Salud

FOTOS | Anggi y Brianna sobreviven de milagro a tragedia de Venezuela

Un cuadro del Señor de los Milagros cubre la espalda de Anggi, mientras suena a un volumen alto un televisor viejo y ella recuerda cómo comenzó a vivir con su hija mayor la historia más importante de su vida.

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Texto: Karisa López | Fotografías: Daniel Hernández / El Estímulo

Brianna, de dos años de edad, ya había dejado de hacerse pipí mientras dormía hacía tiempo. Pero aquella mañana la cama amaneció mojada y a su madre, Anggi, le pareció que algo no estaba bien. Decidió, entonces, realizarle su chequeo médico regular, en febrero de 2018. Lo que vendría después sería una zaga de lucha personal, que se encadena con el drama diario de  millones de venezolanos en un país sumido en la tragedia y la perseverancia.

Hasta el momento, lo más difícil en la corta vida de Brianna ocurrió en 2016 cuando, en su casa natal de Margarita, estado Nueva Esparta, un perro mordió la cara de la niña, de apenas año y medio de edad. Tras reconstruirle el rostro y cuatro meses de hospitalización, Brianna volvió a su casa.

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Lo que vino después hizo que madre e hija enfrentaran una crisis humanitaria sin precedentes en Venezuela, la cual es determinante en la mayoría de los casos médicos que se atienden, principalmente, en los hospitales y centros de salud públicos.

En un país como Venezuela, enfrentar una enfermedad crónica representa casi una sentencia de muerte. El sistema de salud y la seguridad social están colapsados, la escasez de medicamentos es aguda y los que se consiguen son costosos a causa de la dolarización de los precios.

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La emergencia humanitaria deviene de la recesión económica y los conflictos sociales y políticos que amagan con profundizarse en el país. Con un salario mínimo mensual de aproximadamente 5 dólares y una inflación acumulada para el primer semestre de 2019 de más de 1.000%, recuperar la salud es una carrera contra el tiempo.

Huir de Margarita

Los exámenes médicos de Brianna arrojaron en marzo de 2018 que una pelotica estaba alojada fuera de su riñón derecho. El absceso medía 7 cm, pero había probabilidades de operarlo pese a que aún se desconocía si era maligno.

Anggi y su hija recibieron la primera atención médica en el Hospital Luis Ortega de Margarita. La llegada de la Semana Santa impidió que Brianna fuera intervenida, pero las excusas fueron aumentando y, luego de varias semanas, el tumor creció.

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Ya no se podía extraer, aumentó 25 centímetros en un mes y ya rozaba la médula espinal. De tocarla, podía quedar paralítica. Anggi aún tenía esperanza de que la masa fuera benigna, pero para el 18 de abril todas las ilusiones desaparecieron con un resultado negativo.

“Ya no se puede hacer más nada”, le dijeron los médicos sin siquiera iniciar tratamiento, pero la fundación Margarita Sonrisa hizo el contacto con la doctora Jazmín Millán en el servicio de Oncología del Hospital de Niños JM de los Ríos, en Caracas, y donaron los pasajes para que madre e hija viajaran a la capital lo más pronto posible.

Luchar por dos vidas

Tres días antes de partir a Caracas, Anggi se enteró que estaba embarazada nuevamente, pese a que se había colocado la T de Cobre. A veces podía ir a la consulta ginecobstétrica, según le permitían sus ingresos.

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Las quimioterapias de Brianna con Doxorrubicina comenzaron apenas fue recibida en el JM de los Ríos y se realizaban con regularidad cada semana. El momento más duro para Anggi, de apenas 20 años de edad, fue ver a su hija jalándose el cabello débil, que caía frente al espejo.

En agosto de 2018 culminaron las quimioterapias y comenzó el proceso para intervenir a Brianna y extraer el tumor, que ya había bajado a 12 centímetros. Las medicinas del embarazo de Anggi se las facilitaban las enfermeras del hospital infantil. También les tocó vivir la serie de apagones producto de las fallas en el Sistema Eléctrico Nacional, que dejó al 95% del país sin luz por más de100 horas.

El proceso se complicó mientras esperaban un cupo en terapia intensiva. Luego de un mes y medio de haber terminado las quimios, el tumor volvió a crecer y ya dificultaba la respiración, alimentación y movilidad de Brianna.

En el JM de los Ríos hacen falta desde antibióticos hasta guantes y jeringas. Las madres han protestado, además, por las fallas en el servicio de comedor y de agua, siendo este último un recurso vital para pacientes renales que se dializan en la institución, única con máquina de hemodiálisis infantil en el país. Las representantes junto a los pequeños pacientes han cerrado el acceso frente al hospital varias veces para hacer llamados a la directiva, que omite las exigencias y es apoyada por grupos irregulares afectos al oficialismo, denominados colectivos.

Las excusas de Miraflores

“El tumor le doblaba la columna, la morfina no hacía efecto, el tumor se había ocupado de su cuerpo”, relató Anggi, sentada en un mesón de la casa de un tío cerca de la avenida Panteón, en Caracas. Allí, donde antes había un taller mecánico, vivía cada vez que viajaba a la ciudad.

Anggi acudió a Miraflores en busca de ayuda para su hija, que veía lejos la operación y más cerca el sufrimiento. “No podemos obligar a la directora a que la operen porque no se aprobó el aumento de sueldo que solicitó el hospital”, fue la respuesta que recibió.

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En algún momento, el entonces ministro de Salud, Carlos Alvarado, la llamó para decirle que más tardar martes o jueves de esa semana su hija sería operada. Dos semanas después del contacto, eso no sucedió.

Por su parte, la directora del hospital JM de los Ríos increpó a Anggi que la conversación sobre el caso de Brianna debía tratarlo directamente con los médicos, no con ella. Mientras, los oncólogos insistían en retomar las quimioterapias. La madre de la niña se negó tajante.

“Mi mamá es mi bastón”

Anggi trabajaba como cajera en una panadería antes del embarazo de Brianna. Estudiaba Contaduría Pública en la Universidad de Margarita pero se retiró en el quinto semestre por la imposibilidad de costear el resto de la carrera.

Siempre tuvo el apoyo incondicional de su mamá, Ana Yanina Tirado, de origen peruano, con casi 30 años en el país y con estudios de contabilidad. “Es mi bastón, mi todo”, expresó, mientras su progenitora la observaba tranquila. Cuando le tocaba a ella referirse a su nieta, sus ojos se llenaban de lágrimas.

Durante el proceso de quimioterapia, “le decía a Dios que se le entregaba parada y que parada la quería de vuelta”. Y así era: Brianna volvía siempre de pie y sonriente. “Nunca hubo una quimio que la tumbara”.

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El papá de Anggi, Carlos Gutiérrez, se mostró decaído tras conocer la enfermedad de su nieta. Trabajaba como chofer y actualmente se dedica al mantenimiento de un hotel en Margarita. La madre trabajaba en una escuela como ambientalista, pero abandonó el empleo para dedicarse a apoyar a su hija.

Anggi conoció al papá de sus hijas siendo niños. El embarazo de Brianna ocurrió a los 17 años y, pese a que aceptó a la niña y vivía con ellas, nunca le dio su apellido ni le ayudaba económicamente, pues no trabajaba.

Ashley, la segunda hija de ambos, no estaba en los planes. Las discusiones comenzaron entre ambos tras saber de la existencia del cáncer de Brianna.

El inicio del final

El 10 de septiembre inició una campaña en los medios de comunicación. Periodistas se hicieron eco de la situación de Anggi y el nombre y la foto de Brianna con su enorme tumor en el abdomen se difundieron rápidamente en las redes sociales.

Al día siguiente, habilitaron el quirófano para la intervención, que comenzó pasado el mediodía. Pero en la madrugada del día siguiente, nadie sabía cuál era el estado de Brianna.

El tumor había tomado masa muscular. Lo primero que se conoció fue que Brianna convulsionó seis veces luego de ser operada. Tenía un edema cerebral “muy grande” y podía quedar en estado vegetal, pero había que esperar. La angustia se prolongó por un mes en terapia intensiva y luego la recuperación fue muy rápida.

Brianna ya movía las manos, labios y ojos. A los 15 días, hablaba y comía. A los 23 días, ya comenzaba a caminar de nuevo. Pero la angustia por su salud volvía a comenzar para Anggi.

La piel de la niña comenzó a tornarse de morado y empezó a sentir malestar. Para los médicos, era dengue, pero Anggi insistía en seguir indagando para hallar con el problema. La infección llegó a 10 mil unidades y fue entonces diagnosticada con Citomegalovirus, un virus herpes que sería tratado con Vancomicina. Superada esta etapa, iniciaron las radioterapias después del 11 de noviembre.

La ilusión regresó con la sanación de Brianna y la llegada de Ashley, su hermana, el 30 de noviembre del año pasado. Su última radioterapia fue el 3 de diciembre, a la cual acudió acompañada de su abuela, mientras su madre se recuperaba del parto en la Maternidad Santa Ana, en San Bernardino.

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“La más verraca del JM”

“El JM es una tercera casa, pasamos experiencias muy fuertes. Pero no solamente es Brianna”, aseguró Anggi, al referirse al hospital que la acogió con su hija por 7 meses. Instó a las madres a exigir sus derechos: “Deben tener valor de denunciar, más temor es perder a nuestros hijos, que luchen, que no pierdan la fe, no me importaba pelear, caminar, que salgan a las calles”.

“De cuatro niños que compartían cuarto con Brianna en el hospital de Margarita, la única que sobrevivió fue ella”, recordó Ana Yanina, su abuela. “En el JM decían que era la más verraca”, dijo Anggi entre risas.

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A finales de junio de este año, regresó a Caracas con el susto en el pecho de volverle a hacer una tomografía de control a Brianna, para descartar la reaparición de la enfermedad. Pudo regresar a Margarita tras conseguir la donación de los pasajes, acompañada de una Brianna fortalecida y sana.

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Su abuela le atribuye su sanación al Señor de los Milagros, santo típico de su natal Perú. “Dios le pone pruebas al que las puede resistir, nos aferramos desde el comienzo y nunca hubo un ‘no’. Estoy orgullosa de mi hija”, reconoció Anggi, tomada de las manos, visiblemente conmovida.

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