De Interés

La estampida secreta

Todo el mundo anda con una fantasía migratoria en el bolsillo. Los que pueden y los que no, los que verdaderamente quieren y los que tan solo juegan imaginariamente al éxodo. No es asunto de clase social ni de minoría política.

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maiquetía

Los venezolanos todos, de una u otra forma, unos más, otros menos, cada cual a su manera, hemos aflojado las ataduras que nos anudaban indefectiblemente al país. La certificación de notas en las universidades tarda, ahora, más de un mes. No se diga del apostillado legal de títulos y documentos. Todos los graduados quieren estar preparados para partir. Por si acaso, por prudencia, por si aparece una oportunidad. No es, sin embargo, la emigración literal y concreta la que inspira esta nota. Es la estampida secreta, el extrañamiento mental.

No quiero restarle importancia al hecho inquietante de que alrededor del 6% de la población venezolana ha emigrado y vive en el exterior, cifra perturbadora por tratarse de una sociedad que a lo largo de toda su historia republicana se caracterizó por haber sido un sugestivo polo de inmigración. Lo que me turba y produce una ominosa sensación de desasosiego no es el millón y medio de personas que se fueron en natural búsqueda de seguridad, mayor bienestar y un mejor destino, sino la decena o veintena de millones de venezolanos que se están yendo o ya se fueron sin, ni siquiera, notarlo, sin moverse de sus casas, sin salir del territorio, sin haberse verdaderamente ido.

José Ignacio Cabrujas describió a Venezuela como un campamento, como un alojamiento provisional al descampado que había progresado hasta convertirse en un inmenso hotel en el que los venezolanos éramos, apenas, huéspedes. Al igual que los aeropuertos o los terminales de autobús, los hospedajes turísticos son lugares de tránsito por los que circunstancialmente pasamos sin crear ataduras ni vínculos permanentes. Como compulsión a la repetición del inconsciente colectivo, la imagen del campamento, el país portátil, del también recordado González León, vuelve a estar hoy más vigente que nunca. Para un joven emprendedor con aspiraciones empresariales, con vocación y talento para la investigación científica, con capacidad e inventiva para el diseño de procesos y sistemas, Venezuela es una tierra baldía. En el estrecho corredor cultural al que nos ha confinado la revolución bolivariana sólo hay oportunidad y trabajo para los que escogieron la política como profesión y modo de vida o para los que optaron por el aprovechamiento pasajero y vivaracho de las distorsiones económicas. El resto de los ciudadanos estamos en estampida secreta y desordenada, a la espera de un símbolo que pueda darnos sentido histórico de continuidad y lucha tras un objetivo de significado.

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