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Kamikazes, francotiradores y cohetes en las últimas horas del EI en Siria

En sus horas finales, los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) defendieron con kamikazes, francotiradores y cohetes su último bastión en Siria, formado por apenas algunos terrenos baldíos, pero terminaron por caer.

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FOTOGRAFÍA: AFP

Tras la batalla final, los combatientes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la alianza kurdo-árabe que luchó en el terreno, explicaron a las últimas horas de la presencia en esta parte de Siria del grupo yihadista más temido del mundo.

A orillas del Éufrates, en el pueblo agrícola de Baghuz, del que hasta entonces casi nadie había oído hablar, los yihadistas opusieron resistencia por última vez.

En 2014, en su apogeo, el EI controlaba un territorio grande como Gran Bretaña, donde vivían más de siete millones de personas. También reivindicaba atentados como los que mataron hasta 320 personas en julio de 2016 en Bagdad o 130 personas en noviembre de 2015 en París.

De derrota en derrota, su «califato» fue perdiendo terreno hasta quedarse reducido a un minúsculo sector donde los yihadistas libraron la batalla escondiéndose en túneles o cuevas en los flancos de las colinas, explican las FDS.

«Llegamos de noche, estábamos allí en la barricada, consolidamos nuestras posiciones en la línea. Por la mañana atacaron. Tenían francotiradores que nos disparaban», recuerda el combatiente Hamid Abdel Aal.

Desde lo alto de un edificio abandonado donde ondea una gran bandera amarilla del las FDS, el combatiente apunta un montículo de tierra, a pocos metros de distancia antes de llegar al río.

Durante cuatro horas los yihadistas lucharon pero terminaron acorralados. «Ocho de ellos se hicieron estallar, los demás se rindieron» recuerda este hombre de unos treinta años, de piel oscura y pelo negro cubierto con un pañuelo verde a cuadros.

Hamid Abdel Aal nació en la ciudad de Chaddadé, en la provincia de Hasaké (noreste) y entró en las FDS en 2016.

Herido tres veces, enseña sus cicatrices, una de ellas en el costado izquierdo, resultado de un disparo durante la batalla de Raqa, la que fue capital yihadista en el norte de Siria.

También tiene una herida en el cuello, provocada por la explosión de una mina.

«Atacaban de manera esporádica, había kamikazes que salían de los túneles», confirma Omar, de 31 años, que lucha desde octubre en el frente de la provincia oriental de Deir Ezzor.

«La mayoría eran extranjeros, de Kazajistán, de Francia, de Arabia Saudita y de Irak», explica este padre de cuatro niños.

Como Tom y Jerry

El domingo pasado, una decenas de personas rendirse en el que fuera el campamento yihadista, principalmente hombres, a veces con barba y protegidos con sus tradicionales abayas (grandes abrigos), esperando para subirse a un camión.

«Estaban escondidos en grutas o en túneles» explica Omar, de unos treinta años, que lleva un uniforme desparejado.

Igual que muchos combatientes de las FDS, este veterano de las batallas de Raqa, Manbij (norte) y Deir Ezzor reconoce que los yihadistas de Baghuz estaban en su peor momento.

«Antes los combatientes eran feroces, estaban en su momento de mayor fuerza, utilizaban vehículos bomba, artillería pesada, drones, disimulaban explosivos en las casas», recuerda.

El último campo de batalla del EI está ahora lleno de montículos de tierra, vehículos calcinados, tiendas rotas y mantas. Dos cadáveres están en el suelo junto a cinturones explosivos y a un libro con caracteres cirílicos.

Es todo lo que queda del «califato», el proto-estado yihadista que llegó a tener su propia moneda y a cobrar impuestos.

«Hasta el final tenían lanzacohetes, disparaban contra nuestros coches desde lejos», cuenta el combatiente Hisham Harun, que lleva un walkie-talkie y una pistola.

«Tenían fuerza, pero no era la fuerza del EI de antes», explica este hombre de ojos grises. «Al final era como en Tom y Jerry, un ratón acorralado en un rincón. No tenía escapatoria frente al gato».

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