Opinión

Güiria: Que sus muertes no sean en vano

Lo que más me devastó fue saber de la madre muerta abrazando a sus hijitos muertos. Me afligió como venezolana, como mujer y, sobre todo, como madre. La maternidad quizás es el instinto más fuerte que existe

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Me he sentido desolada desde el 13 de diciembre, cuando leí el tuit de mi amiga Rocío San Miguel sobre el naufragio de Güiria:

“Continúan apareciendo cuerpos de personas del naufragio frente a las costas de Güiria. Las imágenes son desgarradoras. Una madre abrazando a sus dos hijitos. No los soltó. El gobierno habla de 11 cadáveres, pero hoy el mar ha devuelto más cuerpos… Muy triste esta historia”.

Y es que la historia es triste por todas las razones. Es triste por la desesperación de la gente de irse de Venezuela, cuando sea y como sea… Aquel país donde durante el siglo XX todos querían venir, hoy casi todos se quieren ir, o, al menos, han considerado irse, con lo que implica dejar una vida hecha y volver a empezar de nuevo en un lugar donde tantas cosas les son ajenas.

Es triste, porque estamos repitiendo la historia de los balseros cubanos que durante casi cinco décadas vimos como algo ajeno, terrible, pero lejano: personas que preferían morir deshidratadas o devoradas por tiburones, que quedarse en Cuba. Aquí, a sabiendas de que el paso por la Boca de Dragón -el estrecho marítimo entre Venezuela y Trinidad- es un mar peligroso, con oleajes fuertes, encontrados, altas mareas y fuertes vientos, muchos se han arriesgado a atravesarlo, con conciencia plena del riesgo que ello entraña. No es el primer naufragio en esa zona, ni será el último.

Es triste, porque las familias siguen desintegrándose. Ya no existe un solo venezolano que no tenga un pariente cercano fuera del país. Nosotros que éramos “familieros”, ahora nos resignamos a ver vía web bodas, bautizos, primeras comuniones, graduaciones, cumpleaños y hasta entierros. Los abrazos ya no existen. Las soledades crecen día a día. Somos los huérfanos del mundo: estamos faltos de padres, de hijos, de hermanos, de primos, de amigos.

Es triste, porque la desesperación nunca ha sido buena consejera: así hemos visto cómo jóvenes -hasta menores de edad- son captadas por tratantes de blancas de muchas partes del mundo para convertirlas en esclavas sexuales. Me imagino que sucede lo mismo con varones. Entre Trinidad y Venezuela existe un negocio redondo de estas mafias. La mayoría salen de aquí con ofertas de trabajos que resultan en este infortunio.

Es triste, porque la mayoría de quienes se van son jóvenes… ¡Pobre del país del que se marcha su juventud! Es algo así como si se fuera el futuro. Lo he escrito antes y lo repito ahora: con cada joven que se va, hay un pedazo de patria que se muere.

Pero lo que más me devastó fue saber de la madre muerta abrazando a sus hijitos muertos. Me afligió como venezolana, como mujer y, sobre todo, como madre. La maternidad quizás es el instinto más fuerte que existe. A lo largo de la historia se repiten historias de heroísmo, sacrificios y amor incondicional. Mi mente se fue muy atrás, a los moldes que hicieron con los vacíos encontrados entre las cenizas del volcán Vesubio, en Pompeya, donde hay tantos de madres abrazadas de sus hijos. Pensé en las madres judías durante la Segunda Guerra Mundial, que entraron con sus hijitos a las infames “duchas” de gas, para morir con ellos. En las que han corrido por las calles de todo el mundo durante bombardeos, buscando a sus hijos, aún a riesgo de sus propias vidas. Así sería la fuerza con la que esa madre venezolana se aferró a sus hijos, que ese mar salvaje no los pudo separar.

De esa tragedia –y de tantas otras- tenemos que sacar fuerzas para reconstruir el país. Tanto sufrimiento no puede ser en vano. Hoy lloramos a nuestros compatriotas muertos, por los que nadie responde… ¿Quién va a responder, si aquí en los últimos años nadie responde por algo ni por alguien? ¿Qué van a responder?… ¿Qué se fueron de “paseo” y que tuvieron “mala suerte”, mientras campanean sus güisquis de 18 años y comen toda suerte de delicatesen en el Hotel Humboldt?

El mejor homenaje que podemos rendir a su memoria es prometernos que no vamos a perder las esperanzas y que todos vamos a remar en la misma dirección… que es la opuesta a la que lleva este régimen que cada día asesina las ilusiones, los anhelos y el optimismo de los venezolanos. Que las muertes de tantos venezolanos no sean en vano.

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