Venezuela

Joseph Kennedy: "En respaldo a un nuevo nacimiento de la libertad en Venezuela"

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Por Joseph P. Kennedy II (Especial para El Estímulo) Foto: EFE/ Mauricio Dueñas

El empresario y político demócrata Joseph Patrick Kennedy II , es un notable miembro de la dinastía Kennedy. Hijo mayor del asesinado senador Robert Kennedy y sobrino del también asesinado presidente de Estados Unidos John F Kennedy, fue miembro de la Cámara de Representantes del Congreso por Massachusetts.  Dirige la compañía sin fines de lucro Citizens Energy Co, que distribuyó durante años combustible donado por Citgo, filial de PDVSA.  Su presente artículo ha sido cedido en exclusividad a El Estímulo.

«La historia de cambio revolucionario de Venezuela es un hilo sinuoso pero ininterrumpido que nos lleva a los primeros movimientos de libertad desencadenados por la lucha armada de Simón Bolívar contra el imperio español, y la exportación de esa lucha a todos los rincones de América Latina.

Al examinar de cerca la lucha actual por desencadenar la libertad y alcanzar una mejor forma de vida para todos los venezolanos, es importante recordar la historia y el papel jugado por Estados Unidos, dando apoyo al cambio gradual y a veces permaneciendo a su lado en ese camino.

Hasta el descubrimiento de los enormes yacimientos petroleros en Venezuela a principios del siglo XX, la conexión más prominente entre las dos naciones había sido el papel del héroe de la independencia de Venezuela Francisco de Miranda en la lucha por la liberación de Estados Unidos del rey Jorge III. Los venezolanos conservan un gran respeto por el valiente aporte de Miranda al nacimiento de nuestro país, mientras que desafortunadamente él es virtualmente desconocido para la mayoría de los estadounidenses.

Para el fin de la Primera Guerra Mundial, el petróleo había sobrepasado las nociones románticas de nuestro pasado revolucionario común como el vínculo más importante entre las dos naciones. Los intereses petroleros de Estados Unidos entraron en pugna para obtener lucrativas concesiones y satisfacer el creciente apetito mundial por el oro negro. La creciente corrupción, el daño ambiental y la atrofia de otros sectores económicos importantes, especialmente la agricultura, fueron acompañados por una creciente concentración de la riqueza en manos de una élite.

La toma del poder en Venezuela por el dictador Marcos Pérez Jiménez en 1948 ocurrió en el contexto de una creciente influencia de las compañías petroleras extranjeras en el país para explotar los recursos petroleros en la expansión económica de la posguerra.

El presidente Rómulo Betancourt, durante su primera administración en los años de la Segunda Guerra Mundial, enfureció a los intereses petroleros al asegurar la mitad de las ganancias generadas por las compañías petroleras extranjeras en Venezuela. Pérez Jiménez, quien derrocó al sucesor de Betancourt, adoptó una ardiente postura anticomunista, y se esforzó en ganarse la simpatía de Washington, que olímpicamente pasó por alto su violenta campaña contra los disidentes mientras las ganancias del petróleo continuaran fluyendo a las arcas de las corporaciones de Estados Unidos.

Sin embargo, el impetuoso instinto de libertad y justicia entre el pueblo venezolano no pudo ser reprimido. El descontento popular entre civiles y militares llevó al derrocamiento del dictador en 1958 y a nuevas esperanzas de cambio, bajo la segunda administración presidencial de Rómulo Betancourt, el padre de la democracia moderna en Venezuela. Entre otras reformas, él le quitó el l poder al Congreso de elegir al presidente y lo entregó al pueblo al intnriducir el sufragio universal.

La elección en 1960 de mi tío John F. Kennedy como presidente de Estados Unidos condujo a una reevaluación del colonialismo económico en América Latina y en todo el mundo. Betancourt fue un aliado clave del presidente Kennedy en el lanzamiento de la Alianza para el Progreso en la región, un programa histórico que, respetando la soberanía latinoamericana, orientaba fondos a inversiones en vivienda, educación y el empleo a la región, en vez de llevar bombas, armas e ingenieros petroleros. Fue una campaña destinada a mostrar los mejores aspectos del capitalismo estadounidense y a ganar la batalla de la Guerra Fría entre dos sistemas políticos enfrentados.

Betancourt dio una cálida bienvenida al Presidente Kennedy en Caracas para remarcar la apertura de los primeros proyectos de la Alianza. Más tarde, mi padre, el senador Robert F. Kennedy, visitó Venezuela y fue recibido por una multitud entusiasta. En 1981, ayudé a llevar el ataúd de Betancourt por las calles de Caracas y me sentí abrumado por la efusión de amor y respeto, no sólo por su legado personal para las esperanzas de la democracia que él encarnaba.

En mis propias visitas a Venezuela, siempre trato de escaparme a hacer una visita al barrio que lleva el nombre de mi padre, donde he sido recibido por la increíble calidez y amistad de los residentes, profundamente agradecidos por los estrechos lazos entre nuestras naciones.

Trágicamente, el nuevo enfoque hacia América Latina terminó junto con el fin prematuro de la administración Kennedy. Eso fue seguido por el descenso de Estados Unidos en la vorágine de  Vietnam y una reanudación de las intervenciones en América Latina por parte de Estados Unidos, más notoriamente en la República Dominicana. Mientras tanto, por primera vez en la historia de Venezuela, un presidente, Betancourt, transfirió el poder a un sucesor elegido democráticamente.

Las compañías petroleras estadounidenses continuaron ejerciendo una enorme influencia en Venezuela, apoyando la transferencia periódica de poder entre los dos partidos principales del país, Acción Democrática y COPEI, mientras que provincias petroleras como el Lago de Maracaibo se convirtieron en desastres ambientales. El embargo árabe de petróleo a Estados Unidos después de la guerra de Yom Kippur en 1973 hizo que los precios del petróleo se dispararan y Venezuela, el único país miembro de la OPEP que siguió suministrando petróleo a Estados Unidos, vio cuadruplicarse sus ingresos. Pero en un pantano de corrupción, esta ganancia inesperada fue desperdiciada, apropiada por la élite, antes de que los precios del petróleo se desplomaran y la economía venezolana se hundiera.

Por la época en que visité Caracas por primera vez en 1979, la brecha entre ricos y pobres, la falta de oportunidades y la desesperación habían empeorado. La pobreza reinaba en las barriadas pobres levantadas en las laderas alrededor de Caracas, mientras que los ricos prosperaban en comunidades cerradas y sus vastas propiedades rurales quedaban improductivas.

Las crisis de precios del petróleo de la época, causadas por la crisis de los rehenes en Irán, abrieron una oportunidad para que Citizens Energy ayudara a las familias pobres y a las personas de la tercera edad que no podían pagar el costo de mantener calefacción en sus hogares. Firmamos contratos de petróleo crudo con Venezuela, lo refinamos y vendimos los subproductos, desde vaselina hasta gasolina, excepto el corte de residuales para calefacción, que enviamos a Massachusetts para ofrecer con un gran descuento a las familias necesitadas.

 Trabajando con el liderazgo petrolero más progresista de Venezuela, también reinvertimos las ganancias para construir un sistema solar de calefacción de agua caliente en el hospital maternal más grande de Caracas y financiamos proyectos agrícolas innovadores en la Venezuela rural.

Tratando de recuperar el espíritu de la Alianza para el Progreso, también lanzamos proyectos sociales en otros países afectados negativamente por el aumento de los precios del petróleo. Reinvertimos las ganancias en la construcción del mayor proyecto solar del Caribe: un sistema de calefacción de agua caliente en un hospital público de Montego Bay. Introdujimos proyectos de energía de biomasa en Costa Rica e iniciamos operaciones de secado de café alimentadas por biogás en cooperativas rurales.

Valoraba la asociación con Venezuela, pero me preocupaba profundamente su radical desigualdad, especialmente cuando los precios del petróleo cayeron y la economía dependiente del petróleo falló en cubrir las necesidades sociales. Los pobres de las zonas rurales seguían excluidos de las tierras no utilizadas y los pobres de las zonas urbanas sufrían sin agua corriente ni electricidad, mientras que la décima parte del uno por ciento del país seguía viviendo en grandes fincas, enviando a sus hijos al extranjero a estudiar y comprar en las elegantes boutiques de Miami, Nueva York, París y Londres.

Una vez más, el resentimiento popular no pudo ser contenido. Hugo Chávez, un oficial del Ejército que saltó a la fama después de un fallido golpe de 1992, fue liberado de prisión y llegó al poder en 1998, con la promesa de una nueva Revolución Bolivariana basada en el empoderamiento político de los pobres, compartiendo la riqueza petrolera a través de un nuevo contrato social, y políticas socialistas más amplias dirigidas a derrocar el viejo orden.

Los oligarcas, por supuesto, contraatacaron, elaborando un golpe paralizante contra la compañía petrolera nacional. Con el guiño y la inclinación de cabeza por parte de Estados Unidos, derribaron a Chávez en un breve golpe de Estado, que fue frustrado por un levantamiento popular contra los líderes del golpe. Chávez siguió adelante con su revolución bolivariana, proporcionando una mejor vivienda, acceso a la educación, la nutrición y la atención de la salud. Sobre la ola del aumento de los precios del petróleo, Venezuela experimentó una reducción significativa de la pobreza y un marcado aumento de la participación de los votantes.

La confianza en Chávez se basó, en parte, en el hecho de no rehuir nunca el uso de las elecciones para cimentar sus lazos con el pueblo y buscar apoyo a sus políticas. Sobrevivió a una votación revocatoria, perdió un referéndum sobre la modificación de la Constitución y se puso a se midió a sí mismo y a su partido ante los votantes en numerosas elecciones locales, regionales y nacionales.

Su estilo de liderazgo era confrontacional e imperfecto. Fue ampliamente criticado por sus políticas inspiradas en los socialistas de distribuir la riqueza a los pobres – su discurso en las Naciones Unidas denunciando al presidente Bush ciertamente no ayudó a calmar las críticas – y esos dardos incluían ataques a sus esfuerzos para ayudar a los pobres en otros países.

Después de que las principales compañías petroleras rechazaran las súplicas de los senadores estadounidenses para ayudar a los pobres, -tras el aumento de los precios de los combustibles debido a los cierres de refinerías por los huracanes a lo largo de la costa del Golfo en 2005-, Chávez ordenó a CITGO Petroleum Corp. una subsidiaria estadounidense propiedad del pueblo venezolano, que trabajara con Citizens Energy para proporcionar asistencia a las familias estadounidenses en dificultades.

Venezuela fue el único país y CITGO la única empresa que respondió a nuestra solicitud de ayuda.

Durante diez años, distribuimos más de 500 millones de dólares en petróleo venezolano para calentar a millones de personas en dificultades que viven en casas, apartamentos, cooperativas de inquilinos, en reservas de indígenas norte americanos y en refugios para personas sin hogar.

Chávez continuó con la ayuda, incluso después de que la recesión de 2008-2009 provocara la caída en picada de los precios del petróleo. Para cuando Chávez se enfermó con el cáncer que lo mató en 2013, el precio del petróleo se había recuperado. A pesar de algunas dudas, Chávez nombró a Nicolás Maduro como su sucesor, pero la Revolución Bolivariana vaciló cuando el heredero de Chávez no pudo lidiar con la caída de los ingresos estatales, ya que los precios del petróleo comenzaron a bajar una vez más.

La desafortunada reacción de Maduro ante el creciente descontento por el aumento de la inflación y la escasez de necesidades básicas como alimentos y medicinas fue esperar que Chávez le susurrara al oído. Su pensamiento mágico no incluía escuchar a su propia conciencia mientras sofocaba la disidencia encarcelando a los opositores políticos, prohibiendo a los partidos que se presentaran a las elecciones, despojando a la Asamblea Nacional controlada por la oposición del poder, apilando el poder judicial, poniendo a los militares en la picota.

La desafortunada reacción de Maduro ante el creciente descontento por el aumento de la inflación y la escasez de bienes básicos como alimentos y medicinas fue esperar que Chávez le susurrara consejos al oído. Su pensamiento mágico no incluía escuchar a su propia conciencia, mientras aplastaba la disidencia encarcelando a los opositores políticos, prohibiendo a los partidos que se presentaran a las elecciones, despojando de su poder a la Asamblea Nacional controlada por la oposición, subyugando al poder judicial, poniendo a los leales militares a cargo de la economía, ignorando demandas de un referendo revocatorio y creando una falsa y todopoderosa legislatura alternativa para que cumpliera con sus órdenes.

Cuando me sumé a las voces que pedían la dimisión de Maduro en 2017, era difícil creer que el país pudiera hundirse aún más en una espiral de dictadura y desesperación. Incluso en ese entonces, él rechazaba las ofertas de ayuda humanitaria para aliviar la desnutrición y la mortalidad infantil que acechaban a los barrios donde los residentes una vez aclamaron la promesa de una vida mejor.

Pero ahora Maduro ha doblado sus esfuerzos para permitir que la ideología política anule la necesidad de alimentar a los niños hambrientos y proporcionar medicinas a los abuelos ancianos. No hay símbolo más poderoso del reinado obstinado y dañino de Maduro que las imágenes del puente entre Colombia y Venezuela bloqueado para impedir el movimiento de suministros humanitarios a los venezolanos en situación de desesperada necesidad.

La respuesta de Maduro a la creciente crisis es hacer oídos sordos a los gritos de cambio, acusar a los opositores de traición, culpar a las potencias extranjeras por los fracasos de su propia creación y esconderse detrás de una falange de generales como si el apoyo de los compinches militares fuera un sustituto del consentimiento de los gobernados. El bloqueo continuo del socorro humanitario que se necesita desesperadamente, es sencillamente desmesurado.

La decisión de Maduro de valorar más su supervivencia política que el bienestar de su propio pueblo se enfrenta ahora a un nuevo levantamiento.

La esperanza de poner fin a la pesadilla venezolana reside ahora en el legítimo derecho constitucional del Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaido, a la presidencia. Su legítima declaración de la ilegitimidad de la pretensión de Maduro de ocupar el cargo, se produjo después de las desacreditadas elecciones presidenciales del año pasado. En esos comicios tenían prohibido participar los candidatos y partidos de la oposición una vez más,  y hubo una participación electoral de apenas el 50%.

El nuevo gobierno de Juan Guaido merece más apoyo internacional para aumentar la presión sobre Maduro para que éste abandone el palacio presidencial y permita que el gobierno interino programe nuevas elecciones y rescate a Venezuela de los horrores políticos, humanitarios y morales del régimen de Maduro.

Aunque me preocupa cómo la historia de la intromisión de Estados Unidos en los asuntos de América Latina influye en la narrativa de la victimización de Maduro, las únicas víctimas reales de su gobierno egoísta son los pobres de Venezuela, cuya confianza ha traicionado y cuyo futuro ha vendido en pos de sus propias ambiciones. La voz de las democracias vecinas en América Latina en contra del régimen de Maduro debe continuar liderando el llamado a un cambio que se espera en Venezuela.

Mientras tanto, Estados Unidos debe trabajar con nuestros aliados para impulsar la restauración de todos los derechos políticos, humanos y civiles del pueblo venezolano, el fin del gobierno de Maduro y por los plenos poderes del gobierno nacional en manos del presidente interino Juan Guaido, en su camino hacia nuevas elecciones.

  Héroes como Francisco de Miranda no esperarían menos.

Tenemos una larga y rica historia de lazos culturales, políticos y económicos con Venezuela. Como estadounidense que abraza esa historia y como alguien que ha admirado durante mucho tiempo la resistencia, la generosidad y los valores democráticos de su pueblo, apoyo un nuevo nacimiento de la libertad en Venezuela y un compromiso renovado de utilizar su vasta riqueza natural para elevar el nivel de vida de los pobres.

Joseph P. Kennedy II, ex miembro del Congreso de los Estados Unidos de Massachusetts, es presidente de Citizens Energy Corp.

En inglés:

Support a new birth of freedom in Venezuela

By Joseph P. Kennedy II

Venezuela’s history of revolutionary change is a bent but unbroken thread leading back to the first stirrings of freedom sparked by Simon Bolivar’s armed fight against the Spanish empire and his export of the struggle to every corner of Latin America.

In examining closely the current struggle to unleash liberty and a better way of life for all Venezuelans, it is important to recall that history and the U.S. role in both supporting progressive change and at times standing in its way.

Until the discovery of major oil deposits in Venezuela early in the 20th century, the most prominent connection between the two nations was the role of Venezuelan independence hero Francisco de Miranda in fighting for U.S. freedom from King George III. Venezuelans retain a high regard for de Miranda’s brave assistance to our fledgling country, while unfortunately he is virtually unknown to most Americans.

By the time World War I came to a close, oil had overcome romantic notions of our mutual revolutionary past as the most important link between the two nations. U.S. petroleum interests arrived in force to secure lucrative concessions and feed the growing global appetite for oil. Creeping corruption, environmental damage and the shrinking of other important economic sectors, especially agriculture, were accompanied by an increasing concentration of wealth in the elite.

The seizure of power in Venezuela by the dictator Marcos Perez Jimenez in 1948 took place against the backdrop of the increasing influence of foreign oil companies in the country to exploit petroleum resources in the post-war expansion. President Romulo Betancourt, during his first administration in the years of World War II, had angered petroleum interests by securing half the profits generated by foreign oil companies in Venezuela. Perez Jimenez, who overthrew Betancourt’s successor, took an ardent anti-communist stance, endearing himself further to Washington, which happily overlooked his violent campaign against dissidents so long as oil profits continued to flow into U.S. corporate coffers.

However, the burning instinct for freedom and justice among the Venezuelan people would not be suppressed. Popular discontent among both civilians and the military led to the dictator’s overthrow in 1958 and new hopes for change under the second presidential administration of Romulo Betancourt, the father of modern democracy in Venezuela. Among other reforms, he took the power of electing the president from the Congress and gave it to the people and introduced universal suffrage.

The election in 1960 of my uncle President John F. Kennedy in the U.S. led to a reassessment of economic colonialism in Latin America and throughout the world. Betancourt was a key ally with President Kennedy in launching the Alliance for Progress in the region, a landmark program respecting Latin American sovereignty while channeling housing, education and jobs to the region rather than bombs and guns and petroleum engineers. It was a campaign aimed at showing the best aspects of American capitalism and winning the Cold War battle between competing systems.

Betancourt warmly welcomed President Kennedy to Caracas to mark the opening of the first projects of the Alliance. Later, my father, U.S. Sen. Robert F. Kennedy, visited Venezuela and was greeted by rapturous crowds. In 1981, I helped carry Betancourt’s casket through the streets of Caracas and was overwhelmed by the outpouring of love and respect not just for his personal legacy for the hopes of democracy he embodied. In my own visits to Venezuela, I always try to squeeze in a visit to the neighborhood named for my father, where I’ve been greeted by incredible warmth and friendship from residents profoundly grateful for the close ties between our nations.

Tragically, the new approach to Latin America ended with the premature close of the Kennedy administration. That was followed by a descent into the maelstrom of U.S. involvement in Vietnam and a resumption of interventions in Latin America by the U.S., most notably in the Dominican Republic. Meanwhile, for the first time in Venezuelan history, Betancourt transferred power to a democratically elected successor.

U.S. oil companies continued to wield enormous influence in Venezuela, endorsing the periodic transfer of power between the country’s two leading parties, Accion Democratica and COPEI, while oil sites like Lake Maracaibo became environmental disasters. The Arab oil embargo of the U.S. after the Yom Kippur War in 1973 sent oil prices skyrocketing and Venezuela, the only OPEC member to continue to supply oil to the U.S., saw a quadrupling in revenues. But in a morass of corruption, the windfall was squandered by payoffs to the elite before oil prices slumped and the Venezuelan economy sagged.

By the time I first visited Caracas in 1979, the divide between rich and poor, opportunity and despair had hardened. Poverty reigned in the hillside shanties built around Caracas while the wealthy prospered in gated communities and their vast rural holdings went fallow. The oil price shocks of the time, caused by the Iranian hostage crisis, opened an opportunity for Citizens Energy to help poor families and senior citizens who couldn’t afford the cost of staying warm. We signed crude oil contracts with Venezuela, refined the oil, and sold the byproducts, everything from Vaseline to gasoline, except for the heating oil cut, which we shipped to Massachusetts to provide at a deep discount to needy families.

Working with Venezuela’s more progressive oil leadership, we also re-invested profits to build a solar hot water heating system in Caracas’ largest maternity hospital and fund innovative agricultural projects in rural Venezuela. Trying to recapture the spirit of the Alliance for Progress, we also launched social projects in other countries negatively impacted by rising oil prices. We re-invested profits in building the largest solar project in the Caribbean – a hot water heating system at a public hospital in Montego Bay. We introduced bio-mass energy projects to Costa Rica and started coffee-drying operations fueled by bio-gas in rural cooperatives.

I was appreciative of the partnership with Venezuela but deeply concerned about its radical inequality, especially as oil prices fell and the oil-dependent economy failed to keep up with social needs. The rural poor were still locked out of unused land and the urban poor suffered without running water and electricity, while the one-tenth of the one percent in the country continued to live on vast estates, send their children overseas to study and shop in the chic boutiques of Miami, New York, Paris and London.

Once again, popular resentment could not be contained. Hugo Chavez, an army officer who had vaulted to fame after a failed 1992 coup, was released from prison and came to power in 1998, promising a new Bolivarian Revolution based on political empowerment of the poor, sharing oil wealth through a new social contract, and broader socialist policies aimed at ousting the old order.

The oligarchs of course struck back, engineering a crippling strike of the national oil company and, with a wink and a nod from the U.S., bringing Chavez down in a brief coup, which was foiled by a popular uprising against the coup leaders. Chavez forged ahead with his Bolivarian revolution, providing better housing, access to education, nutrition and health care. Riding the rise in oil prices, Venezuela saw significant reductions in poverty and a marked increase in voter participation.

Confidence in Chavez was based in part on never shying away from using elections to cement his ties with the people and endorse his policies. He survived a recall vote, lost a referendum on changing the constitution, and put himself and his party before voters in numerous local, regional and national elections.

His style of leadership was confrontational and imperfect. He was widely criticized for his socialist-inspired policies of distributing wealth to the poor – his speech at the United Nations denouncing President Bush certainly didn’t help quell criticism – and those barbs included shots at his efforts to help the poor in other countries. After major oil companies refused pleas from U.S. senators to help the poor in the wake of rising oil prices caused by hurricane-related refinery shutdowns along the Gulf Coast in 2005, Chavez directed CITGO Petroleum Corp., a U.S. subsidiary owned by the Venezuelan people, to work with Citizens Energy to provide assistance to struggling U.S. families. Venezuela was the only country and CITGO the only company to respond to our request for help.

For ten years, we distributed over $500 million worth of Venezuelan oil to warm millions of struggling individuals living in homes, apartments, tenant-owned cooperatives, on Native American reservations and in homeless shelters.

Chavez continued the assistance, even after the 2008-2009 recession caused oil prices to plummet. By the time Chavez grew ill with the cancer that killed him in 2013, the price of oil had recovered. Despite some doubts, Chavez named Nicolas Maduro as his successor but the Bolivarian Revolution faltered as Chavez’s overmatched heir failed to grapple with falling state revenues as oil prices once again started descending.

 Maduro’s unfortunate reaction to growing discontent at rising inflation and shortages of basic needs like food and medicine was to hope Chavez would whisper counsel in his ear. His magical thinking did not include listening to his own conscience as he quelled dissent by jailing political opponents, banning parties from running for office, stripping the opposition-controlled National Assembly of power, stacking the judiciary, putting military loyalists in charge of the economy, sidelining a recall effort and creating a sham all-powerful alternative legislature to do his bidding.

When I also called for Maduro’s resignation in 2017, it was hard to believe the country could spiral even further into dictatorship and despair. Even back then, he was rejecting offers of humanitarian aid to relieve malnourishment and infant mortality haunting barrios where residents once cheered the promise of better lives.

But now Maduro has doubled down on allowing political ideology to overrule the need to feed starving children and provide medicines to elderly grandparents. There is no more powerful symbol of Maduro’s obstinate and damaging reign than images of the bridge between Colombia and Venezuela blockaded to prevent the movement of humanitarian supplies to Venezuelans in desperate need.

Maduro’s response to the growing crisis is to turn a deaf ear to cries for change, accuse opponents of treason, blame outside powers for the failures of his own making, and hide behind a phalanx of generals as if the support of military cronies is a substitute for the consent of the governed. The continued blockade of desperately needed humanitarian relief is simply unconscionable.

Maduro’s decision to put greater value on his political survival than the welfare of his own people now faces a new uprising.

The hope of an end to the Venezuelan nightmare lies now in the legitimate constitutional right of National Assembly President Juan Guaido to the presidency. His lawful declaration of the illegitimacy of Maduro’s claim to office came after last year’s discredited presidential elections, with opposition candidates and parties once again banned and voter participation registering at barely 50%.

The fledgling government of Juan Guaido deserves more international support in order to increase pressure on Maduro to depart the presidential palace and allow the interim government to schedule new elections and rescue Venezuela from the political, humanitarian, and moral horrors of the Maduro regime.

While I have concerns about how the history of the U.S. meddling in the affairs of Latin America plays into Maduro’s victimization narrative, the only real victims of his self-serving rule are the poor of Venezuela, whose trust he has betrayed and whose future he has sold in pursuit of his own ambitions. The voice of neighboring democracies in Latin America against the Maduro regime should continue to lead the call for overdue change in Venezuela.

Meanwhile, the U.S. should work with our allies to push for the restoration of full political, human, and civil rights for the people of Venezuela, the end of Maduro’s rule, and the full powers of the national government in the hands of Interim President Juan Guaido as he moves towards new elections.

Heroes like Francisco de Miranda would expect nothing less.

We have a long and rich history of cultural, political and economic ties with Venezuela. As an American who embraces that history and as someone who has long admired the resilience, generosity and democratic values of its people, I support a new birth of freedom in Venezuela and a renewed commitment to using its vast natural wealth to lift the lives of the poor.

Joseph P. Kennedy II, a former member of the United States Congress from Massachusetts, is chairman and president of Citizens Energy Corp.

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