Opinión

La felicidad de la violencia

Una impenetrable paradoja recorre América Latina. Es el continente más feliz de la tierra y, a la vez, el más violento. El reporte de la Naciones Unidas sobre felicidad y bienestar como objetivo de las políticas públicas, el World Hapiness Report 2013, editado por Jeffrey Sachs, Richard Layard y John Hellivell, indica que, regionalmente, “la mayor ganancia en evaluación de vida, en términos de la dominancia y el tamaño del crecimiento, ha sido, por mucho, América Latina y el Caribe.” Más del 75% de los países latinoamericanos mostraron aumentos significativos en el índice de felicidad promedio.

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El informe de la Organización Mundial de la Salud 2013 indica, por su parte, que la tasa de homicidios en América Latina es de 28,5 asesinatos por cada 100.000 habitantes, la más elevada del planeta. La tasa promedio de homicidios en el mundo es de 6,2 por cada 100.000 habitantes, por lo que, con más de 165.617 asesinatos en el 2012, América Latina cuadruplica el promedio mundial. Venezuela y Honduras encabezan la lista de las sociedades más violentas de la humanidad. Le siguen Jamaica, Belize y El Salvador. ¿Cómo entender que las poblaciones más amenazadas por la muerte desencarnada y súbita sean, la vez, poblaciones dichosas y satisfechas?

La violencia criminal es una enfermedad social excesivamente compleja para intentar abordarla en un artículo. Son demasiados los factores que intervienen. Una historia dolorosa de injusticias y pobreza, guerras civiles y guerrillas, narcotráfico, pandillas delictivas o Maras. El caso Venezuela, sin embargo, puede servirnos como reflexión por tratarse de un país que vivió todo el siglo XX en paz. El crecimiento exponencial de la violencia en Venezuela a partir del año 1998 es el producto de la destrucción institucional y la dominación de un perverso liderazgo por resentimiento. No es la desigualdad, la guerra, la droga o la pobreza sino la ruptura del pacto social por voluntad del poder interesado en debilitar el tejido social para su perpetuación. La felicidad aparece, entonces, como reacción maníaca contra la frustración de una población que no puede ver garantizado ni el derecho fundamental a la vida. Mientras que en el interior se caldea la violencia, cada día adicional de supervivencia se convierte en motivo de felicidad suprema. ¿Cómo está usted?, le preguntaron, para un documental de televisión, a una madre a la que acababan de asesinarle a su segundo hijo. “Chévere”, contestó como automatismo para esconder su dolor.

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