De Interés

ENTREVISTA | Eduardo Liendo y la vigencia de "El mago de la cara de vidrio"

Es difícil saber qué se vive con más intensidad, una vida hacinada en la retentiva de su intérprete, o una vida que se reproduce con tintes y colores antes de que la memoria sea objeto de imprevistos. Se podría decir que Eduardo Liendo se decanta por lo último, como aquellos con vocación por las palabras tiene el aura de quien ha vivido los 1001 cuentos de Sharezade, y ya no tiene que interrumpir sus relatos para vivir feliz en el castillo.

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FOTOGRAFÍAS: DAGNE COBO BUSCHBECK @KAYOYANDO

Si la sencillez y el buen humor son menesteres para la lucidez, el escritor venezolano Eduardo Liendo se cultiva con sensatez. Su caminar cauteloso, tal vez derivado de una juventud acelerada que ya hizo las paces con la carretera, desconfía de los síntomas de un Parkinson que no lo parece cuando su memoria comienza a recitar versos de Vallejo, o encuadres de una adolescencia caraqueña con billares, chicas y eventualidades comunistas. La voz individual que formó con su primera obra publicada en 1973, El Mago de la Cara de Vidrio, serpentea con sutilezas e ironías a través del tiempo hasta llegar a su última novela, Contigo en la Distancia. Su juventud, subversiva como la percibe, no cree necesaria contarla tantas veces, esa historia la escribió en Los Topos para no tener que recitarla de nuevo.

Vivió en una Caracas de matinés, cuando en los Jardines de El Valle de verdad había jardines. Gritó “¡Cuba si Yanquis no!” a sus 17 años, y gracias al exilio conoció las lejanías de una imponente metrópolis llamada Moscú. En el presente, su rutina está cercada en una burbuja de árboles urbanizados y saludos de colegas en el café de la Plaza Los Palos Grandes. Es la relación de amor-odio con una Caracas que le dio todo, la que lo mantiene en la comodidad de estas calles, eso y la reciedumbre de que comenzar otra vida a estas alturas de la primavera sería, por decir algo, “complicado”.

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Sobre modificar los libros cuando no se puede modificar la vida

No pudo vivir una segunda vida, eso se lo deja a sus historias, a las que les hace modificaciones puntuales, más no sustanciales, cuando las relee. Sobre alterar sus obras, Liendo cita el prólogo de Cubagua de Enrique Bernardo Nuñez cuando escribe sobre la disyuntiva de crear, como en los libros, una segunda edición de la vida.

-Claro, el pasado de la vida de uno ya no es modificable, pero el libro sí admite modificaciones. Esta polémica, por ejemplo, la desarrollaron Uslar Pietri, que estaba por no modificar nada, y Miguel Otero Silva, que estaba por modificar todo, hasta Fiebre, su novela iniciática. Que te digo, Julio Garmendia cambiada sus cuentos, Borges lo hizo muchas veces. Es polémico en el sentido de que hay escritores que dicen que el autor maduro no debería corregir al más joven; es un punto de vista respetable, pero como lo que queda es el libro hay que apostar al texto, creo yo.

La última reedición de El Mago de la Cara de Vidrio trae a colación un análisis premonitorio de controles mediáticos y hombres autoritarios. Cuando Eduardo Liendo escribió su primera novela, la televisión se mostraba en blanco y negro y los canales por suscripción no existían; sin embargo, con cuatro décadas de camino, ese Mago manipulador y doble cara que atormenta al maestro Ceferino en el relato, continúa siendo el mismo hombre, pero vestido con ropas más elegantes.

-Es la matriz de todo -la televisión-  ahora viene el libro eléctrico, las tablets, esto, aquello… pero en el fondo está el dominio de la imagen, que ya no es solamente gráfica, sino visual. La gente ve películas en el celular, hay una revolución muy acelerada de los medios de comunicación y las redes sociales, entonces el común es que las personas se hagan “protagonistas”.  Antes para expresar un punto de vista general sobre la moda, para que te preguntaran: ¿qué te parece la corbata?, tú tenías que ser una personalidad, ahora se universalizó la opinión.

Sobre Caracas, la ciudad que le dio todo

-Con Caracas tengo una relación de amor odio, de mucho amor porque me lo ha dado todo, y de odio porque estoy cercado. Es una ciudad inaccesible para una persona que no sea “de la zona”, una zona que yo alguna vez anduve tranquilamente. El parque de mi infancia era El Calvario, aunque la última vez que subí fue con el embajador de España -como invitado de un acto que iban a hacer-, y dije: ‘yo me empato aquí porque esta gente va bien custodiada’ (risas). Me dicen que ahora hay un tour, que incluye El Calvario, pero será un tour bolivariano, no es que lo rechace, pero no iría.

-Lo que yo más recuerdo de Caracas es que era muy libre, más para un adolescente. Recuerdo haber visto un espectáculo en el Coney Island y luego venirme a pie desde El Silencio. Ya en el 58 se abre un país extraordinario, que es el más hermoso que yo he vivido, cuando cae la dictadura perejimenizta. Todo el mundo era feliz, nos dábamos abrazos de feliz año. Yo tenía apenas 17 años, y aquello fue una maravilla.

-Es en esa época cuando yo me convierto en militante comunista. Recorríamos los cerros de Caracas de punta a punta, la gente nos daba avena en sus casas y gritábamos ¡Cuba si yankis no!  Nos aplaudían y todo era aventura y felicidad. En esa Caracas iba a cines que ya han desaparecido, en San Agustín y la Av San Martín.

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¿Esos eran de los que estaban al aire libre?

-Ya va, no me tires tan viejo.

-Te decía esto porque en los Jardines de El Valle está mi vida de adolescente, el billar, las chicas y la juventud comunista. Ahora vivo en una burbuja, burbuja involuntaria porque te lo impone la vida, pero voluntaria porque nadie me dice: ‘tú no tienes que ir para el Centro o montarte en el metro’, donde por cierto siempre me toca la operación sardina.

Sobre esas cosas que uno piensa cuando es muy joven

A pesar de que su vida fue desviada por  “el accidente de la militancia política”,  su pasión por la literatura, así como por la vida,  es antigua. Es después de llegar del exilio cuando asume una vocación que la política había neutralizado, y que hasta ahora ha definido gran parte de sus horas.

-Hubo un tiempo en que yo creía que mi futuro era ser una especie de jefe político y después líder de no sé qué cosa, por lo menos de una granja socialista. Esas cosas que uno piensa cuando es muy joven, que el mundo se puede modificar con el impulso, que es ponerse de acuerdo un momento y ya. Después uno va aprendiendo que sí se modifica, si no estaríamos en las cavernas todavía, pero no con el ritmo ni los deseos que generalmente desean los jóvenes.

-Yo la condición de militante me la tomé enserio, y poco tiempo después ya estoy en la montaña a los 20 años con Argimiro Gabaldón y el primer comandante Gregorio Lunar Marquez. Toda esa historia la escribí en Los Topos para no tener que contarla más y que no se perdiera en la memoria.

Liendo estuvo retenido en la isla del Cuartel de San Carlos, de ahí pasó a la cueva de Miranda en el Fortín Colonial junto al Doctor Valero, a quien le dedicó Contigo en la Distancia.

-El orgullo íntimo mío era que yo estaba en la cueva donde había estado el precursor, que no es tontería. En El Vigía pasamos 18 meses, se dice rapidito, pero no. De ahí nos llevan a la Isla del Burro, la famosa Tacarigua, eso son casi seis años en total de prisión, osea que yo entro a los 20 y salgo a los 26. Me perdí todos los mosaicos de la vida, leí muchísimos libros y allí prácticamente empieza mi formación de escritor, porque para mí el escritor es un gran lector, fundamentalmente, básicamente.

Sobre la soledad como menester para escribir

-Lo que pasa es que cuando tú hablas de soledad, puede que exista, pero de una manera tan íntima que no es ni siquiera tangible, porque estás rodeado siempre. Imagínate, en una celda había cuarenta y pico de tipos, algunos oyendo radio, otros hablando. Esa intimidad en la que tú te imaginas no existe; lo que existe para mí y lo escribí, y lo he dicho, es el destiempo, tú quedas como fuera del tiempo real y se te congela. En cierto momento todo esto es relativo, ya el paisaje es tu celda, el máximo paisaje es el patio, las horas de patio, y el patio interferido por las alambradas, entonces ese destiempo, ese fuera del tiempo, es lo que hace que yo tenga dos epígrafes para ilustrarlo en Los Topos. Uno es de André Malraux, quien dice: Oh prisión lugar donde se detiene el tiempo que continúa en otra parte. Otro es de Cesar Vallejo cuando escribe: Amorosa llavera de innumerables llaves, si estuvieras aquí, si supieras hasta que hora son cuatro estas paredes.

-Cuando el paisaje tuyo se circunscribe a esos límites, el libro te transporta. Yo nunca leí un libro más delicioso que Juan Cristóbal de Romaind Rolland, un libro como de mil páginas que me leí en una huelga de hambre que duró 21 días. Lo disfruté tanto que después, en libertad, cuando  quise retomar esa lectura,  leí como 20 o 25 páginas y dije: No, mejor quedarme con aquella visión. Claro, yo también era un animal político en esa época, leí muchos teóricos del marxismo, todo eso en “caleta”, los Guardias Nacionales decían ‘estos coños de madre son los maestros del doble fondo’, porque en la pata de una silla podía haber escondidas 100 páginas de Mao, por ejemplo.

-Cuando yo regreso ya soy otro, ya he estado en el exilio, imagínate tú, un tipo que sale de su barrio, un citadino metido en una celda preso todos esos años, y de repente me veo en Zúrich. Me dieron ese “estatus” de preso político, cosa que esta gente -el gobierno actual- no quiere reconocer. El totalitarismo impone la ideología, si tú eres enemigo de la ideología no es que eres opositor, sino que eres enemigo del proyecto. El gobierno en ese entonces creó una ley llamada Conmutación de Penas por Extrañamiento del País, como un destierro legalizado. Afortunadamente yo estuve entre los que mandaron para afuera, y para mí fue una bendición ese encuentro con una ciudad como Praga y después Moscú, la gran ciudad que aparecía ante mi incluso más extraordinaria, porque mi experiencia  citadina era limitadísima.

Sobre metas máximas y mínimas

En algún momento sostuvo que no había llegado a ser el escritor que quería ser, de ensoñaciones a metas máximareconoce que las metas medianas, y hasta las mínimas, se van abriendo paso para asentarse en el trayecto.

-Cuando se termina de completar la aspiración ya estás un poco usado (de años). Claro, también hay tipos enmantillados – dícese de los muchachos que nacen con una especie de manda en la matriz- Yo diría que el más enmantillado de todos es Vargas Llosa, porque él es un gran trabajador, pero un gran trabajador que desde muy joven conoció la fama, sobre todo con La Ciudad y los Perros, una novela iniciática extraordinaria. La vida de él es exitosa desde siempre, con mucho esfuerzo, con mucho trabajo y mucha lectura. No es la vida digamos del mismo Borges, que la fama le llega después de Ficciones, que ya es un tipo de avanzada edad y la celebridad le llega ya ciego.

-A principios de los 70 yo leía y escribía como loco, produje como tres libros breves muy rápidamente, El Mago de la Cara de Vidrio, Los Topos y Mascarada nacen respectivamente en los años 1973, 1975 y 1978. Después hay una pausa más larga para Los Platos del Diablo; no obstante, yo escribí cuentos en ese lapso, aunque van a aparecer posteriormente como volúmenes en el 87 con El Cocodrilo Rojo. Cuando nace mi hija, cuando me caso, las cosas se modifican, empiezas a ser necesario para alguien a quien no le puedes fallar. Cuando yo escribía sin horario era mi asunto, era un tipo libre para eso, cuando ya tú tienes una responsabilidad y tienes que pagar apartamento, comida, la luz, el gas, el teléfono, entonces tienes que anotarte en una de dos: en la aventura loca, o en el quince y último. Yo me anoté en el quince y último. Entré a la Biblioteca Nacional y  dije: bueno yo aquí puedo pasar un tiempito… Me quedé 25 años, un tiempito largo.

Sobre las generaciones que se van, y las que se quedan

-Te diré que yo tengo una hija que es periodista, que fue periodista de El Nacional durante varios años en la sección de Cultura, ella se casó con un venezolano y se fue a hacer una maestría en el Instituto de Arte de Chicago ya hace algunos años. Es decir, ya la generación de relevo mía, la que más amo directamente, está fuera y no sé si volverán ni cuándo volverán, pero yo recuerdo que cuando ella estaba aquí yo padecía mucho. Muchas veces, en vez de venirse para la casita, se iba directo de algún concierto a la redacción del periódico a hacer la nota para que saliera al día siguiente, entonces yo debí haber sido el padre más ladilla del mundo, pero una noche me dijo: ‘Papá, esta es mi ciudad, no tengo otra’. Como diciendo: ‘bueno, tú la viviste de otra manera que ya no se puede, pero yo tampoco me puedo quedar aquí encerrada, y es mi trabajo’.

-Yo sufrí como un perro por eso, más que por mí, por ella.

¿Pero entonces, señor Liendo, comenzaría desde cero?

-Mi esposa siempre me dice que no tenemos que morirnos aquí, pero yo siempre le respondo que en ningún lugar voy a estar mejor que donde estoy. Es muy difícil, aún para mi condición de escritor, que normalmente tenemos la facultad de que mientras nos funciona el mate – cabeza- podemos producir algo, y aun así es de arriesgados. Aquí, mal que bien, yo vivo en un apartamentico que para dos personas es magnífico, nadie me corre, y estoy convencido de que a mi edad, comenzar otra vida es muy difícil. Es necesario persistir y concluir lo mejor posible la faena.

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