Opinión

La visión de Petkoff sobre el derrocamiento de Allende

Un apéndice de “Proceso a la Izquierda” (1976), libro del ex dirigente comunista y fundador del MAS Teodoro Petkoff, constituye un examen que se distancia de los estereotipos y lugares comunes sobre este acontecimiento crucial en la historia de Chile y del continente

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Teodoro Petkoff abandonó la lucha armada como miembro del Partido Comunista venezolano (PCV) y se acogió a la política de pacificación del presidente Rafael Caldera, ejecutada bajo la conducción del entonces ministro de Relaciones Interiores y posterior candidato presidencial de Copei, Lorenzo Fernández. La invasión de las tropas soviéticas a Checoeslovaquia (1968), que puso fin a la “Primavera de Praga”, originó el consecuente deslinde ideológico del PCV y la fundación del Movimiento al Socialismo (MAS), en 1971.

Para las elecciones generales de diciembre de 1973, el MAS y su líder fundador Petkoff impulsaron la candidatura de José Vicente Rangel. Cuando el proceso electoral se encontraba en sus últimos meses, ocurre el derrocamiento de presidente chileno Salvador Allende, el 11 de septiembre, un hecho que conmocionó al mundo político de la época, en plena “Guerra Fría”.

La política nacional

Durante la campaña electoral de 1973, Petkoff se muestra un radical izquierdista y antiimperialista en sus escritos y libros, llegando a afirmar en ¿Socialismo para Venezuela? (Editorial Domingo Fuentes, 1970) lo siguiente: “Para que Venezuela salga de abajo, para que pueda realizar su destino histórico de pequeña gran potencia mundial, los pobres, los que no poseen nada, tienen que echar del poder a los ricos y expulsar a los -norte- americanos del país”.

Inaugurada la presidencia de Carlos Andrés Pérez, en 1974, el MAS y Petkoff deciden apoyar en el parlamento la Ley Habilitante, que facultaba al Ejecutivo a dictar medidas extraordinarias en materia económica, como consecuencia del “boom petrolero” que se avizoraba. En Proceso a la Izquierda (Editorial Planeta, 1976), el objetivo de Petkoff fue, en parte, justificar la posición del MAS, orientado ente otros, “a quebrar los presupuestos teórico-prácticos de la falsa conducta revolucionaria”; siendo la base conceptual para abordar la interpretación del acontecimiento chileno de septiembre de 1973.

El texto

“La Caída de Allende” es un apéndice de la obra en cuestión, publicada tres años después del golpe que encabezó Augusto Pinochet Ugarte. Señala Petkoff que en Chile se puso en evidencia que el socialismo podía incluso ganar unas elecciones e iniciar un período de transformaciones revolucionarias. Lo contrario, que parecía una verdad respaldada por el peso de los clásicos revolucionarios, pasó a ser examinado desde una nueva óptica.

Una fuerza socialista que se mueve dentro de los marcos de una estructura política más o menos sofisticada, de una determinada tradición institucional y cultural y un juego político estabilizado y “convencionalizado” por largos años de democracia burguesa, puede trazarse una estrategia electoral y aspirar a desarrollarla. Añade Petkoff que la caída de Allende puede demostrar que los procesos electorales sirven para propósitos revolucionarios. Incluso, ser meramente útiles, si se participa en ellos sin aspiraciones de ganarlos.

Las elecciones y el poder

Pero entre ganar unas elecciones y conquistar el “poder pleno” mediaba un trecho que el gobierno de Salvador Allende no alcanzó a cubrir. Advirtiendo sobre la falsa “dicotomía ferroviaria”, que postula las “vías revolucionarias” en términos abstractos o excluyentes, es decir, entre ser pacifica o armada, precisa Petkoff que ello puede conducir a perder contacto con la realidad, siendo este “dilema falso”. La “política revolucionaria” se construye en un “proceso de confrontaciones de clase”, del cual derivan las formas de lucha de manera “natural” y no mediante “superposiciones intelectuales”.

Esencialmente político

De manera muy lúcida, Petkoff señala en Proceso a la izquierda que al analizar la “conquista del poder” por la Unidad Popular (UP) y Salvador Allende no se podía pasar por alto la circunstancia de que esta se había producido, esencialmente, mediante un acto político y no a través de la lucha armada. La victoria electoral dejó intacto todo el aparato del poder burgués. La marcha hacia el poder debía sortear múltiples escollos. Los principales: la vigencia del antiguo ejército, de la oposición política legal, el papel de la prensa reaccionaria, el juego parlamentario y “la paleolítica estructura judicial”.

La Unidad Popular disponía de una sola carta: el control de Ejecutivo, si bien ello no era poca cosa. Era pues, la ecuación por resolver. La conquista del gobierno –Ejecutivo– no había significado, ni podía significar, en el corto plazo, la desaparición de todo el andamiaje institucional, jurídico y militar del ancient regime.

La vía hacia el poder pasaba por el mantenimiento del esquema de la “tripolaridad” política de Chile –Partido Nacional, Democracia Cristiana y Unión Popular–, o por el mantenimiento del “centro”. Esto exigía que el ritmo de las transformaciones estructurales y la velocidad del proceso completo, así como la actitud hacia los distintos agrupamientos políticos actuantes –particularmente la democracia cristiana– estuviese marcada, precisamente, por la circunstancia de que el gobierno no había sido conquistado por la fuerza.

La Unidad Popular no podía comportarse, desde el gobierno, como si fuera Fidel Castro, quien sí había conquistado el poder mediante una revolución armada.

El camino al socialismo

El “natural gradualismo” de las transformaciones revolucionarias demandaba una actitud no antagónica frente al pequeño y mediano capitalismo. Asimismo, implicaba el respeto a los enclaves económicos o militares del imperialismo y concesiones económicas a empresas transnacionales. Tal vez ha debido ser más cauteloso, en el caso chileno. Allende había demostrado siempre tener un elevado sentido de la realidad. Eso contrastaba con importantes sectores de la Unidad Popular, entre los cuales el gusto por la retórica ultrarrevolucionaria parecía prevalecer por sobre cualquier otra cualidad.

La izquierda borbónica

Este epíteto, que Petkoff desarrollaría en décadas posteriores en su libro Las dos izquierdas, lo estrena en el texto comentado: “La Izquierda, tal como los Borbones, pareciera que ni olvida ni aprende”. Se refería a los sectores de la Unidad Popular que habían perdido todo sentido de realidad.

Se caracterizaba esta variante izquierdista por el empleo de la retórica, las frases huecas sobre la lucha armada, “aderezado todo con una suerte de masoquismo”. Tales actitudes sustituyen el esfuerzo de «pensar nuestra acción”. Para ello, era necesario liberarse de los grilletes de un legado teórico falsamente marxista, que durante cuarenta años –para la época– había llenado de estereotipos y lugares comunes la literatura revolucionaria.

Brazos de tenaza

De esta forma, caracterizaba Petkoff la “vacía cháchara” sobre la “inevitabilidad de la confrontación” de clases de algunos sectores de Unidad Popular y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR chileno). Estos actuaban en el sentido de provocarla, estorbando el trabajo de Allende. Este se movió guiado por la idea de que era posible evitarla y que, además, era necesario hacerlo. O, en cualquier caso, postergarla tanto como fuera posible.

De allí que las continuas provocaciones provenientes de la ultraizquierda no podía ser más irresponsables. Empujaron al presidente hacia una tenaza, pues este no quería reprimir a esos sectores. Pero, al mismo, no podía dejar de percibir lenidad hacia ellos, lo que significó el desgaste progresivo de su gobierno.

Estrategia frustrada

Mantener el “esquema tripolar”, base de la política chilena de la época –Partido Nacional, Democracia Cristiana, Unión Popular–, comportaba una política de concesiones y entendimientos, particularmente con la Democracia Cristiana.
Allende nunca pudo hacerlo libremente, “maniatado como estaba por su flanco izquierdo”, pues este sector argumentaba que ello constituiría un retroceso.

Preservar el “esquema tripolar” era imposible sin apelar a una política positiva hacia la clase media, de la cual era un aspecto del tratamiento a la Democracia Cristiana. Allende trató de agotar el camino político, creando una fuerza socialista que “conquistara el poder”. Ello implicaba mantener la división del “campo opuesto”. Ganando o neutralizando al centro –particularmente a la Democracia Cristiana– e impidiendo el colapso de la organización económica, amén de la movilización y armamento popular que poseía. Sin embargo, esto debía de hacerse dentro de la “camisa de fuerza” de la legalidad que, no obstante “atar de brazos” al gobierno, lo protegía.

Se produce el derrocamiento

El Ejército actuó, precisamente, luego de producirse dos acontecimientos: 1) La exigencia de renuncia de Allende por la Democracia Cristiana, dos días antes de los hechos. 2) Carlos Altamirano, líder del Partido Socialista, anuncia la disposición de abandonar el gobierno si no se lleva a su “punto más alto la energía revolucionaria de este”, cuatro días antes de los hechos.

Concluye Petkoffl que el derrocamiento ocurre en el momento en que la derecha –Partido Nacional– atrae definitivamente al centro –Democracia Cristiana–, con lo cual crea un bloque único. Simultáneamente, llega el clímax de la desunión y la incoherencia entre la izquierda.

En ese momento, el Ejército, a pesar de estar “embrionariamente dividido”, actuó. Lo hizo como institución en medio del “vacío de poder” creado y, por lo tanto, pudo “disponer” de los militares comprometidos con la Unidad Popular. Dentro de aquel contexto político, “el verticalismo y la disciplina castrenses” eran casi imposibles de romper por los militares disidentes.

La experiencia chilena 30 años después

En un artículo publicado en el diario Tal Cual, con ocasión de los 30 años del derrocamiento de Salvador Allende (11-09-2003), Petkoff manifiesta su claridad, coherencia y sensatez intelectual, a pesar del tiempo transcurrido.

Identifica “el golpe” fue un “típico producto” de la Guerra Fría. Si para los soviéticos, en 1968, era inaceptable una Checoslovaquia democrática en sus fronteras, por muy socialista que fuera, para los gobiernos yanquis era impensable un Chile socialista, por muy democrático que fuera, en su patio trasero.

Eso sin ignorar la acción subversiva de la derecha chilena, que condujo al alzamiento de las Fuerzas Armadas y a la grosera intervención de la Central de Inteligencia Americana (CIA). Importa también pensar sobre la conducta de la propia izquierda. Esta «le tendió la cama a la derecha» y facilitó la creación de la fuerza social y política sobre la que cabalgó el golpe. Sin ella, ninguna intervención extranjera hubiera podido tener éxito.

En este sentido, aunque dentro del contexto de la Guerra Fría y condicionado por esta, el “golpe pinochetista” fue producto de las contradicciones exasperadas de una sociedad chilena terriblemente fracturada. Los partidarios de la reforma social –Unidad Popular– no pueden argumentar que sus fracasos se debieron únicamente a la acción de las fuerzas contrarias, pues corresponde a la lógica de la lucha por las reformas de avanzada.

Una dura lección

El punto es si los reformadores ensancharán el espacio para la acción de sus adversarios mediante el “infantilismo ultraizquierdizante y el revolucionarismo palabrero y charlatán”, conspirando contra una necesaria política de alianzas, acompañados de la máxima ineptitud administrativa y del desdén suicida por el costo económico y social de las reformas. O bien, si serán capaces de negociar un marco de fuerzas sociales y políticas que permita avanzar, quitando aire a las reacciones que puedan nacer de temores reales, “fácilmente manipulables e instrumentalizables” por los grandes poderes fácticos.

Hay que recordar a Salvador Allende no solo para condenar a quienes lo llevaron a la tumba. También es necesario reflexionar sobre el trágico destino de “un hombre generoso y bueno”, pero impotente ante los extremismos de izquierda y de derecha. Desde el comienzo de su gestión, tales posturas extremas sellaron la desgracia del Chile de aquellos días y años dramáticos.

Caldera y el pluralismo ideológico

El entonces canciller venezolano Arístides Calvani se mostraba prudente y justificó su parco pronunciamiento en relación con este hecho, alegando: “…somos celosos en respetar la autonomía e independencia de los demás pueblos… ”.

El presidente Caldera decretó tres días de duelo nacional. Manteniendo un precedente establecido en ocasiones similares de fallecimiento de jefes de Estado en ejercicio, dictó un Decreto de Duelo Oficial. Hizo público el sentimiento que el gobierno y el pueblo de Venezuela tenían en este momento, por la trágica y lamentable desaparición física de Salvador Allende.

Para un gobernante, siempre es delicado emitir opiniones sobre los asuntos internos de otros países, en acatamiento al principio de no injerencia. Con respecto al problema del reconocimiento, o la continuación de relaciones, resultaba prematuro emitir cualquier juicio o difundir información sobre el particular. Caldera aseveraba haber ofrecido mediar para que se dialogara con dirigentes de Chile y negó enfáticamente que el gobierno o Copei hubieran sabido del golpe con antelación.

CAP y AD: vocación demócrata

El por entonces candidato presidencial de Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez, repudió el golpe de Estado e hizo una defensa principista del sistema democrático. Afirmó “sentirse conmovido por la angustia y la tragedia que vive el pueblo chileno”. Destacó que “la ola de gobiernos surgidos por métodos violentos» seguía haciendo difícil y accidentado el trayecto hacia la superación de tantos males y vicios que padecen nuestros países.

“Bien sabido es que no comparto las ideas que defendió el doctor Allende”, acotaba Pérez. Pero destacaba que este llegó al poder por vía electoral, lo que imponía respeto a su mandato.

El presidente de Acción Democrática, Gonzalo Barrios, recomendó examinar la situación chilena. Dijo que, por tratarse de un gobierno legítimo y popular, el hecho de fuerza no podía verse con indiferencia, sino con rechazo. Esto, sin dejar de reconocer que las circunstancias económicas y sociales de Chile hacían prever lo que ocurriría. Fundamentalmente, porque se hizo insostenible para amplios sectores de la clase media una adhesión al socialismo mientras eran sometidos escasez y privaciones. Como organización política, AD no adoptó ninguna postura oficial sobre el particular (1).

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