Salud

Detrás de cada seno extirpado sigue latiendo un corazón

Octubre es el Mes Rosa, designado así por la Organización Mundial de la Salud para promover la prevención y respaldar la lucha contra el cáncer de mama. En Venezuela, la Fundación Trofeo Viviente canaliza esfuerzos socioproductivos de mujeres aquejadas por este mal y les provee de la mejor medicina: el ánimo para seguir adelante

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Daniel Hernández

El cáncer de mama sigue siendo la primera causa de muerte entre las mujeres venezolanas. Estadísticas de la Sociedad Anticancerosa de Venezuela reflejan que diariamente se detectan 19 nuevos casos y 8 pacientes mueren por esta enfermedad. Sin embargo, reiteran los expertos que con diagnóstico y tratamiento tempranos esta patología puede superarse.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció octubre como el Mes Rosa, con el objetivo de impulsar la lucha y la prevención de la lucha contra el cáncer de mama. Se estima que cada año se detectan 1,38 millones de nuevos casos en todo el mundo y 458.000 muertes por este mal.

En Venezuela, un grupo de mujeres sobrevivientes de la enfermedad, agrupadas en la Fundación Trofeo Viviente, decidieron unirse para brindar apoyo a las pacientes oncológicas, ofreciéndoles, dicen, la mejor medicina: el ánimo para seguir vivas.

Todas las fotos de esta nota son de Daniel Hernández / @danielimagengrafica

“Perder un seno no es perder la vida”

Regina Stanila fue diagnosticada con cáncer mamario en el año 2010. Fue necesario realizar la mastectomía radical de su seno izquierdo. Se sometió a todos los tratamientos que le indicaron, incluidas las quimio y radioterapias. Ella tenía una meta: ganarle la batalla la enfermedad.

En su cabeza rondaban muchos proyectos por desarrollar. El más importante: cuidar a su familia, especialmente a sus dos hijos, para entonces de 8 y 12 años, respectivamente.

Regina tenía un taller de costura y, junto con amigas, se diseñó un sostén con prótesis externa, que tras la operación le sirvió para mejorar su apariencia a la hora de vestirse. Se sintió tan cómoda con su invento que decidió ayudar a otras mujeres mastectomizadas, ofreciendo tanto los sostenes como las prótesis. Su intención era que dejaran de usar trapos, medias enrolladas o saquitos de alpiste -tal como ella lo hizo en su momento- para rellenar el espacio del seno que les faltaba.

Pero su proyecto no se quedó allí. En sus visitas a hospitales y conversando con las mujeres que recibía en su taller, Regina se dio cuenta de que había mucha desinformación sobre este tipo de cáncer. Por ello decidió crear la Fundación Trofeo Viviente, a través de la cual ofrecía talleres y promoción de grupos de apoyo, al tiempo que proseguía con la fabricación de los sostenes.

También tuvo la idea de crear el Corazón Verde de la Esperanza, símbolo que representa la mujer mastectomizada, con la idea que sirviera como un alerta clínico, para que, en caso de emergencia, se cumpliera el protocolo médico necesario. Con el Corazón Verde se planteó crear una aplicación que permitiera acceder al historial clínico y a la información personal de las pacientes.

“Podemos perder un seno por el cáncer, pero lo que no podemos perder es la alegría de vivir. Lo externo tiene solución. Lo importante es la vida y a ella debemos darle el lugar que le corresponde. Arriba, siempre arriba. Les envió un recordatorio: no nos veamos con los ojos de los demás. Cuando comencemos a vernos con ojos propios, descubriremos un mundo maravilloso. Somos más que una sobreviviente: somos un trofeo viviente. Recuérdenlo siempre”.

Ese es el espíritu de la reflexión con la que Regina Stanila acostumbraba a terminar sus charlas y entrevistas.

A principios de 2020, a esta ganadora de mil batallas le fue detectado un tumor cancerígeno en el ovario derecho. Se sometió nuevamente a tratamientos y exámenes que ya conocía. Pero al ver que no rendía los resultados esperados, decidió suspender todo y pasar más tiempo con su familia, con sus amigos, en el calor de su hogar.

El 4 de julio pasado, Regina Stanila falleció víctima del cáncer, satisfecha del trabajo cumplido y de su legado.

Somos trofeos vivientes

La desaparición física de Regina no detuvo la misión de la Fundación Trofeo Viviente, actualmente encabezada por Marianna Molinar (hija de Regina) y Karina Maiquetía, su socia en el taller de costura. Las acompaña un pelotón de mujeres que en un momento dado recibieron su apoyo para calmar sus miedos, superar la enfermedad y seguir apostándole a la vida.

El grupo realiza constantes reuniones, hablan de sus experiencias personales con la enfermedad, debaten sobre los tratamientos, exámenes, síntomas, como si fueran médicos. Saben de las medicinas, de la situación de los hospitales y de los altos costos de las clínicas privadas.

Coinciden en que las dos primeras preguntas que les pasaron por la mente al ser diagnosticadas con cáncer de mama fueron: “¿Dios, por qué a mí?” y “¿Me voy a morir?”. Reflexiones que, en cada caso, llegaron con lágrimas.

Confiesan que, al principio, el miedo era una sensación avasallante. Pero que el diagnóstico temprano, el apoyo de familiares, amigos, de los buenos médicos que las trataron y el acompañamiento de Trofeo Viviente les hicieron comprender que pueden ganar la batalla.

Durante el Mes Rosa, este grupo de mujeres habló con El Estímulo. Pero no para contar la parte cruel de este mal, sino para dar a conocer su experiencia de superación, de las ganas de vivir, con el objetivo que sirva de ejemplo a otras mujeres afectadas por esta enfermedad. De seguido, algunas de sus historias.

Tres hermanas y un mismo diagnóstico

Maribel Jaspe tiene 52 años de edad. Casada, sin hijos. En 2016 le fue diagnosticado cáncer de mama, la misma enfermedad que ya padecían sus hermanas María de los Ángeles y Milagros, de 48 y 56 años de edad, respectivamente.

“Durante un tiempo, yo me encargué de atender a mi hermana menor, María de los Ángeles, cuya salud estaba más quebrantada. Ella tenía una hija pequeña. Mi otra hermana, Milagros, también pasaba por el mismo proceso, pero su caso se veía menos complicado. También era madre de una niña. Un día sentí una pelotica en uno de mis senos. Fui al médico y me dijo que yo padecía la misma enfermedad y que había que actuar rápido. Inicié el tratamiento y me recomendaron operarme, para hacerme una mastectomía”, relata Maribel.

Recuerda que llegó un momento en que las tres hermanas cumplían los mismos tratamientos. Pero, lamentablemente, no con iguales resultados. “En el 2018 falleció mi hermana menor y en 2019 mi hermana mayor. Me operé, recibí tratamiento y superé el cáncer. Yo no tuve hijos propios, pero soy la madre de mis dos sobrinas: una niña de 7 años que me dejó María de los Ángeles y una bella jovencita de 15 años, hija de mi hermana Milagros. Las dos viven ahora conmigo”.

Supo de la labor de Trofeo Viviente a través de las redes sociales, vino en busca de un sostén con prótesis, pero encontró más que eso. “Aquí me dieron apoyo, ánimo y me hicieron entender que yo soy más que un seno”.

Agradecida por vivir

María Luisa Rosas, de 57 años, es casada y tiene dos hijos varones. Se enteró de que tenía cáncer de mama en 2017. Pensó que moriría ese año. Debió pasar por distintos hospitales, clínicas, laboratorios.

“Sentí una dureza en el seno, me mandaron a practicarme una ecografía y luego una biopsia. Cuando le entregué los resultados al doctor y me dijo que era positivo, lloré. Lloré muchísimo. Estaba acompañada por uno de mis hijos. Luego me calmé. Recuerdo que eran los 3:45 de la tarde y me dije: ‘Ya me cambió la vida, ahora viene una pelea, que voy a ganar’. Y aquí la voy ganando, agradecida con Dios por esta nueva oportunidad de vivir”.

“Yo te voy a acompañar”

Mercedes Hidalgo tiene 52 años de edad. Este año pensaba emigrar a Argentina. “Vivía en el interior del país, ya había decidido irme y quise pasar unos meses con mi familia, pues no sabía cuándo volvería a verlos”, señala.

Un día sintió un bultito en el seno. “No le di mucha importancia, luego observé que me salió otra pelotica y fue cuando me asusté. Fui al médico y me mandó a realizar una mamografía y un eco. La doctora que me atendió me dijo: ’Lo que tienes allí no es bueno: tienes cáncer’. Llegué a la casa y lloré. Pensé que solo tenía dos caminos: entregarme a la enfermedad o enfrentarla y curarme. Comencé a planificar mi tratamiento”.

Conociendo lo que se le venía -la operación en la que le vaciarían el seno, las quimio y las radioterapias-, pocos días después del diagnóstico Mercedes decidió asistir a una fiesta y brindar por la vida. Era consciente de que luego le tocaría guardar mucho reposo.

Fundación Trofeo Viviente

“Recuerdo que sonaba una canción de Oscar D’ León y me sacó a bailar un caballero. Hablamos y se interesó en mí. Él también me gustó, pero tenía que ser sincera y le dije: ‘No sé cuáles serán tus intenciones, pero quiero que sepas que tengo cáncer’. Me respondió: ‘No hay problema, yo te voy acompañar’. Y hasta el día de hoy se encuentra a mi lado, es mi pareja actual. Considero que el apoyo de un compañero, de la familia, es muy importante en todo este proceso”, afirma Mercedes.

¡Hermana, estoy aquí!

“Mi nombre es Anaís Huerta. Tengo 43 años y soy casada, madre de 4 hijos y abuela de 5 nietos. En mi caso, lamentablemente, al comienzo de mi proceso estuve sola, ya que mi familia -hijos y esposo-, hasta ahora, no sé si por miedo o porque no les interesaba, no me apoyaron. Mi madre y mis hermanos viven en el oriente del país y no podían acompañarme. Fui diagnosticada con cáncer de mama en 2017. Los médicos me indicaron que no había tiempo que perder, que debía operarme de inmediato”.

Anaís recuerda que al salir de esa consulta, al recibir la noticia, no encontró a nadie que la abrazara ni que llorará con ella. Llegó a casa e indagando en el historial familiar se enteró de que su abuela, una tía y su hermana mayor habían sufrido la misma enfermedad.

“Llegó el día de la primera cita en el hospital Luis Razetti. Era un momento complicado, pues los médicos estaban en paro, los equipos no funcionaban y comenzaba a escasear los medicamentos. Me senté en la sala de espera, veía a los demás pacientes acompañados por sus familiares y yo me preguntaba: ‘Dios, por qué a mí, por qué sola en estos momentos’. Y de repente, por el pasillo, vi llegar a una mujer conocida: era mi hermana mayor. Me dijo: ‘Hermana, estoy aquí, contigo, para acompañarte’ ”, rememora Anaís.

Refiere que en ese momento gritó y lloró en brazos de su hermana, que la acompañó durante todo el proceso, junto a un antiguo novio de su adolescencia. “Fue tanta la emoción de ese momento, de ese encuentro con mi hermana, que las demás pacientes y sus familiares también lloraron, compartieron mi felicidad. Hoy, ya he superado la operación y los tratamientos, celebro la vida y mis ganas de ser feliz”.

Los 15 años de mi hija

Nilda Orante, 59 años de edad. En el año 1998 la diagnosticaron con cáncer. Los médicos le recomendaron mastectomía radical del seno derecho, seguida de quimio y radioterapias.

“Yo tenía 36 años de edad, estaba felizmente casada y con dos hijos. Cuando recibí el diagnóstico, estábamos en plenos preparativos para la fiesta de 15 años de mi hija. Yo no quería arruinar ese momento, por lo que decidí no decirle nada a mi familia. Días después de la celebración, reuní a la familia y los puse al tanto. Todos me apoyaron e inicie el proceso”.

Recuerda Nilda el momento en que le hablaron de la operación y de la eliminación del seno. “Yo le dije al médico: ‘Si quiere me quita los dos, si con eso tengo la oportunidad de vivir y poder criar a mi hijos’. Fue un proceso duro, pero no es imposible de superar. Hoy en día soy abuela, tengo tres nietos. Mis hijos se fueron del país y formo parte del equipo de apoyo de Trofeo Viviente”.

Fundación Trofeo Viviente

“Hijo, córtame el pelo”

Omaira González, paciente oncológica, tiene 62 años. Divorciada, con un hijo y un nieto. Se considera una mujer muy coqueta y dice que desde siempre ha sido muy cuidadosa con los exámenes de prevención. Pero que un día encontraron algo que no gustó a los médicos.

“Fui diagnosticada en 2011. Me explicaron todo lo que sucedería y busqué datos en internet. Me informé sobre las secuelas, entre ellas la pérdida del cabello, por la reacción a las quimioterapias. Un día, estando en casa, le dije a mi hijo: ‘Córtame el pelo, pásame la máquina’. Él me respondió: ‘No, prefiero pagarle a una peluquera’. Pero insistí y él me lo cortó. Allí estaba mi nieto y cuando me vio con la cabeza rapada me dijo: ‘¡Abuela, qué bella te ves!’. En ese momento, agarré fuerzas y supe que sería vencedora”, narra González.

Asegura que nunca usó turbantes, gorras ni sombreros para ocultar su calvicie. Ni siquiera cuando iba a la playa. “No lo niego: sentí miedo, lloré, pero siempre supe que de cáncer no iba a morir. Me sigo arreglando para estar bonita y estoy orgullosa de ser un trofeo viviente”, afirma.

“No es una erupción, es cáncer”

La historia de Maritza González como paciente oncológica comenzó en 2015, cuando en uno de sus senos apareció una erupción que, al principio, trató con cremas que aliviaban la picazón, por recomendación de médicos dermatólogos.

“Hasta que un día visite un mastólogo y me dijo: ‘Eso no es una erupción, es cáncer, y hay que actuar rápido’. Me hicieron la biopsia y dio positivo. Recibí las primeras quimioterapias, pero no me pude operar en el tiempo establecido, por lo cual me vaciaron el seno de emergencia. Mi recomendación es no dejar pasar el tiempo, buscar ayuda especializada de inmediato, pues eso acrecienta la posibilidad de vivir”.

La enfermedad más temida

Sonsiret Rodríguez, de 44 años, se enteró el 21 de diciembre de 2018 de que sufría cáncer de mama.

“Realizándome una autoexploración, descubrí una pelotica en mi seno. Me practiqué todos los exámenes y, al final, el médico me dijo: ‘Tienes la enfermedad que nadie quiere. Es cáncer’. Lloré, investigué todo lo que pude, me sometí a la operación y me dijeron: ‘Saliste muy bien, no requieres quimioterapia’. Mi esposo se encargó hacer las curas de mi herida y hoy, juntos, celebramos la vida”.

“Mamá, honraré tu legado”

Marina, la hija de Regina, era muy pequeña cuando le dieron a su madre la noticia de su enfermedad. Corría el año 2010. “Yo era una niña. No tengo un mal recuerdo, pues ella hizo todo lo que tenía que hacer para vivir. Luego, en 2011, mi mamá crea Trofeo Viviente. Me siento orgullosa al saber que ayudó a tantas personas”.

Ese año, su mamá tuvo una recaída. “Hablaba con mi mamá sobre la fundación, me dijo que no me preocupara, pero yo le prometí que continuaría su legado. Gracias a Dios, tengo muchas aliadas y las pacientes oncológicas siempre tendrán un apoyo en Trofeo Viviente”, señala Marianna.

Decididas a continuar

Karina Maiquetía, compañera de la fundadora en el taller de costura, asegura que Trofeo Viviente continuará ofreciendo todos sus servicios.

“Vamos a continuar el legado de Regina. En estos tiempos hemos tenido problemas con los materiales para confeccionar los sostenes y prótesis, pero estamos resolviendo. Vamos a diversificar la colección, incorporando trajes de baño y pijamas”, explica.

Fundación Trofeo Viviente

Añade que mantendrán los talleres y seguirán impulsando el Corazón Verde, como símbolo de esta lucha de amor, fe y constancia.

Apoyo solidario

Helmer Rodríguez también es paciente oncológica y activista de Trofeo Viviente. Además de apoyar todos los programas de la fundación, recorre los hospitales públicos ofreciendo ayuda a las afectadas por el cáncer de mama. Promueve enlaces entre las pacientes y centros de salud, recauda medicamentos para donaciones y capta recursos para el pago de exámenes que las mujeres no pueden costear.

Fundación Trofeo Viviente

“Quiero invitar a las mujeres y a las familias que experimentan este proceso a que nos contacten a través de las redes sociales de Trofeo Viviente. Aquí estamos para servirles”.

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