¿Se imaginan el sonido de centenares de abejas haciendo miel, o el color de un volcán nevado en el atardecer? A veces, me siento tan abrumada por todo lo que veo y aprendo que me cuesta escribir y la cámara se convierte en mi refugio y letra. Por eso, esta columna es una galería de nuestro día libre en el campo.
No todo es trabajo. Viajar como voluntarios tiene reglas muy claras que se establecen con el anfitrión antes de llegar al lugar. Donde estamos ahora es sencillo: se comienza a trabajar a las 8 de la mañana, luego del desayuno, en diversas labores, desde el aserradero hasta la limpieza del guano de los conejos, pasando por cosechas -mi actividad favorita-, plantaciones y riegos, a la 1 de la tarde nos sentamos a almorzar y después de eso estamos libres.
No les voy a mentir, siempre ayudamos en las tareas del campo luego de cumplir nuestras horas de trabajo (5 diarias). Aprendemos, compartimos y sobre todo, no nos aburrimos. Ocupamos nuestros días libres -2 por cada 5 días trabajados- en descansar, el trabajo pesado tortura la espalda de Miguel por lo que hacer siestas en la hamaca y pararse tarde la cama, también es una obligación. Aprendimos, un poco a los golpes, que estar saludable es el ítem número uno en la lista de nuestros indispensables para viajar.
Pero, gracias al verano y su luz eterna, despertarse a las 11 de la mañana no te hace sentir que perdiste todo el día: aún quedan, al menos, 10 horas de sol radiante. Así nos pasó el domingo pasado, y como tuvimos sueños reparadores, tuvimos energías para cultivar miel, hacer senderismo hacia una cascada sin agua, jugar fútbol y ver un par de volcanes coloreados de rosado, frente a un mar cálido y sereno.
Se los dejo en fotos, porque en este paseo las únicas anotaciones que hice fueron entre obturador y diafragma.
Aunque era de noche, la Luna llena nos hizo creer que nunca oscureció.
Katya, nuestra anfitriona, posa junto al almuerzo, pichanga: papas fritas cubiertas con carne, pollo y cochino ahumado, con cebollas fritas, tomate y aguacate.
Mi sombra con el traje para hacer apicultura.
Luis, nuestro anfitrión, cosechando miel.
Abejas en sus colmenas.
Las colmenas son recargadas con nuevos marcos para que las abejas sigan haciendo miel.
Luego de la recolección, se llevan para almacenarse.
Kelly, otra voluntaria como nosotros, camina por un sendero a una cascada.
Por el verano, la cascada no tenía agua y pudimos ver la magnitud de la erosión natural que hace sobre la tierra.
Nos dedicamos a ver.
Sobre la cascada, la vista es del bosque y la bahía de Quemchi.
Seguimos el sendero.
Y nos condujo a un campo de fútbol.
Nos fuimos a la playa de Lliuco, una población en la carretera de la costa de Chiloé.
Vimos el atardecer, el mar y los volcanes Calbuco y Osorno.
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