Internacionales

La muerte retardada

Ir a Cuba a tomarse una foto con Fidel antes de que muriera era ya un viaje de turismo desesperado. 

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Cenizas de Fidel Castro
Foto: EFE

Hay quienes tienen la ilusión de que la muerte es un hecho planificado por la providencia. El final. Minuciosamente decidido por un orden divino. Ni un segundo menos, ni un segundo más de sufrimiento, de lección, de experiencia, de compañía.

Siempre queda la duda. Aún el más escéptico se ha hecho la pregunta: será que son reales las leyes del karma? Será que cada sufrimiento ha sido escogido para ser protagonizado por alguien que hasta que no concluya su misión, no puede irse?

Esta vez no. Si alguna vez la muerte fue inoportuna fue esta. Si alguna vez fue irrelevante, a destiempo, sin consecuencias, fue esta vez. Fidel Castro tomó el poder, esperanzó al mundo, se adueñó de la isla, fusiló a miles, encerró a cientos de miles, arruinó la vida de millones, por más de cuarenta años.

Luego, al enfermar, transfirió el poder a su hermano. Y ya luego de eso, lo que iba a cambiar en Cuba con el sistema infernal que legó, cambió: apertura diplomática con Estados Unidos, capitalismo de estado, etcétera. Ya se había convertido en un muñeco de cera en un museo exclusivo para él.

Ir a Cuba a tomarse una foto con Fidel antes de que muriera era ya un viaje de turismo desesperado. Los viajeros pasaban por La Habana, se tomaban la foto con el barbudo, y seguían a Disney, a tomarse la próxima con Mickey.

Cientos de miles murieron sin ver que se hacía justicia por la tragedia que vivió su país. De la mayor parte del fervor que le apoyó por décadas apenas quedan solemnidades, si acaso.

No hay un sólo periódico serio en el planeta que haya versado sin criticismo al mesías caribeño, que primero por la guerrilla, y luego por la democracia, se empeñó en usar la demonización de Estados Unidos para cultivar gobiernos autoritarios, personalistas, sin libertades.

Fidel ha muerto y ya el neoliberalismo está pasado de moda. Ya nadie piensa que Stalin o Lenin tenían razón. Ya nadie cree que las revoluciones deben hacer pasar hambre a nadie. Ni cárcel.

Ya nadie justifica robarse un país.

A veces la longevidad es una mala idea.

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