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Esquivel, Laureano y Berardineli son la consecuencia del sistema

Las discusiones sobre la calidad del fútbol venezolano son irrelevantes ante un problema que está lejos de solucionarse: el sistema federativo fue elaborado para frenar la meritocracia y premiar la mediocridad

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Berardineli

Llegará otro. Siempre hay otro. El fútbol genera mucho dinero, para los directivos, obviamente. Ya sea por la vía legal o la ilegal. Sobre todo en esta Venezuela, en la que no hace falta comprobar ningún tipo de ingreso o egreso. De esa opacidad se benefician todos.

En los últimos días, un simple tuit que se refería al fútbol venezolano como «malo» generó una ola de indignación en las redes sociales. Un tuit, una opinión de las millones que diariamente se lanzan en la red social, desató una discusión que no consiguió, por ejemplo, una encuesta realizada por el periodista Daniel Prat y que pueden ver abajo de estas líneas.

Toda la tragedia futbolística del  país se puede resumir en el resultado de esas 844 personas que votaron por «lo que hay». La conclusión es obvia, dado el desastre visto durante los mandatos de Laureano González y Jesús Berardineli, se extraña al padre de la criatura: Rafael Esquivel. Es una reacción muy venezolana: con Hugo Chávez estábamos mejor que con Nicolás Maduro y antes de Chávez con CAP 1 y 2 y antes con Pérez Jiménez y así hasta llegar a Juan Vicente Gómez.

El fútbol venezolano, como casi cualquier actividad que se realiza en el país, evidencia una preocupante fragilidad institucional; de allí la manipulación de sus estatutos que permiten injerencias como la de Pedro Infante (con la venia de los propios dirigentes) o disputas internas como las señaladas por el abogado Antonio Quintero en este mismo medio, que tienen consecuencias para los reales protagonistas de la actividad: los jugadores y los equipos.

Si se examina con lupa la administración de los tres recientes presidentes, se encuentran los mismos problemas: dineros que no llegaron o no aparecen (de PDVSA y la Escuela de Formación de Entrenadores, Dirigentes y Árbitros, EFEDA), disputas con asociaciones (varias actualmente desconocidas por la FVF) o empleados que tras ser nombrados ascienden o descienden de puestos según el interés de un individuo. Las cuentas pendientes superan con creces las ventiladas en los medios de comunicación y en el caso de Berardineli, solo se ha hecho público lo evidente.

En 2015, antes de que se realizaran las votaciones para que Laureano González dejara su interinato y se convirtiera en presidente oficial de la FVF, Juan José Vidal Noya advertía en El Estímulo la siguiente profecía: «Hay que entender que Esquivel armó la infraestructura para él, para que solo él pudiera ganar y perpetuarse. Hoy hay gente que quiere aprovecharse de ese mismo sistema. Si la comunidad de fútbol no exige una transformación para que la gente preparada pueda optar para esos cargos, no habrá reforma alguna. Hay que luchar primero porque se dé un cambio en las formas antes que participar en las propias elecciones. En esa discusión hipotética, deben estar todos: jugadores, asociaciones y periodistas».

Es tan así, que Esquivel, según fuentes consultadas por este columnista, es uno de los asesores de Berardineli y en la práctica se comprueba. Consiguió que González se apartara y convivió con los enemigos externos (el gobierno en su momento) e internos (la FVF se agrupó ante los últimos hechos, lo que derivó en solidaridad con el actual jerarca) como su maestro. Así lo hizo Esquivel con el propio Berardineli, cuando se impugnaron las elecciones de la FVF de 2005.

Se debe recalcar la frase de Cheché Vidal, probablemente el venezolano mejor preparado para dirigir la FVF: «Si la comunidad de fútbol no exige una transformación para que la gente preparada pueda optar para esos cargos, no habrá reforma alguna». Los profesionales en Venezuela existen, en todos los ámbitos, pero la incidencia sobre el producto final sigue siendo mínima.

Mientras en la FVF no se dé una revolución total y se cambie el modelo, esos esfuerzos individuales de las personas preparadas se perderán en el océano de la mediocridad actual. Ningún fútbol mejora solamente con las buenas intenciones. Por eso la lucha tiene que darse en las instituciones, no en Twitter.

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