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La resurrección de la identidad

La Vinotinto está en el camino que diseñó su entrenador. El discurso es aceptado y comprendido, pero ante cualquier obstáculo hay un grupo de futbolistas con muchas ganas de revancha.

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La intención inicial fue la de hacerse sentir, que Uruguay supiera que el partido se iba a jugar entre iguales. Quizá eso motivó el ingreso de Adalberto Peñaranda por Luis Manuel Seijas. Se sacrificó salida y un tercer volante en favor del vértigo y los largos recorridos del jugador del Granada.

La apuesta era arriesgada. Seijas, de partido regular ante Jamaica, tiene características de conductor y hasta de lanzador, necesarias para generar las transiciones que los atacantes venezolanos parecen disfrutar. Esta selección está buscando variantes y una identidad, por ello que no es pertinente hablar de una apuesta por la posesión, más cuando lo importante no es la tenencia de la pelota sino qué hacer con ella. Sin plan no hay titularidad del balón.

En este plan inicial frente a los charrúas era imprescindible la inteligencia táctica de Roberto Rosales. El equipo, en un versión más de vértigo que de juego posicional, contaba con el del Málaga para identificar muy bien cuando hacer sus desbordes y cuando sostener el orden de un sistema defensivo que hoy ya contaba con una variante importante. Su lesión invitaba al pesimismo pero Alexander González vaya si supo resolver semejante emergencia.

Hay quienes individualizan los errores en un juego que es colectivo, y mire que la TV, con sus tomas cerradas, ha contribuido a ello. Por esa razón muchos sostienen que ataque y defensa son conductas aisladas. ¿Cuantas veces fue auxiliado Feltscher por Peñaranda? Pocas; el atacante de El Vigía no pudo convertirse en ayudante de lateral izquierdo, llegando a cometer algunas infracciones producto de esa confusión. Lo mismo pasó con Alejandro Guerra por la otra banda, recordándole a quienes se tapan los ojos que condicionamos y nos condiciona el sistema al que pertenecemos.

La selección pasó sus primeros quince minutos sin mostrar una estrategia clara de quite y transición ofensiva, lo que trajo como consecuencia que Uruguay retornase casi inmediatamente a las cercanías de Vizcarrondo y Ángel.

Ya basta de lugares comunes y muletillas que «disimulen» la pereza. Uruguay es una selección que no se explica desde la garra sino que sale a buscar el partido justamente apoyado en un gran manejo de las transiciones, y cuando su rival recupera la pelota, ataca el ataque proponiendo 2 contra 1, y hasta 3 contra 1. No es garra, es una selección que conoce muy bien sus cualidades y sus limitaciones, por ello se apoya en sus laterales para generar superioridades en el centro del campo y en el retroceso de sus delanteros para lo mismo. Vaya si es fútbol aquello de que todos atacan y defienden porque son conductas indisociables.

Pero el fútbol es terreno fértil para los conocedores de lo inexistente, exponentes de ciencias ocultas y disimuladores de miserias propias. Salomón Rondón anotó tras un disparo de Alejandro Guerra desde una posición muy lejana. Ese gol, producto de la viveza del jugador de Atlético Nacional, es la definición perfecta de este juego: nadie sabe qué va a suceder. No hay planes infalibles ni respuestas robotizadas; juegan los seres humanos y entre ellos, por ellos y de ellos nacerá todo lo que suceda en un campo de juego. Lo demás no es más que adornos y carnada para sabios de redes sociales.

El gol sirvió de impulso. Los de Dudamel encontraron la capacidad para volver a la intención inicial y jugar el partido desde la seguridad y la confianza en ese plan. Alexander González, Josef Martínez y el mismo Peñaranda crecieron, aprovechando los espacios que dejaba Uruguay, haciendo buena la estrategia del seleccionador nacional. Fue con el tanto de Salomón Rondón que el equipo criollo recordó que generar el error charrúa dependía de ellos y no de los sureños. Alejandro Guerra fue el abanderado de ese cambio que se mantuvo y evolucionó de tal manera en la segunda mitad al punto de que si el marcador final terminaba en un 3-0 vinotinto no podía sorprender a nadie.

A Peñaranda no lo detuvieron más. Con espacios, y con unos compañeros que rápidamente identificaron sus potencialidades, se convirtió en el futbolista que todos quieren que sea. Con su velocidad sacó ventaja, pero lo suyo fue inteligencia pura: identificó el lugar preciso para aprovechar la histeria uruguaya. Con el tiempo convertirá las que hoy falló, pero ya es un jugador con todas las letras que hoy sostuvo la ofensiva criolla y puso a temblar a Muslera y compañía.

Ganó Venezuela, ganó con muchas virtudes y con algún susto, pero ganó nuevamente desde un crecimiento anímico muy importante que va impulsando la búsqueda de la identidad que requiere cualquier colectivo. Este crecimiento se sostiene en una idea que ya presenta variantes y que, justamente desde lo emocional, ha sabido salir de mal momento con juego y carácter, mucho juego. En ese camino no ha permitido goles y su intención de juego, con equivocaciones, es una bocanada de aire fresco en esta Copa que ya la tiene como protagonista.

Mención aparte para Rafael Dudamel. Su planificación ha sido impecable, pero insisto, ha construido una fortaleza emocional similar a su selección sub-17, tanto así que el mismo Rolf Feltscher juega como si nunca hubiese dejado de estar. Pensar en mejores actuaciones no es ya una quimera sino una aspiración con bases.

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