Economía

La naturaleza autodestructiva del populismo clientelar

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Pareciera que los países que se dedican a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas, estuvieran condenados a importar lo que deberían producir para satisfacer sus necesidades. Es como si a través de las importaciones se vieran obligados a devolverle a las grandes potencias y demás países, el plusvalor internacional que captan por la exportación de petróleo y otros recursos naturales. Ante la necesidad de obtener recursos financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y productiva, intensifican la extracción y exportación de recursos naturales. Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan la producción nacional. El extractivismo-rentista se prolonga incluso bajo gobiernos progresistas y de izquierda que, si bien han reivindicado la soberanía nacional sobre los recursos naturales, profundizan la actividad extractiva con el argumento de que la renta obtenida se destinará a la inversión social. Esto no quiere decir que la maldición de la abundancia sea una fatalidad contra la que no se puede hacer nada. Los actuales problemas de desabastecimiento y escasez, derivados de la precariedad del aparato productivo interno y de los retrasos en la liquidación de divisas para importar, renuevan la necesidad de impulsar la construcción de un nuevo modelo productivo que facilite la transición sin traumas al post-extractivismo, haciendo innecesaria la explotación intensiva del petróleo y los minerales. Las patologías del extractivismo-rentista Desde que apareció el petróleo en la vida nacional, en términos generales la economía venezolana crece cuando los precios del petróleo aumentan, pero se contrae cuando la cotización de los crudos colapsa en los mercados internacionales. En gran medida, esto se debe a una política económica pro-cíclica que marcha al compás de los ciclos de auge y caída de los precios del petróleo. Cuando se examina con más detalle la estructura económica, aunque en Venezuela crezca el PIB, esto no es más que una ficción, ya que ese desempeño se basa en los sectores del comercio importador y los servicios financieros especulativos, y no en el crecimiento de la agricultura e industria, que son precisamente los sectores económicos que proveen a una sociedad de los alimentos, vestido, calzado, medicinas, maquinarias y equipos que resultan insustituibles a la hora de satisfacer sus necesidades básicas y esenciales. En la Venezuela extractivista y rentista, la creciente dependencia de las importaciones de bienes y servicios inhibe el desarrollo del aparato productivo, el cual se contrae aún más, justamente en los períodos de auge rentísticos. En efecto, al contar con un abundante ingreso en divisas -o presentar como garantía de pago las reservas probadas de petróleo y minerales en la Faja Petrolífera del Orinoco o en el Arco Minero-, se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y superar el desabastecimiento y la escasez temporal, a través de un sostenido impulso a la agricultura y a la industria. Mientras dura el auge rentístico, el creciente ingreso de divisas tiene a sobrevaluar la tasa de cambio oficial, castigando la competitividad de los sectores agrícola e industrial que no pueden sobrevivir ante las importaciones subsidiadas con un dólar barato. Al no corregir la tendencia a la sobrevaluación del bolívar, la propia política cambiaria estimula toda clase de importaciones que desplazan y arruinan la producción nacional y castigan la competitividad cambiaria de las exportaciones no petroleras. Esto nos hace cada vez más dependientes de la renta petrolera y por eso el modelo entra en crisis cuando se desploman los precios del petróleo. La consiguiente escasez de divisas impide importar en las mismas cantidades y el desabastecimiento no puede ser compensado por la debilidad del aparato productivo interno. La disminución de la oferta total, tanto de productos importados como nacionales, termina siendo el detonante de los problemas de escasez, acaparamiento y especulación. Incentivos perversos a la especulación Con el argumento de evitar una mayor inflación que genere malestar social y se traduzca en un costo político, el gobierno se empeña en mantener una tasa de cambio protegida (Dipro) que muestra una creciente brecha con la tasa flexible Simadi/Dicom. Esta diferencia termina siendo un pernicioso incentivo para los cazadores de rentas, especuladores cambiarios y corruptos que se saben todos los caminos para capturar el dólar barato que después venden caro. El sacrificio fiscal que origina el vender las divisas a un precio artificialmente bajo incuba otro desequilibrio que estalla cuando colapsan los precios del petróleo: el deterioro de las finanzas de Pdvsa y la brecha entre los ingresos y gastos del gobierno. Y cuando el déficit fiscal se financia con emisión de dinero sin respaldo, las consecuencias inflacionarias pulverizan los salarios y empobrecen cada vez más a la Nación. El cacareado desarrollo endógeno y de las fuerzas productivas es frenado e impedido por las propias políticas de control de cambio y de precios que aplica el gobierno nacional. El país se hace cada vez más dependiente de las importaciones, a la vez que el enorme diferencial de precios en la frontera estimula el contrabando de extracción. Así, el país se aleja de las ansiadas metas de seguridad alimentaria y soberanía productiva. Tal como ocurrió en el capitalismo rentístico, estos desequilibrios son síntomas del agotamiento del modelo extractivista, ahora en su versión del neo-rentismo socialista. En lugar de apelar al ahorro de la renta petrolera para amortiguar la inestabilidad de precios del petróleo, ambas expresiones del modelo extractivista-rentista tienden a gastar todos los excedentes que entran por encima del precio presupuestado del petróleo. La naturaleza autodestructiva del populismo clientelar Como la simpatía del populismo-clientelar es directamente proporcional a las dádivas y prebendas, todos los factores económicos, sociales y políticos se lanzan a capturar una tajada de la renta que se reparte. Con ese propósito, cada cual elabora su respectivo argumento para justificar los supuestos derechos que tienen para recibir la mayor tajada que en ningún momento es fruto de su esfuerzo productivo. Pero cuando cae la renta petrolera y el gobierno se empeña en mantener el festín, para no averiar su popularidad apela a la salida rápida de financiar el déficit fiscal con emisiones de dinero inorgánico. Como a la larga éstas generan inflación, destruyen el poder de compra de los salarios y generan un creciente malestar social, finalmente esta práctica se revierte contra la aceptación de la gestión gubernamental, la cual termina siendo barrida en cada proceso electoral. La noción de riqueza que en el imaginario nacional prevalece se debe al hecho de poseer las reservas más grandes de petróleo del mundo, cuando en rigor la riqueza de una Nación descansa en la diversificación y desarrollo de sus fuerzas productivas. Solo a través de la conformación de un sólido y pujante aparato productivo que sustituya importaciones y diversifique las exportaciones es que Venezuela podrá satisfacer holgadamente las necesidades básicas y esenciales de su población. Pero la incomprensión de las patologías inherentes al modelo extractivista-rentista, así como la ignorancia y el cinismo de muchos altos funcionarios responsables del diseño y ejecución de las políticas económicas, particularmente de la política cambiaria, se han juntado para exacerbar y agravar los fenómenos más perniciosos de la economía y cultura rentísticas. Pero el rentismo no es una maldición de la que ningún país petrolero se puede salvar. Noruega es un caso de un país cuyo ingreso en divisas depende en dos tercios de sus exportaciones de petróleo y derivados y está igualmente propenso a sufrir las mismas patologías del rentismo que Venezuela no ha podido controlar. Sin embargo, Noruega ha sido capaz de mantener a raya los fenómenos perniciosos del rentismo a través de políticas anti-cíclicas, particularmente a través del ahorro de la renta petrolera en diferentes fondos de inversión que le ha permitido generar de manera estable los recursos que requiere para asegurar la calidad de vida y bienestar social, no solo de la generación presente sino también de las futuras. Por lo tanto, no se trata de decretar arbitrariamente el fin del extractivismo rentista, cerrando intempestivamente los pozos petroleros y las minas, sino de aislar el efecto nocivo del derroche de la renta petrolera a través de la creación de fondos de inversión, y sobre esta base estable planificar la reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones, diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y productiva.]]>

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