De Interés

La importancia de ser nadie

La existencia del notable toma cuerpo de realidad cuando alguien lo nota. Es, en realidad, un reflejo especular en los ojos del otro. La celebridad vive con la constante y aterradora  posibilidad de que sus habilidades puedan desvanecerse repentinamente. Con la promesa de que todos seríamos famosos, aunque sólo fuera durante cinco  minutos, Andy Warhol nos puso en el camino equivocado. Si la foto que nos hará inmortales  depende del evento de esta noche,  si la aparición en  televisión el martes por la tarde nos dará el sabor de los ricos y famosos, entonces, ¿por qué no intentarlo? Grave error. Como en los regímenes despóticos, como en el Imperio Mongol o en el Imperio Otomano, la mejor forma de pasar  la vida es bajo el manto de  invisibilidad, del anonimato.

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Imagen: Finanzasysimilares.com

Y ésta no es una afirmación de alguien gris y aburrido. Ya lo dijo un Califa de Bagdad: “la mejor vida es la de aquel que no nos conoce y a quien nosotros no conocemos”. Además,   no sólo hay que huir de la fama y del poder sino que es conveniente esconderse de los que los tienen. Nada más ajustado que la sabiduría de un santo sufi: “Mi casa tiene dos puertas; si el sultán entrara por una, yo saldría por la otra”. Es necesario reconocer el valor y la importancia de ser nadie. Hay muchas y muy buenas  razones.

El renombre, la fama y el poder, nos alejan de los verdaderos lujos de nuestro tiempo: la privacidad, la tranquilidad, la concentración, la intimidad. Piense usted, por ejemplo,  en la falta crónica de tiempo, en la incómoda agenda de una persona importante siempre llena de reuniones. Acérquese al estrés, a la ansiedad y a la carrera constante en que viven los hombres y mujeres exitosos. ¿No es la prisa plebeya la sombra inseparable de la notoriedad? El tiempo aparece, entonces, como anhelo nostálgico de un punto de ilusorio reposo, como interregno de horas y días para sentirse a sí mismos, para enamorarse,  para lograr saber, como el buen aristócrata,  no hacer nada.

Ser nadie hace posible y preserva los verdaderos placeres y lujos del presente: el deleite de caminar tranquilo entre la multitud sin guardaespaldas, periodistas o secuestradores que te persigan, el solaz de quedarte en paz en un sitio sin ruidos, la posibilidad de evadir compromisos y atender sólo aquello que te interesa,  el goce de pasar una tarde tranquilo jugando con tus hijos, la liberación de la presión económica por no tener que vivir al ritmo de las obligaciones y las circunstancias, el simple hecho de no tener que ser alguien. La existencia del notable toma cuerpo de realidad cuando alguien lo nota. Es, en realidad, un reflejo especular en los ojos del otro.

La celebridad vive con la constante y aterradora  posibilidad de que sus habilidades puedan desvanecerse repentinamente. Cada acto es una prueba, un reto, una nueva exigencia. Detrás de la acuciante necesidad de ser reconocido y de triunfar ronda un sentimiento de vergüenza íntimo. Pero la grandiosidad no es una medicina  exitosa contra los sentimientos de inadecuación.

Tomemos de una vez la lección: el aislamiento y la insignificancia son, al final del día, sentimientos mucho más plenos que la sensación de ser el centro del universo.  En el tercer acto de la ópera La Valquiria, de Richard Wagner, el dios Wotan le comenta  a Brunilda: “a los acuerdos debo el poder y de los acuerdos soy esclavo”. La ventaja de ser nadie es, precisamente, la posibilidad de disfrutar la libertad que el anonimato nos proporciona.

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