El siglo XXI nos ha tomado por sorpresa. Y eso que, visto en la distancia, Venezuela fue un tubo de ensayo, un espejo en el que las naciones del mundo entero pudieron haber visto el peligro de las tendencias regresivas de la población que a caballo sobre el populismo podían destruir la democracia, el entendimiento mutuo y el progreso de las sociedades. Pero ya las fuerzas regresivas están en pleno movimiento, en todas partes, en muchos países, y tienen el rostro del miedo, de la irracionalidad, de la incertidumbre, de la desconfianza. Se llaman proteccionismo, nacionalismo, autoritarismo, militarismo, populismo, fanatismo, polarización. Como señaló recientemente el profesor suizo Dirk Helbing, es “un mundo roto”.
El gran avance humano y material de la última mitad del siglo XX nos acostumbró a pensar de manera tan habitual en el progreso y en la evolución de la consciencia que hemos perdido la perspectiva y la capacidad de ver que no es sólo posible el estancamiento sino el franco retroceso de la civilización. La historia de la humanidad es una acumulación oscilaciones. Como indica E.R. Dodds en su libro Paganos y Cristianos en una Era de Ansiedad, “cuando Marco Aurelio subió al poder, ninguna campana sonó para alertar al mundo que la pax Romana estaba punto de terminar y ser sucedida por una era de invasiones bárbaras, guerras civiles sangrientas, epidemias recurrentes, inflación galopante e inseguridad personal extrema.”
El siglo XIX había producido un hecho insólito en la historia de la humanidad, algo absolutamente nuevo en los anales de la civilización: la Paz de los Cien Años, entre 1815 y 1914. Antes de ello, la guerra había sido la condición natural. Como señala Kark Polanyi en su obra La gran transformación, esa paz descansó sobre un sistema de balance de poder entre las grandes potencias, el patrón oro internacional, el mercado autorregulado y el Estado liberal. Pero ese orden colapsó y llegó a su fin con la conflagración más sangrienta y violenta nunca antes experimentada: la primera guerra mundial. El efecto antiglobalizador y proteccionista que de allí continuó condujo a una reducción del comercio mundial a menos de un tercio del que había existido anteriormente y a la Gran Recesión de 1929-1934 que disminuyó el empleo a cifras aterradoras, frustró el comercio y la economía internacional y facilitó el ascenso de los totalitarismos.
El perfil de la Venezuela que escogió el pueblo venezolano cuando eligió a Hugo Chávez como Presidente es un espectro de la era de ansiedad comentada por Dodds, un territorio tomado por los bárbaros, las epidemias, la inflación galopante, la extrema inseguridad personal y la violencia sangrienta. Las poblaciones que escogieron a Trump, Puttin o Erdogan, los electores que decidieron acabar con el mayor logro social del siglo XX en términos de paz, solidaridad, bienestar y libertad: la Unión Europea, nos han llevado de vuelta a encarar las amenazas políticas que pueden hundirnos en la depresión y la oscuridad. No es pesimismo. Es el reconocimiento de las fuerzas regresivas del inconsciente colectivo de la humanidad que el individuo debe enfrentar sin cesar.