Opinión

La aspiradora política

La pasión política es una suerte de aspiradora que succiona y vacía de contenido a la sociedad, un canibalismo que devora la creatividad.

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Lo hemos visto, una y otra vez, en la historia de la cultura. Las sociedades en las que la obsesión política ha inundado todos los sectores de su diario vivir han terminado, por lo general, empobrecidas, destruidas. Así fue en la Rusia revolucionaria, en la Cuba castrista, en la Camboya de Pol Pot o en la Venezuela chavista. Pero lo vemos, también, en destinos menos extremos como en la Cataluña actual. Cuando en mis años de adolescente viví en la España franquista, todos veíamos a Barcelona como la ciudad de avanzada, como la entrada a Europa. Parecía que la frontera pirenaica de Cataluña con Francia hacía que la región, comparada con las demás de España, emanara modernidad, creatividad. La mente de los catalanes estaba abierta al mundo. Barcelona era una ciudad de vanguardia. En ella, las manifestaciones de la contra cultura encontraban lugar de representación y se conseguían los libros prohibidos por la dictadura mojigata. Cataluña, por demás, se había caracterizado por una historia de ingenio en la industrial textil, en la arquitectura, el diseño, la oftalmología, la edición.

En los últimos años, muchos venezolanos que emigraron del país en búsqueda de libertad y seguridad se dirigieron a Barcelona llamados por su espíritu cosmopolita y original. Contra toda expectativa, un buen número de ellos se sintió sofocado por un nacionalismo que convertía a aquella gran ciudad en un espacio provinciano. El aire de vanguardia había sido confinado. En lugar de las conversaciones deseadas llenas de bohemia, arte y emprendimiento, el discurso dominante de la política, el nacionalismo y la dignidad había invadido todos los rincones del quehacer. Aristóteles entendió la eudaimonía, la felicidad, como un planteamiento político. Pero, en su caso, era la pequeña política vista como el ejercicio de la virtud en el contexto de la participación y convivencia ciudadana. Pareciera que, por el contrario, la gran política, los grandes actos revolucionarios que pretenden cambiar a la humanidad, sustraen a las personas de su proceso de individuación y, al volverlos calcos de lo colectivo, los empobrecen. Cuando cada cual, en lugar de perfeccionar su quehacer personal, se vuelca obsesivamente a una meta colectiva exterior, la sociedad entera pierde la riqueza de la diversidad. El poder domina con sólo pensar en él.

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