Opinión

Estudiantes de Mérida: entre el dolor y la viveza

Antes que nada debo advertirle que a mi el poder me da alergia. Lo sé tan perverso que prefiero combatirlo antes que sumarme a él. Parte de mi filosofía de vida es que quienes gobiernan y quienes trabajan para llegar a esos puestos están dispuestos a todo, y un poco más, con tal de ponerse una banda en el pecho que los acredite como autoridad, para luego olvidarse de mucho de lo prometido mientras intentan nuevas maneras de atornillarse a sus nuevos privilegios. Pasa en la política y pasa en el fútbol.

Publicidad

El más reciente ejemplo de que el balompié venezolano es una disciplina alterada y tan asquerosa como la política la está protagonizando Estudiantes de Mérida. En una notificación firmada por Jerome Valcke, secretario general de la FIFA, se le exige al equipo rojiblanco pagar en los próximos días la módica suma de cincuenta mil dólares americanos, o de lo contrario, le serán descontados puntos de la tabla de clasificación (primero tres, luego ocho) hasta llegar a una posible pérdida de la categoría, que lo conduciría prácticamente a la desaparición. Estudiantes, que siempre ha sido un trampolín hacia la vida política merideña, vive hoy horas muy bajas y ninguno, léase bien, NINGUNO de los culpables se hará responsable. En el fútbol todo se puede, todo vale y nadie cae.

Nuestro fútbol es un negocio cuando menos extraño. No se generan ganancias por los derechos de televisión, los sponsors brillan por su ausencia, la venta de entradas no cubre ni siquiera el alquiler de los estadios y salvo un par de equipos, ninguno hace transferencias de futbolistas al extranjero. ¿Cómo se mantiene entonces una estructura de 18 clubes? Pues gracias a «papá Estado». Ahora bien, ¿el Estado va a pagar también por los desastres administrativos del equipo merideño? ¿Es la función de un ente regional o nacional salvar el pellejo de quienes no han sabido administrar ni una verbena?

Por eso digo que la competencia está desvirtuada -aunque bien podría afirmarse que realmente está prostituida. Los gobernadores y alcaldes de ambas tendencias han encontrado en el fútbol y en la comodidad o incapacidad de sus dirigentes, un caldo de cultivo perfecto para agrandar la lista de «empleados públicos” que colaboren con su propaganda política. Vuelvo y repito, esta conducta no es exclusiva de ningún bando partidista sino que es característica de la viveza criolla, y criollos somos todos los que habitamos esta tierra.

Como ya usted sabe, yo me quejo y lo disfruto. Pero también camino y he podido hacerlo por todo el país -no soy Carlos Andrés Pérez ni aspiro a serlo- desde muy joven. Lo he hecho por trabajo, por placer o por curiosidad; son casi treinta y ocho años caminando esta tierra y el estado de desidia en el que se encuentran los hospitales y las carreteras, así como el desprecio a quienes levanten la voz no es exclusivo de un bando sino de todos los que han alimentado la decadencia en la que hace mucho tiempo estamos sumergidos.

¿A usted le parece correcto que el deporte profesional dependa, casi con exclusividad, del dinero de estos entes regionales o de lo que PDVSA entregue en forma de patrocinio? Pues a mi no. Yo quiero que esos fondos sirvan para lo que se supone que deben ser aprovechados: educación, salud, seguridad y calidad de vida. Además, deseo que los dirigentes del fútbol sean eso, personas del deporte, no los vivos de siempre que se valen de un juego como el fútbol para satisfacer sus más oscuros deseos.

Hoy Estudiantes de Mérida es el protagonista de esta triste historia, pero antes lo fueron el Unión Atlético Maracaibo, Nacional Táchira, Pepeganga, Galicia y otros más que yo sí recuerdo y prometo no olvidar. No lo haré porque estoy seguro de que en algún momento seremos muchos los indignados y más los que comprenderán que el modelo de fútbol profesional venezolano ha fracasado y necesita un cambio. Mientras tanto, por acá seguiremos, usted y yo, quejándonos y protestando. Al fin y al cabo, ya lo decía Dante Panzeri: “La palabra no ha sido inventada para no decir lo que pasa y lo que pensamos. Para callar y ocultar se inventó antes el silencio. Somos fiscales, no jueces. La imparcialidad es una ficción. Un vestuario de elegancia indecente. Debemos ser parciales, especialmente a favor del bien y en contra del mal. Imparcialidad admite desapasionamiento”.

Publicidad
Publicidad