Cultura

Hora de aventura y otros asuntos sin importancia que no valen la pena leer

La series están de moda. Y todos hablan de serie, y todos ven Game of Thrones. Todos la aman, todos la denigran. Yo me aburro un poco con sus diálogos alargados, que estiran los minutos para alcanzar el tiempo prometido. Pero le agradezco los dragones, a la divina Daenerys y la recreación de un mundo complejo. ¿Por qué no agradecer cuando se intenta hacer algo distinto que supera un poco el nivel de inteligencia de Sábado Sensacional? Es decir, entiendo que se critique la serie, a mí tampoco me fascina, pero de allí a bombardearla con saña demoledora, ya me parece un exabrupto. Yo no me clavo puñales, la veo, la disfruto y si me aburre un capítulo, me quedo dormido.  

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Foto: www.mejoreseries.com

Todos somos críticos. Pero fíjese: a veces me parece que se critica algo no por ese algo en sí, sino por lo que le rodea. Ese algo es una excusa para dejar salir el odio hacia otros, por ejemplo. Sí, esa excusa es como un escudo del odio. No sé, así me parece que ocurrió con el asunto de Pin Pan Pum (o como quiera que se escriba). Lo mismo con Game of Thrones. Usted no odia a Game of Thrones, sino al que escribe alabando la serie. A usted no le encanta Pin Pan Pum, usted detesta a una persona específica que escribió en contra o favor de la novela. Por eso no me como mucho el cuento de que el revuelo de artículos, respuestas y comentarios en las redes es bueno y sano porque demuestra riqueza de criterios y que estamos vivos o algo por el estilo. No, eso no termina de convencerme.

¡Y atención!  No digo que el disparador sea el odio en todos los casos. Digo que en algunos me ha parecido que es así. Algo parecido me pareció ver con la más reciente cinta de Mad Max. La película estuvo bien, no me pareció una gran obra maestra, la disfruté y ya. Pero cuando la exaltación alcanzó niveles de asombro, pues de inmediato comencé a detestar la película. Pero no por la película, sino por sus radicalizados acólitos. Como ve, a todos nos pasa. No es la película, es la gente.

Vi Stranger Things. ¿Saben que le agradezco? Que los diálogos son precisos y no funcionan como relleno. Al contrario que en Game of Thrones.

En algunos momentos, eso sí, me pregunté si ya no había visto todo eso. La vuelta al pasado no me parece mal, un daño blasfemo o una enfermedad del siglo XXI, pero cuando esa vuelta al pasado no hace sino repetir lo ya visto, pues no sé si los productores le tienen miedo o subestiman al llamado gran público o si de verdad siempre es más fácil no pensar mucho e imitar lo que otros ya hicieron. A veces pienso que hemos asumido demasiado la famosa frase del «Ya todo está hecho». A veces pienso que es una gran excusa para la pereza. Y no sé si me equivoco, pero también en ocasiones he creído que saber demasiado, que haber visto todo (o creerlo o pretenderlo), que haber leído todo (o creerlo o pretenderlo), que tener todas esas cosas en la cabeza, en ocasiones no es lo más conveniente. Y no es anti intelectualismo; lejos estoy de eso. Es que a veces pienso que hace falta cierta ignorancia o inocencia para crear. Sí tengo la convicción de que el creador debe estar informado, estar al tanto sobre lo que se está haciendo y se hizo, pero también, en ocasiones, tengo la sospecha de que un poco de ignorancia, de inocencia, es necesario. Quizás porque ese trozo de ignorancia que concedemos nos vuelve atrevidos, temerarios, nos lleva a crear sin miedos, sin complejos. No sé, la muerte del autor es cosa de gente demasiado inteligente. Pero cuidado, posiblemente me equivoco, posiblemente esté diciendo disparates.

Y luego está el mito de lo verosímil. Más que ante un dilema de realismo, en ocasiones me parece que estamos antes un tema de verosimilitud. La gente quiere que hasta lo fantástico-maravilloso sea verosímil. Game of Thrones es una serie realista de fantasía. Es decir, la serie intenta ser verosímil, cuadrar con la realidad, que todo obedezca a las leyes de la razón y de la física. Es tan real que es política.

En ese sentido, la vuelta al pasado de la postmodernidad pareciera muy de la modernidad: exalta la razón, las leyes físicas y biológicas, la ciencia como infalible. Usted me dirá, ¿y el dragón? ¿Qué leyes físicas y biológicas van con el dragón? El dragón, como yo lo veo, sigue siendo verosímil y realista. Nuestro dragón no sale de otra dimensión al fondo de un pote de cotufas justo cuando un perro amarillo termina de comerse la última cotufa, ¿me explico? Cosas de tal calibre sí ocurren en Hora de aventura, esa inverosímil serie de Cartoon Networks creada por Pendleton Ward, quien también ha trabajado como guionista en Un show más y Gravity Falls.

En Hora de aventura lo verosímil es apenas un hilo. El show se atreve, se atreve en el absurdo, en la maravilla. Cuando veo alguno de sus capítulos, pienso que sólo saliéndose de esa dictadura de lo verosímil se logra el asombro y una estética fresca. ¿Que ya lo hicieron los surrealistas? Sí, quizás. Pero en más de una ocasión he pensado que debemos volver a los surrealistas, o más bien, que de los surrealistas (y los dadaístas) hemos aprendido poco y nos ha quedado poco.

Lo verosímil se ha tragado todo el pastel. Lo verosímil lo quiere todo explicado, nada cabeza abajo, nada raro, nada fuera de lugar. Lo verosímil se ha vuelto aburrido, pero más que aburrido, lo verosímil se ha vuelto infértil y poco artístico. Mi novela El dedo de David Lynch empieza con un dedo a la orilla del mar, y con una pareja que recoge el dedo y se lo lleva. Alguno pensará que a nadie se le ocurre hacer algo así. Justamente eso era lo que yo quería: que una pareja hiciera «algo así» y que, a partir de un hecho poco verosímil, se creara una novela, y que además, el lector se la terminara creyendo. No sé si lo logré, pero a eso juego con frecuencia. También, alguna vez en un encuentro con unos estudiantes, una chica me dijo que en Piedras lunares había leído historias que no eran exactamente del género negro y que además no eran verosímiles. Sí, claro, ¿qué de verosímil puede tener un cuento protagonizado por un merodeador invisible que sienta su culo desnudo en los sofases de las casas ajenas a manera de callada venganza?

Por eso, Hora de aventura me parece que es lo mejor que se ha venido haciendo en series desde 2010 (y hay otras,  por supuesto, increíbles, impresionantes, pero acá sólo hablo de ésta). Allí están sus puertas dimensionales, sus personajes delirantes (Dulce Princesa, por ejemplo, está hecha de goma de mascar y tiene entre 13 y 800 años), su flexibilidad argumentativa donde entra lo onírico, lo absurdo y el humor, así como la recreación de sus mundos, de sus paisajes. En ocasiones, también me parece que esa libertad creativa alcanza cuotas profundas del inconsciente que llegan a resultarme poderosamente simbólicas. No sé, pensemos en Prismo, un personaje que es una silueta en una pared, pero su único ojo es azul y su «piel»/sombra es rosada. Prismo, extraño genio sin lámpara, concede deseos, pero tales deseos pueden variar si no son específicos. Vive además en el Cuarto del Tiempo y le hace compañía el Búho Cósmico. Desde ese cuarto, Prismo puede lanzar ondas de tiempo a otras dimensiones y cambiar el curso de los eventos. Y no se hable de lo que es el Cuarto del tiempo y el Búho Cósmico. ¿Cuánta verosimilitud le pide usted a esto? No lo sé, lo que sí le puedo decir es que Hora de aventura, tal como me escribió el poeta Jairo Rojas Rojas en mi muro de Facebook, es inspiradora.  

Y bueno, nada, siga criticando Game of Thrones. Yo con quedarme dormido tengo. Tampoco me mato por las discusiones intrascendentes de las Liga de los hombres extraordinarios que pululan en las redes. Esto es lo que pienso, es mi opinión, y sí usted sabe más que yo, bien por usted. Yo no soy la gran cosa. Ah, también le digo, cualquier disparate (vuelvo a usar la palabra) no es arte ni creatividad ni genialidad, pero tampoco cualquier intensidad que pase por seria es necesariamente una obra maestra.

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