Deportes

Las dos versiones del Lobo

Alejandro Guerra fue reconocido por CONMEBOL como el Jugador Más Valioso de la pasada edición de la Copa Libertadores, un hito que ningún otro futbolista venezolano había conseguido. Más allá de la importancia del premio, vale la pena intentar comprender por qué el venezolano brilla con Atlético Nacional y no tiene el mismo peso con la selección vinotinto.

Publicidad
(AFP)

Nadie en su sano juicio puede dudar de las capacidades del futbolista caraqueño, no en vano ha sido protagonista en cada uno de los clubes en los que ha actuado. Su salida del Caracas FC, lejos de aislarlo del alto rendimiento, supuso una oportunidad para demostrar que su éxito no se explicaba únicamente por el contexto, sino que sus cualidades eran tan importantes como los futbolistas que lo acompañaban. Salvo lesiones, Guerra fue figura en el Deportivo Anzoátegui y Mineros de Guayana, por lo que su tardía salida al fútbol internacional fue consecuencia de una fragilidad física que siempre lo ha acompañado.

Pero “Lobo” también fue parte importante en selecciones menores de Venezuela, concretamente en la sub-20, cuando jugó en ocho de los nueve partidos del combinado criollo en el Sudamericano de la categoría, jugado en Colombia, en el año 2005. Al año siguiente, debutó con la selección de mayores y desde entonces ha luchado por consolidarse sin que se recuerden cinco partidos acordes a sus magníficas condiciones.

Para muchos, esto se explica porque “hay jugadores de equipos y jugadores de selección”, lo que resulta un argumento reduccionista, ya que no se consideran una cantidad de situaciones, y “responsabiliza” al futbolista de no poseer las herramientas necesarias para acomodarse a las obligaciones de una selección. Claro que estas afirmaciones se hacen desde un sillón, sin conocer las realidades de un equipo de fútbol.

Es por ello que siento necesario revisar otros conceptos, unos que aparentemente son distantes al juego, pero que, de tenerse en cuenta, se mostrarán como lo que son: parte fundamental de la vida misma.

Volvamos a la noción de ecosistema. El ecosistema significa que, en un medio dado, las instancias geológicas, geográficas, físicas, climatológicas (biotipo) y los seres vivos de todas clases, unicelulares, bacterias, vegetales, animales (biocenosis), inter-retro-actúan los unos con los otros para generar y regenerar sin cesar un sistema organizador o ecosistema producido por estas mismas inter-retro-acciones. Dicho de otro modo, las interacciones entre los seres vivientes son, no solamente de decoración, de conflicto, de competición, de concurrencia, de degradación y depredación, sino también de interdependencias, solidaridades, complementariedades. El ecosistema se autoproduce, se autorregula y se autoorganiza de manera tanto más notable cuanto que no dispone de centro de control alguno…”.

El concepto pertenece al filósofo francés Edgar Morín, y de él se puede rápidamente inferir que nunca un ser humano es tal por sí sólo; su vida, o su rendimiento, en el caso de un futbolista, no es la consecuencia exclusiva de sus cualidades, sino que depende de esas “inter-retro-acciones” que menciona el pensador en su reflexión. En cada aparición, un jugador, aun cuando se relacione con los mismos compañeros de siempre, producirá nuevas conductas, sujetas a todas las instancias que menciona Morín anteriormente. No es tan difícil como parece, sólo hay que aceptar que el ser humano es él y las relaciones en las que interactúa.

De igual manera hay que considerar a la incertidumbre. No importa cuánto se entrene, cada partido ofrecerá episodios novedosos e irrepetibles, lo que ayuda a aceptar, por ejemplo, que un equipo superlativo como Atlético Nacional haya caído derrotado tres goles por cero ante un desconocido Kashima Antlers.

Revisemos el caso de Guerra en las dos realidades en las que juega: ¿dónde recibe el balón? ¿cuánto debe desplazarse hasta llegar a la zona en la que es más decisivo? ¿A qué distancia están sus compañeros cuando él tiene la pelota? ¿A dónde se traslada para acercarse a sus compañeros? ¿Cómo reaccionan sus colegas ante la aparición del “Lobo”? ¿A qué juega cada equipo?

Si atendiésemos a las dinámicas humanas antes que mirarnos nuestro propio ombligo, todo esto que Morín se esfuerza por ayudarnos a observar no debería ser tan difícil de entender. Ahí está el caso de la música. El reconocido cantautor Tom Petty dijo alguna vez que “la música no debería ser perfecta, se trata de gente relacionándose entre sí”. Lo mismo puede aplicarse para el fútbol.

No deseo alejarme del tema en cuestión, que no es otro que espantar los preconceptos vendidos como verdades absolutas para explicar el cambio en el rendimiento de Alejandro Guerra cuando se coloca la camiseta vinotinto. Cambian los compañeros, las instrucciones, el clima, la cancha, las interrelaciones, los rivales, la alimentación. ¡Hasta la cama en que duerme es totalmente diferente!

El fútbol no es una actividad lineal. Así lo explica Marcelo Bielsa: “Todos estamos acostumbrados a que determinadas causas generan efectos previstos. El fútbol se aparta de eso: una mínima causa puede acarrear diferentes consecuencias. No se puede prever qué es lo que va a pasar. Entonces, los que protagonizamos o pertenecemos al fútbol y hemos invertido tiempo suficiente dentro de él, sabemos que la mayoría de las cosas no resultan como las habíamos imaginado. Hay mucho de casual”.

Queda demostrado que en las dinámicas humanas intervienen millones de factores, muchos de ellos invisibles a nuestros ojos. Acostumbrémonos a que cada futbolista presentará diferentes versiones de su juego según todo esto que anteriormente mencionaba. Le pasa a Guerra de la misma manera que a todos sus compañeros. Esas distintas postales de un mismo futbolista serán mejores o peores, pero no dejarán de ser diferentes, y a la misma vez, similares a las que lo caracterizan.

El reto de un entrenador es magnificar los recursos de sus jugadores, y para ello debe diseñar contextos en que éstos se sientan motivados para ir un poco más allá. No es tarea sencilla, y no siempre se consigue; la historia está llena de futbolistas que triunfaron en determinados entornos mientras que en otros no lograron replicar su mejor versión.

En el caso del “Lobo”, Rafael Dudamel debe encontrar un modelo de juego en el que futbolistas como Guerra puedan ser tan útiles para el colectivo como lo son en sus equipos. Si lo logra, la selección recuperará la competitividad y Guerra, al igual que sus compañeros, destruirá cualquier comparación entre sus por ahora dos versiones conocidas.

Publicidad
Publicidad