer día de las madres en el Hospital de Niños J.M. de los Ríos.

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Foto: Andrea Hernández

Hace dos semanas, Yose y su hija Mía compartían habitación con Sofía, una bebé que murió el 19 de abril en la noche. Tenía un quiste de colédoco en el hígado y la barriga hinchada a pesar de los drenajes.

Un par de ojos amarillentos enmarcados en pestañas largas miran el mundo como nuevo. Mía tiene atresia biliar y necesita un trasplante de hígado, pero antes, requiere una operación que no termina de ocurrir. Las encías desdentadas se asoman en una sonrisa fácil.

Esa condición mantiene a Mía y su mamá presas en el J.M. de los Ríos. Las vías biliares de la bebé no se desarrollaron de forma normal dentro y fuera del hígado.

2 kilos 900 gramos y 48 centímetros. El 13 de enero, Yose dio a luz y estaba asustadísima. «Yo no sabía cómo tratarla, cómo agarrarla o darle tetero», dijo. La primera noche que pasó con ella, lloraban juntas. No quería pecho y no le podía dar fórmula a tan temprana edad.

Los doctores le piden a la joven que no la alimente a partir de las 10 de la noche por si logran conseguirle un cupo en cirugía al día siguiente. “Aquí todo funciona con palanca. Si no, no operan a nadie”, comenta la madre un poco frustrada. El papá de Mía, Armando Pernía, ha hablado con todos en ese hospital, buscando esa “influencia” que por fin resuelva el destino de su hija.

El taxista de 22 años intercala las carreras con la búsqueda de pañales y leche revendidos, que es lo más difícil de conseguir. Él y la madre de Yose, Maritza Doria, las visitan a menudo. Les traen insumos y les hacen compañía hasta que les toca volver al trabajo.

La constante prórroga

Cuando Yose está sola con la bebé, el tiempo se alarga. Intenta matarlo entre la tableta, Facebook y dormir, pero no siempre puede denscansar porque las enfermeras entran y salen a cada rato del cuarto. La estadía se hace más lenta cuando no se sabe qué ni cuánto esperar.

La incertidumbre tiene a la familia deprimida, cuenta la joven con voz quebrada. Nadie se esperaba esto. “Yo ni siquiera sabía que esta enfermedad existía”, confiesa.

Si bien su vida se sacudió cuando tuvo a Mía, nada la preparó para lo que venía. Decidió dejar los estudios, cursaba ingeniería de materiales industriales en Los Teques, pero ya consideraba cambiar de carrera. Le gusta la publicidad.

En este momento, Yose ni se molesta en hacer planes. Su día transcurre en un ir y venir de batas blancas y crocs. Las enfermeras y los doctores miden la circunferencia abdominal  de la bebé, la pesan y la revisan. Cada ocho días le hacen exámenes de sangre.

No es difícil adivinar el vértigo que experimenta la joven cada vez que llegan los resultados. Mía no quedará perfecta después de la operación que les prometieron. La cirugía servirá para alargarle la vida. Lo único que la devolverá a la normalidad es un trasplante de hígado. Pero también desconocen cuánto tienen que aguardar para esa intervención.

Yose no se amarga con la espera. Mientras le cambia el mono a Mía, le hace ruidos para hacer relucir esas encías brillantes y ríe con ella. Ni siquiera se acordaba que el domingo 8 de mayo era el día de las madres.

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