El Estímulo

La formación no gana elecciones

Corren vientos electorales y en el camino hacia la silla presidencial de la FVF hay quienes pueden aprovecharse de las deficiencias formativas del futbolista venezolano para ganar simpatías y votos.

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(Prensa Vinotinto Sub-20)

Antes que buscar culpables, lo que más interesa en este momento del fútbol venezolano es hacer una evaluación para promover soluciones a un tema que siempre ha sido tratado como el patito feo, y que, aunque ahora esté en boca de muchos, no suma votos ni aumenta los números de popularidad.

Aceptémoslo, el venezolano es de objetivos inmediatos y el tema formativo requiere paciencia, ensayo, error, y más que nada, firmeza para sostener unos principios que no son sino la raíz del árbol, y que salvo contadísimas excepciones, no produce resultados inmediatos.

No exagero. De los tres últimos seleccionadores nacionales, dos han peleado públicamente por mejorar lo que ya se viene haciendo.

Richard Páez, precandidato a la presidencia de la Federación Venezolana de Fútbol -hasta que no se inscriba no puede ser descrito como contendor oficial y para ello hay cambios que deben producirse-, pidió a Hugo Chávez Frías, en aquel entonces Presidente de la Nación, la masificación de lo que se conoce como fútbol siete. Desgraciadamente, aquello que fue planteado como una necesidad impostergable para el correcto desarrollo de los niños quedó en el olvido.

En cuanto a Noel Sanvicente, el de San Félix se reunió con todos los actores para intentar impulsar una reforma en el pensum de estudios de los entrenadores, conocida como “Proyecto País”, para que este se asimilara al de sus colegas en el resto del mundo futbolístico. Sus exposiciones incluyeron a la FVF, a las Asociaciones Regionales, al Colegio de Entrenadores, a PDVSA, a Empresas Polar, al IND y al Ministerio del Popular para la Juventud y el Deporte. En ningún caso encontró un no como respuesta, pero con el paso del tiempo se puede concluir que aquellos «sí» fueron poco más que un acto de cortesía.

Desconozco si César Farías tuvo algún interés por el tema -luego de la Copa América Argentina 2011, y en medio de los festejos por el cuarto lugar obtenido en aquel torneo, el oriental pidió un estadio para Caracas, algo que aún pertenece al terreno de las utopías- o si el actual seleccionador nacional, Rafael Dudamel, tiene en su agenda alguna propuesta similar. Pero estoy seguro que la pared fue, es y será la misma con la que se estrellaron Páez y Sanvicente.

El fútbol venezolano vive del echarle bolas. La mayoría del universo de dirigentes y entrenadores no poseen más que su voluntad para llevar a cabo una labor que los necesita formados y educados para ello, pero la ausencia de conocimiento y estudios condiciona no ya la actualidad de los niños, sino el futuro individual y colectivo del fútbol venezolano.

¿Cómo pueden formarse niños en entrenamientos y partidos de 11 contra 11 en los que casi no tocan el balón? ¿Se justifica que se les someta a exigencias físicas impropias de su edad y de su biotipo? ¿Son suficientes los conocimientos impartidos para obtener el carnet de entrenador? ¿Sabe el público que los cursos de entrenadores en el mundo duran entre dos y tres años mientras que Venezuela aún no se adapta a esas exigencias?

Quiero reiterar que esto que señalo no tiene la menor intención de acusar ni señalar, mucho menos de apoyar candidaturas electorales -con todo el respeto, en el terreno de la demagogia no me van a encontrar. Esto que acá denuncio es un pedido a todos aquellos que tanto desean el poder para que se comprometan a no olvidar que el futuro se construye hoy; más que imitar a Bolivia y su generación dorada, comandada por mi admirado Xabier Azkargorta, intentemos parecernos a Ecuador y su proceso formativo, sostenido en el tiempo aún cuando se ausentaron del mundial Sudáfrica 2010.

Ya sé que la meta colectiva es ir a un mundial, pero ustedes, los que están y los que quieren llegar, deben comprender que la inmediatez ha sido el principal enemigo de nuestro país. No es el árbol, queridos amigos, es el bosque. No usen el futuro de los chicos como un arma electoral; comprométanse, generen alianzas, déjense la piel y entiendan que el futuro, por más incierto que sea, es el norte al que deben apuntar.

Una generación dorada tiene fecha de caducidad, mientras que el trabajo planificado y sostenido sólo caducará cuando se abandonen esos valores.

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