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Joker, la imposibilidad de un mundo sin mal

El guion de Todd Phillips sobre los orígenes de la violencia y el mal nos produce mucha incertidumbre, a pesar de lo tanto que se ha filmado sobre ambos fenómenos | por Gerardo Réquiz

Joker
Cortesía IMDB
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Se entiende bien por qué no deja de sorprender la fascinación que nos produce Arthur Fleck y su transformación en el Joker de Todd Phillips, un personaje que ha convertido a la película en un fenómeno universal de masas como pocos en los tiempos recientes.

El guion de Phillips sobre los orígenes de la violencia y el mal nos produce mucha incertidumbre, a pesar de lo tanto que se ha filmado sobre ambos fenómenos; y pese a que en todas partes los vivimos a diario en tiempo real, y de recrearlos incesantemente en la tv y en los demás medios electrónicos.

Phillips refleja lo que somos y sabemos de nosotros, aunque nos desagrade aceptarlo, mediante una puesta en escena sin tapujos y sumamente atractiva. Nos muestra lo que se modifica y lo que permanece del pasado sobre la subjetividad de la época, a través de un personaje excéntrico, pero que lo trasciende como individuo y toca lo más hondo de la maldad humana, que puede desencadenarse por eventos reales o ficticios.

Joker, la imposibilidad de un mundo sin mal

El guion nos presenta a Fleck como un producto del mal arreglo del mundo, combinado con la patología mental. Si intentamos hacer un acercamiento desde el psicoanálisis, se supone que haríamos un análisis sobre el estado mental del personaje, de su aparente locura, de sus pasiones, de las causas del deterioro psíquico. Bastante se ha especulado ya en ese sentido, aunque el tema sigue siendo pertinente. Pero no nos parece lo más interesante de la propuesta, porque no se trata únicamente del resquebrajamiento de la mente de un hombre para explicar su destino. La patología, que parece evidente, no es suficiente para lo que pretende decirnos el director y mover a los espectadores con un sinfín de emociones y de inquietudes sobre el estado actual de nuestro tiempo.

Hay que tomar en cuenta, además, que Fleck es un personaje de ficción; no tiene inconsciente, puesto que no es un sujeto real. No se lo puede psicoanalizar en sentido estricto, no se lo puede acostar en un diván. Por ese hecho nuestra especulación sobre las causas inconscientes de su conducta se limita. El director lo dice explícitamente a la prensa, no quiere que ningún psiquiatra defina quién es Fleck. Estamos de acuerdo.

Lo que sí podemos afirmar es que este personaje nos muestra paso a paso, y muy bien engranados en el guion, el tejido de contradicciones que anidan en el alma humana. De su historia se pueden extraer conclusiones. Es un ser tan extraño en sus intenciones que nos confunde y, al mismo tiempo, se nos hace tan familiar que inspira empatía, piedad y hasta fascinación.

La película intenta un enfoque crítico sobre la creencia en una humanidad mejor, sobre el progreso de los lazos sociales, del tratamiento de las patologías, así como de las razones sociales y económicas determinantes de la desigualdad, la injusticia, la agresión, la violencia, la maldad, como piezas entrecruzadas de la realidad, y engranadas a las fuerzas inconscientes de cada individuo dentro del colectivo ¿Es un film apocalíptico?

Se puede pensar. Apenas comienza, una voz salida de la radio dice con naturalidad que algo huele mal en la ciudad; comenta sobre la basura, las ratas, y la cámara refuerza la sordidez del entorno con escenas de callejones mugrientos. Sea o no apocalíptica, intenta ser realista. Y eso quiere decir que está construida desde lo supuestamente anormal del desarreglo del mundo.

Conviene hacer una breve comparación entre los guasones de la saga de Batman. El guasón de Heath Ledger considerado el mejor, al igual que la película The dark knight, tiene un destinatario. Irrumpe en la escena para enfrentar a Batman. Encarna lo maléfico, lo deshumanizado que goza haciendo el mal. No tiene historia que nos oriente hacia las razones de su maldad. Simplemente es. Hace el mal sin razón aparente para producir desconcierto y terror. Batman, en el lado opuesto, penetra en el bajo mundo del delito para combatir el mal, pero igualmente tiene una historia que arranca de la violencia. El mal asesina a sus padres siendo un niño. Opuesto entre comillas, entonces, puesto que Batman es un justiciero, un vengador, la buena cara de la venganza y la violencia, con un tinte religioso que evoca la lucha tradicional entre el bien y el mal. Pero en sus fundamentos, sin embargo, ambos se igualan.

Estos guasones contrastan con Arthur Fleck en ese punto. Fleck sí nos llega con una historia que se despliega ante nuestros ojos Es un guasón humanizado, un payaso, un hombre común y corriente. Si nos ceñimos al relato que nos cuentan, podemos decir que en Fleck presenciamos los efectos psíquicos que se desencadenan por acontecimientos sobrevenidos con un supuesto trasfondo de “enfermedad” mental que lo deja sin recursos internos contra los desencadenantes de su violencia y luego de la maldad.

Dos acontecimientos parecen esenciales para situar esa transformación porque marcan un antes y un después en su vida. El primero, cuando le arrebatan el cartel de publicidad y es golpeado. Aún es un hombre bueno, quiere salvar su trabajo, hacer reír, a pesar de llevar una vida solitaria y miserable, con una madre enferma mental y físicamente, a la que cuida. Hijo negado de Wayne, padre de Batman que, por cierto, está todo el tiempo presente en ausencia.

En este primer acontecimiento lo despojan de algo esencial que toca lo más profundo del ser, su dignidad, y corre tras ella. A partir de allí vislumbramos, con un guion predecible, lo que será el destino que empuja a Fleck a la soledad más radical y al franqueamiento de los límites con su saldo de resentimiento, violencia, maltratos, decepciones, muertes.

El segundo acontecimiento inesperado sucede cuando el compañero de trabajo, otro payaso, le entrega el revólver aparentemente para su defensa. (Una clara alusión al tema de las armas en Estados Unidos). Juega con el arma, se le va un tiro y se asusta; por torpeza se le cae en el hospital frente a los niños, y pierde el trabajo. El declive indetenible hacia lo peor ya ha comenzado.

Se inicia una transformación y está armado. Fleck ya no responderá al maltrato de la misma manera. El episodio de los asesinatos en el metro lo ilustra. Decide, porque, en efecto, hay una decisión de apropiarse de ese destino. Se empodera, ya no es el Fleck que sufrió la primera agresión. Lo que vemos a continuación en la pantalla es un despliegue de emociones: cólera, odio, amor, rabia, perplejidad, tristeza, indignación, angustia; y encuentra en la violencia una manera de obtener reconocimiento, tema presente a lo largo del filme. Reconocimiento que solo adquiere como Joker, no así como Fleck. Se capta la intencionalidad del director para mostrarnos ese lado pernicioso del hombre y del mundo. Phillips es muy inteligente en su propuesta porque va dejando abiertos todos los temas vinculados con el mal, poniendo a cargo del espectador las inquietudes, emociones, incertidumbres, interpretaciones y posibles acciones a tomar sobre los enigmas que presenta el mal.

Los acontecimientos que enrumban definitivamente a Fleck para convertirse en Joker descansan sobre el desmoronamiento de lo que queda de sus anclajes en la vida, centrados en la decepción de la madre que hasta se burla de él. Se da cuenta de la verdad de su origen, de la realidad de su madre, de su relación con Wayne. Finalmente desemboca en un acto inapelable, del que no hay retroceso: mata a su madre. ¿Un acto de justicia dentro de esta lógica? A partir de ese acto, y de las razones que lo llevaron a ejecutarlo, Fleck es otro hombre. El viraje a la maldad ya está fijado.

Las explicaciones del origen de la maldad en el hombre transitan por diversos canales. Las más antiguas provienen del universo de las creencias populares y de las religiones. Otras proponen un origen endógeno, de un quién sabe dónde, y con cierta opacidad que conduce a la especulación sobre los orígenes biológicos que se apoyan, ahora que Dios anda de vacaciones, en lo que está en el tope del prestigio en la civilización: las causas genéticas de todo lo que nos identifica como humanos. Este cortejo se enriquece con teorías psicológicas que conciben nuestra interioridad como un producto del aprendizaje. Según ellas obedecemos a conductas adquiridas a través de modelajes de actos agresivos, reales o virtuales, de la necesidad de poder, del egocentrismo, de la deshumanización, de las presiones de grupo.

Como es de suponer, la propuesta del psicoanálisis arroja una luz distinta del origen del mal. Toma en cuenta la experiencia clínica y la perspectiva que de ella se deriva sobre los fenómenos de masa.

La violencia y la maldad del ser humano contra el semejante es puramente humana. En los animales hay violencia, pero no maldad. No gozan destruyendo. Se puede concluir, entonces, que ¡la humanización nos degrada!
El psicoanálisis desde sus comienzos se hace la pregunta por el origen de la maldad, ya no solo de la agresión y la violencia. Hereda el debate de la filosofía y de la biología positivista de su tiempo, y lo que descubre o, mejor dicho, Freud rescata y formaliza tomando en cuenta lo más íntimo del psiquismo humano que le revela su práctica clínica, es que el mal proviene de la estructura del inconsciente, específicamente de la búsqueda de satisfacción de eso que él llamó pulsión. La satisfacción de la pulsión es lo que llamamos goce, que es distinto y casi siempre opuesto al placer. Bien, esa es la fuerza más poderosa del ser, no el amor, como quisiera el hedonismo.

¿Cuál es el problema con la pulsión? Que es acéfala, no responde a normas, no se educa, o solo parcialmente, y es la responsable de la repetición, que es una característica fundamental de la condición humana. Repetimos para recuperar goce. Por eso somos tan predecibles y tropezamos con el mismo obstáculo a pesar de las experiencias acumuladas.

Sobran los ejemplos dentro y fuera de la práctica clínica de la insistencia de ese goce a veces mortífero, (adicciones, exposición al maltrato o maltratar, cortes autoinfligidos en el cuerpo, impulsividad incontrolable, exigencias insensatas, dejarse aplastar por un ideal, etc.) Y es sobre esa repetición que me coarta la vida, que me hace sufrir llevándome por caminos no deseados; en fin, que hace síntoma en mí y nos hace proclives a la violencia y la maldad, donde actúa la práctica psicoanalítica.

Uno de los aspectos sobresalientes del filme es la revitalización de Fleck cuando se transmuta en Joker porque elige identificarse a lo indeseado socialmente. Es decir, al desecho. Él mismo lo afirma: “no se quién soy, nunca lo he sabido”. Se empodera y autodenomina joker, un comodín con múltiples posibilidades de acción y de cambiar el rumbo de la partida de naipes. Puede ser una cosa y su contrario. Es una vía maldita, si se quiere, pero mediante esa identificación obtiene un ser y restablece una posición en el mundo.

Así la influencia de Fleck en la masa crece. En tanto Joker y villano, su poder ahora reside en provocar nuestros impulsos más ocultos, e inducirnos a los extremos a los que puede llegar la violencia como respuesta a reivindicaciones y protestas colectivas por las desigualdades, por ejemplo.

Se puede desear el mal del otro simplemente por ser diferente. O, para decirlo simplemente: porque no soportamos que tenga costumbres distintas. Es decir, porque no aguantamos cómo goza. Y esta intolerancia está en el origen de la segregación, de la xenofobia, del racismo.

Si seguimos esta tesis, hay que decir que los fenómenos sociales tienen un fundamento en el inconsciente, al cual se agregan los factores sociales, políticos económicos de la organización del mundo, que no son suficientes por sí solos para explicar la violencia y el mal.

A pesar de los esfuerzos civilizatorios que se hacen, hay en el humano un resto sin ley, un goce no elaborado, que puede engendrar encarnaciones del mal y masas que lo siguen. Ciertamente, Phillips nos lo muestra de manera descarnada con su Joker, aunque no queramos admitirlo, porque choca con nuestra aspiración de un mundo sin mal, como si eso fuera posible.

Cuando escribió El malestar en la civilización, Freud demostró que ese malestar no puede ser eliminado y, además, que no tiene su origen en un mal arreglo del mundo, a pesar de lo que piensa la educación. En el corazón del malestar en la civilización esta justamente el goce. Ese goce con el que construimos el mundo y damos marco a nuestra manera de estar en él, de lo que aceptamos y rechazamos, y de los fantasmas colectivos que circulan en cada época. Como si fuera poco, hoy somos testigos de un declive progresivo e inédito del alcance del orden simbólico para limitar el goce.

Phillips nos muestra la atemporalidad de la violencia y el mal. En ese sentido Joker es un símbolo. Podemos decir que este filme rinde homenaje al Malestar en la civilización de Freud, lo haya sabido o no el director de la película.

Al final de la proyección salimos con la impresión de que todo aconteció en un manicomio, o lo que viene siendo algo parecido: el mundo que habitamos, donde todos deliramos.

*Gerardo Réquiz es psicoanalista. Miembro de la Nueva Escuela Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Ponente y conferencista en Congresos internacionales de psicoanálisis, en museos, universidades. Autor de numerosos artículos publicados en revistas especializadas, algunos traducidos a varios idiomas. Actualmente reside en Madrid.

**Esta historia fue publicada por primera vez el 26 de noviembre de 2019

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