Internacionales

¿Es viajar un amable pecado?

A pesar de la pobreza, las guerras, el ISIS, la desigualdad o el deterioro de la situación económica, la gente busca y hace cualquier cosa por viajar.

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Foto: AP

El mundo no tiene buena cara. Se parece a Venezuela. No es que la humanidad entera esté a punto de colapsar pero un gentío la está pasando mal. Si no es una guerra es un ataque terrorista,  si no es una epidemia, es la amenaza de otra crisis económica. Para los latinoamericanos, el 2016 será un año catastrófico y para los  chinos la cosa tampoco se perfila demasiado bien. La inestabilidad política paraliza países que parecían haber salido del hueco, las materias primas se resisten a levantarse del piso y los mercados financieros tienen a más de uno sudando frío y con afecciones del corazón.

Lo único que sortea todos los males y crece sin parar es el turismo. En el año 2015, hubo 1.184 millones de llegadas de turistas internacionales. Cerca de 50 millones de turistas internacionales más que el año anterior. A pesar de la pobreza, las guerras, el ISIS, la desigualdad o el deterioro de la situación económica, la gente busca y hace cualquier cosa por viajar.

Si no tiene suficientes recursos para salir de su país, viaja dentro de sus  fronteras, visita a algún familiar en el interior del territorio o acampa al aire libre cuando lo permite la delincuencia. Para los países sumidos en la miseria, el turismo puede parecer un frívolo pecado pero hasta los más pobres y desposeídos sueñan hoy con hacer un viaje. Lo importante es moverse, salir del lugar habitual. A nadie escapa el hecho de que los viajes se han convertido en una de las actividades más deseadas y una de las experiencias más valoradas por los seres humanos. Hay personas cuyas vidas giran en torno al próximo viaje, cuya principal gratificación a un año de esfuerzo y de arduo trabajo es la posibilidad de viajar.

Las fantasías y motivaciones del viajero son infinitas. Escapar de la rutina, cambiar, renovarse, conocer mundos distintos, soltar responsabilidades, descansar, relajarse, reconstruir relaciones, divertirse, adquirir conocimiento, conseguir intimidad, son algunos de los motivos mencionados por los individuos como factores que los incitan a viajar. Hay algo muy sórdido en el discurso público y la retórica del poder que invade la vida cotidiana, hay demasiadas repeticiones y actividades sin sentido que las personas necesitan compensar con actos que marquen momentos significativos.

Ir a otras tierras es nuestro ritual para el encuentro con lo desconocido. La imagen del otro se convierte inevitablemente en el espejo de nuestra propia humanidad, una humanidad más universal a la vez que íntima, más diferenciada y consciente que la que experimentamos entre las obligaciones rutinarias. El viaje es una metáfora geográfica de la búsqueda del alma en el mundo.

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