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"Fonzo": Al Capone hunde al director Josh Trank

La vida de Al Capone regresa al cine con “Fonzo”, la insólita mirada de Josh Trank sobre el criminal más famoso de la historia estadounidense. Con su aire extravagante e irreverente, la película explora un momento poco conocido de un personaje violento e inclasificable. ¿Pudo uno de los directores más controversiales de Hollywood lograr una perspectiva por completo nueva? Te contamos el extraño híbrido de géneros que engloba la película 

Josh Trank
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Hace casi diez años Josh Trank era una de las promesas de Hollywood. Su curiosa reinvención del mundo superheroíco “Chronicle” se convirtió en un éxito de crítica y también le supuso un espaldarazo de los fanáticos del género, que encontraron en su extraña historia sobre un grupo de adolescentes con superpoderes una perspectiva tan poderosa como insólita.

El film le reportó inmediato reconocimiento y tres años después, Trank se encontraba al frente del ambicioso regreso a la pantalla grande de los Cuatro Fantásticos de Marvel.

La película fue una colección de sinsabores y fracasos. Desde una muy pública discusión entre el estudio y el director, hasta una versión que supuestamente sufrió todo tipo de modificaciones y ediciones por parte de los productores, al final, el que debió ser el film que trajera de vuelta a la familia superpoderosa de la Casa de las Ideas resultó un sonado fracaso de taquilla y el de peores críticas para Marvel.

Trank responsabilizó al estudio que, a su vez, señaló al director como culpable de todos los errores y la tensión en el set, confirmada por el grupo de actores. La incipiente carrera de Trank se derrumbó antes de empezar y por medio lustro se convirtió en un marginado en el mundo del cine.

De modo que “Fonzo” es el intento del director por demostrar que “Chronicles” no fue fruto del azar.

Se trata de un proyecto ambicioso que engloba no solo a un personaje controversial, sino que lo analiza en un momento de su vida poco conocido: lo que vivió el criminal más famoso de Norteamerica luego de abandonar la cárcel en el año de 1947, luego de sufrir un derrame cerebral y estando bajo arresto domiciliado.

Trank —quien dirige, escribe y edita el film— tomó la poco usual decisión de mostrar al salvaje, feroz y violento Al Capone como una bestia domada por las circunstancias. Con Tom Hardy bajo el rostro del personaje y una historia sustanciosa ¿qué podía salir mal?
En realidad, muchas cosas.

No solo se trata de la dirección confusa e insólita que Trank brinda al argumento, sino el hecho de que Tom Hardy no las tiene todas consigo al encarnar a un hombre que no sabe que perdió su poder e influencia.

Sin creerle a Josh Trank

«Fonzo» hace un especial hincapié en dejar claro que narra la historia un hombre que fue implacable y terrorífico y que ahora atraviesa el crepúsculo de su vida. Pero en lugar de apuntar en una dirección específica — ¿Al Capone entiende la magnitud de su tragedia? ¿la asume? — Trank tiene mucho más interés en crear un aire de gratuita provocación sobre la validez del crimen, el poder corrompido y, sobre todo, la capacidad de este tiburón desdentado en busca de una redención truculenta. Todo bajo un aire onírico, levemente surrealista y en ocasiones, por completo incomprensible.

Quizás el principal problema de la película radica en la incapacidad de Trank para lograr un Capone creíble: su perspectiva sobre un criminal que sobrevivió a todos e incluso a su leyenda, tiene algo de estereotipo caricaturizado.

https://youtu.be/wsLo17e18DM

La densa capa de maquillaje y efectos digitales que cubren el rostro de Tom Hardy, terminan por desdibujar la natural gestualidad del actor, que pasa gran parte de la película moviendo los labios hinchados entre gruñidos y un lenguaje corporal pesaroso que no expresa en realidad otra cosa que incomodidad.

La historia que muestra el ocaso de Capone —disminuido, vigilado y acorralado— no tiene la suficiente fuerza como para superar la novedad de un personaje pintoresco que se aleja de su yo histórico con tanta frecuencia que para el tercer tramo de la película carece de sentido, credibilidad e interés.

Hay algo por completo falso e incluso irrisorio en la forma como Josh Trank plantea el lento deterioro de Capone: su furia alelada, la manera como la parálisis le convierte en hombre disminuido y sostenido por el recuerdo de sus glorias pasadas, queda sepultado bajo una puesta en escena endeble y en especial, por las decisiones del director, que plantea la derrota de Capone como una especie de hecho inevitable de la naturaleza, una especie de tragedia que abarca al mundo.

Pero el otrora criminal más grande de Norteamérica es un espejismo mal construido y sostenido por un Hardy que parece no saber muy bien cómo expresar la decrepitud sin rozar los lugares comunes y clichés más habituales. El Capone del actor pasa más tiempo moviéndose con lentitud y torpeza, a medida que el tiempo transcurre y se hace más notoria su caída en desgracia y posterior decadencia.

También está el hecho de que el 1947 imaginado por Josh Trank es tan plano como una postal decadente: las calles ardientes de Florida, la casa polvorienta y asfixiante, el entorno destartalado que rodea a Capone, todos esos elementos tienen un aire artificial que sabotea los esfuerzos del director por avanzar en medio de la dura vida de su personaje central.

Capone vive los años más amargos de su vida rodeado de familiares resentidos y bajo la vigilancia constante de los despreocupados agentes del FBI, que Trank muestra como figuras tan inofensivas y borrosas como Capone.

El rugido de una criatura herida

Luego de convertirse en un mito y finalmente ser atrapado por la justicia norteamericana, Al Capone atravesó una etapa de decadencia de intrigó a buena parte de los historiadores que consideraron su reinado del terrorn como uno de los puntos álgidos en la cultura del país. No solo se trató de un delincuente que instauró su propio imperio criminal, sino, además, de uno que forzó al gobierno de EEUU a tomar medidas apresuradas y a menudo poco efectivas en su contra. Su declive mostró un nuevo rostro de la ley estadounidense y, sobre todo, las vulnerabilidades de su sistema legal.

Pero para Josh Trank lo realmente importante no es el Capone símbolo, sino el hombre que se ensucia al comer, camina con dolor y se tambalea alrededor de su casa en pañales y bata. Y aunque la percepción de la caída en desgracia tiene momentos logrados y duros, la idea central sobre el hombre terrible aferrado a su pasado es tan deslucida como aburrida. Incluso la insinuación de que este monstruo que perdió su espíritu feroz todavía tiene secretos que guardar, no se sostiene en realidad.

Trank utiliza la percepción de que el mundo de Capone es mucho más grande que lo que se muestra en pantalla a través de una serie de recursos casi infantiles: llamadas misteriosas de las que la familia no tiene noticia, las insinuaciones de Capone de una fortuna que no recuerda e incluso, la mirada inquieta de quienes le rodean a la espera de descubrir los enigmas que guarda el hombre que solían respetar. Pero en conjunto, el argumento tiene tantos baches y espacios en blanco que la sensación es que Capone es una excusa para la conspiración y la avaricia, carente de toda profundidad y valor.

Incluso el osado recurso de usar flashbacks para mostrar a Capone en su mejor momento se desdibuja en medio de las referencias extravagantes del director, que tiene la intención de mezclar a grandes películas de figuras criminales bajo una misma óptica.

El Capone de Josh Trank tiene algo del Corleone de Marlon Brando y también de la larga colección de maleantes mundanos de Scorsese, pero carece de peso propio y verosimilitud.

Hardy nunca logra rebasar los límites de los efectos digitales que le transforman con torpeza en un hombre que le triplica la edad. En lugar de eso, el actor parece incómodo e incluso, cuando Capone se enoja, dando rienda suelta a una energía maníaca e imparable, no es más que un reflejo de algo plano y deslucido. Al final, la colección de desaciertos convierte a esta mirada a la vejez temible de un hombre cruel, en una trampa blanda de nostalgia sin profundidad.

Quizás por eso sus mejores escenas sean las de Capone recordándose a sí mismo: una especie de juego de espejos que por una vez invoca algo de mayor sutileza que la simple provocación.

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