Música

En el principio fue el Palladium (y después la Salsa)

Fue como la caída del meteorito que acabó con los grandes saurios: el fin de la era del mambo y del big Latin Band. Sin embargo, la música y el baile que habían florecido en el Palladium vertebraron una música nueva que haría eclosión en los años 70: la salsa.

Salsa, Palladium
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La gran sala de bailes neoyorquina que abrió sus puertas en 1946, justo al final de la Segunda Guerra Mundial, estuvo en el segundo piso del #1698 de Broadway con la calle 53.

Su dueño, el señor Hyman Maxwell, supo olfatear a tiempo los vientos musicales que harían de Nueva York la Meca de la música afroantillana en los años 50 del siglo pasado.

El Palladium fue durante la posguerra, y hasta bien entrada la década de los 60 del siglo pasado, el templo del mambo. El secreto, ahora lo sabemos, estuvo en la diversidad y la liberal amplitud de su “política de admisión”: puertorriqueños, cubanos, dominicanos, italianos, irlandeses, judíos y afroamericanos integraban la parroquia que bailaba al son de las Tres Grandes, como eran llamadas las bandas de Tito Puente, Tito Rodríguez y los “afrocubans” de Machito.

En 1947, el Palladium incorporó música latina todos los domingos y muy pronto el formato se expandió, debido al éxito: hubo entonces música en vivo los miércoles, viernes, sábados y domingos por la noche.

Los miércoles se instituyeron concursos para parejas de bailarines aficionados. Y, andando el tiempo, también para los profesionales que brindaban espectáculo a los parroquianos más pudientes, las parejas que sentaban a la izquierda de la pista de baile, cerca de la tarima de los músicos. La característica resaltante era la plural “etnicidad” ambiente.

Sin importar cuál fuese su status social fuera del Palladium, todo el mundo vestía su mejor gala pues estar a la moda era sumamente importante a la hora de mostrar las habilidades dancísticas. A menudo había mucha más gente que el límite de 750 parroquianos impuesto por la ordenanza municipal. Las celebridades de la TV y de Hollywood añadían glamur a las veladas.

Los big bands mamberos: ancestros de la salsa

Las grandes bandas de la era del mambo derivaban de las bandas del swing-jazz en las que predominaban las trompetas y las filas de saxos, tenores, bajos y barítonos. Con el intangible añadido de los arreglos vistosos, de virtuosista ejecución orquestal. Arreglos como esta Cuban Fantasy del maestro cubano Mario Bauzá para la orquesta de Machito.

Tan difícil como definir qué cosa es el tiempo puede resultar trazar el origen del mambo como género; hay tantas versiones como musicólogos…y músicos.

Sus raíces son, es claro, innegablemente afrocubanas, y más aún, habaneras: las reconocemos en el conjunto, como se llamó en Cuba a la dotación que en los años 30, aparte la percusión – tumba y bongó—, eliminó las cuerdas para incorporar el piano, el contrabajo y las trompetas al trío de cantantes.

Es el sonido del Sexteto habanero de Arsenio Rodríguez y de muchísimos otros cultores de un género bailable y citadino que, desde finales de los años 20 del siglo pasado, estilizó la rumba y el guaguancó de los solares—las “casas de vecindad”—, comunes a todas las grandes ciudades de nuestra América.

El sonido del conjunto emigró, como lo hizo el maestro Arsenio, a Nueva York, el gran solar estadounidense de la población puertorriqueña y, en general, caribeña de habla española, donde, ya a fines de los 40, se asentó como el sonido del barrio.

El elemento del Bronx

El barrio en Nueva York es el vasto distrito, separado de la isla de Manhattan por el río Harlem, donde comenzó a asentarse, hace ya un siglo, la población borinqueña y, por afinidad cultural, la cubana y la dominicana.

Del espíritu de sus gentes da cuenta el guaguancó de Arsenio Rodríguez cuya letra da nombre a estos párrafos: “…el elemento del Bronx, lo mismo baila rumba que danzón”.

El Palladium perdió su licencia de licores en 1961, luego de una redada antidrogas nocturna. Fue un revés comercial que afectó para siempre la cultura del mambo en Nueva York. Finalmente, el templo cerró también para siempre sus puertas en 1966.

Fue como la caída del meteorito que acabó con los grandes saurios: el fin de la era del mambo y del big Latin Band. Sin embargo, la música y el baile que habían florecido en el Palladium vertebraron una música nueva que haría eclosión en los años 70: la salsa.

Trombones en la noche

Bob Schickel, de la revista Stereo Review, preguntó en 1999 al pianista y líder de banda Eddie Palmieri qué hizo singular la música de salsa frente al mambo o el sonido de la antiguas orquestas de baile caribeñas, orquestas como Casino de la playa.

– Lo compositivo—repuso de inmediato el pianista neoyorquino de ancestro puertorriqueño que acaba de cumplir 85 años.

“Los grupos tuvimos que hacernos más pequeños y desplegar más sonoridad con menos dotación. La competencia era muy dura: esto es Nueva York, aquí cualquiera ha pasado por Juilliard (la afamada academia de música) y ocurrió como con la invención de la música de cámara durante el barroco: nos vimos forzados a sonar muy bien con menos elementos. Y a sonar duro, porque las pistas de baile a menudo eran, y siguen siendo, canchas de basketball, plazas, centros cívicos; en fin, sitios abiertos, no recintos cerrados como el Palladium. Puedes tener buena amplificación pero los altavoces no sirven para nada sin verdadera música. Metales, ideas y muy buenas partituras”.

Muñeca

De allí los trombones y los acordes disonantes, distintivos de la banda de Palmieri—La perfecta, fundada en 1961— y que dejaron impronta en toda la música latina de Nueva York.

Como toda sublimación del estilo, la salsa de Palmieri, a nuestro juicio, la salsa por antonomasia, preservó y potenció un elemento singularísimo del conjunto habanero: el sonero, el cantante solista de fuelle pulmonar y fino don improvisatorio.

Ismael Quintana, el solista original de La Perfecta, lo demuestra cabalmente en un clásico de Palmieri: Muñeca, emblema de la salsa en el que brilla el arreglista Barry Rogers.

Eddie Palmieri, uno de los padres fundadores de la Salsa. Foto: EFE
Fotografía de archivo del 22 de mayo de 2015 donde aparece el pianista de origen puertorriqueño Eddie Palmieri en un concierto durante la cuarta edición del Festival Internacional de Jazz, en Cancún (México). El legendario músico de origen puertorriqueño Eddie Palmieri cuenta a Efe el día de su 85 aniversario sus deseos por cumplir, entre ellos que Rubén Blades y Marc Anthony colaboren en un disco suyo y dar un concierto solamente de piano. EFE/Alonso Cupul.

Una dupla magistral

Rogers, neoyorquino de padres judíos polacos (su apellido natal fue Rogestein), encarnó como nadie lo que Norman Mailer, otro neoyorquino, llamó el “cosmopolitismo del barrio”.

Rogers fue un músico nato, dotado de oído absoluto, que sumaba a su formación académica el dominio del tres cubano, difícil instrumento de cuerdas que inspiró la insuperable manera de improvisar con el trombón que Rogers hizo característica del sonido Nueva York. Willie Colón es solo uno de sus epígonos.

La dupla Palmieri-Rogers son claves para adentrarse en el mundo de la salsa neoyorquina. Una de las cimas de su arte compositivo y de ejecución, es hoy un clásico inalcanzable: Busca lo tuyo.

Busca lo tuyo es un guaguancó original del talentoso cantante cubano Marcelino Guerra y su composición se remonta a los años 50. Poco después de la clausura del Palladium, Guerra lo grabó con uno de los conjuntos que intentaron suplir la sequía del mambo.

Al oírla hoy, muchos la tendrían por una canción de aire cubano perfectamente olvidable. Pero no Eddie Palmieri ni Barry Rogers. Los dejamos con su recreación del montuno de Guerra con el que Cheo Feliciano plantó bandera en el solar salsero de Nueva York.

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