Venezuela

Las gaitas de Joselo resucitan en tiempos de hambre

Quiso la ironía del destino que Joselo, un comediante que formó parte del aluvión del discurso de la antipolítica en la decadencia de la Cuarta República —y que en el futuro se convertiría en rostro incondicional del chavismo—, grabara hace tres décadas gaitas con botón de pausa para chistes que en 2016.

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—Señor, ¿usted tiene hambre?

—No, yo no tengo hambre. ¿Por qué?

—Es para que me sostenga este sánguche mientras me amarro los zapatos.

Junto a otros sobre el tema recurrente del hambre, la pelazón y el alto costo de la vida, el chiste está insertado entre estribillos que repiten: “Aleluya, aleluya, hay tanto ladre que ya la gente aúlla”. Otros versos hablan de que “no tengo manera de llenar la nevera” y de que “sé que el año que viene va a ser peor”.

El surco está identificado como “La Gaita del Aleluya” y es uno de los que aparece en el CD quemado que vende un comerciante informal en toda la puerta del centro de economía popular Manuelita Sáenz, en el bulevar de Sabana Grande. No es una grabación de 2016, sino de mediados de los años ochenta.

Quiso la ironía del destino que Joselo, un comediante que formó parte del aluvión del discurso de la antipolítica en la decadencia de la Cuarta República —y que en el futuro se convertiría en rostro incondicional del chavismo—, grabara hace tres décadas gaitas con botón de pausa para chistes que en 2016, en medio del revival nostálgico de tiempos en los que los venezolanos aparentemente eran felices y no se percataban de ello, reaparecen en las bocinas de los vendedores de quemaditos y hasta en algunas radios como un búmeran contra las políticas hambreadoras del socialismo del siglo XXI.

joselogrande

—JOSELO: Señora, tengo cinco días sin comer.

—VOZ DE DAMA DE CLASE ALTA: Cómo lo envidio, eso se llama fuerza de voluntad.

La tradición de fin de año en realidad la comenzó —junto al sempiterno compositor Hugo Blanco— su hermano Simón Díaz, antes de que el éxito intergaláctico de “Caballo Viejo” le hiciera tomar rumbos musicales más respetables. Las Gaitas de Joselo han pasado a la posteridad especialmente por chistes que, en estos tiempos tan políticamente correctos y de políticos tan cinematográficos como Tamara Adrián, serían condenados por homofóbicos: los de Mariposas (o locas) que se identifican con nombres como Maritzo, Garza Blanca, Capricho, Florindo, Dominique, Madonna, Rocky, Rambo, Flor de Loto y la Tati.

“Me sorprende y al mismo tiempo no me sorprende enterarme de que de nuevo se están escuchando en los puesticos de los buhoneros. Cuando alguna vez se vuelvan a calmar las aguas en este país y se pueda hacer humor en radio y televisión, lo que más me gustaría hacer en mi carrera es revivir las gaitas de chistes que grababa mi tío en los años ochenta, aunque sería un poquito enredado por el tema legal”, admite Roy Díaz, sobrino de Joselo y Simón y comediante de Venevisión, que lamenta: “Es una lástima que ahora haya tantas restricciones legales con el humor acerca de la condición de género. No faltaría algún estúpido que las prohibiría por vulgares”.

Con un significativo deleite, Joselo desbordaba particularmente toda su lírica en el tercer género con metáforas tan delicadas como colibrí, pajarita de abril, estrellita de mar, linda diosa y palomita preciosa.

“Mariposa soy, por el mundo voy / Mariposa sí, pero soy feliz / Y no estoy amargado por ser así”

“Él es de lo más forzudo/ Bien gordo y bien batatudo / Tiene el pecho peludo / Y quiso pero no pudo”.

“Le gusta el mantecado, el tutifruti y el ñiquiñuqui”

“Tienes bigotes bien grandototes / Pero te peinas como una reina”.

Las grabaciones del CD quemadito del buhonero de Sabana Grande dejan entrever a un Joselo moralista, que a través de Joselito (su regurgitación peculiar de los chistes de Jaimito) denuncia que la TV se ha convertido en la segunda maestra de los niños, y que se preocupa por la juventud masculina que en aquellos años maradonianos empezaba a lucir modas como los zarcillos en una sola oreja y los cortes punk.

También sirven de valiosísimo documento antropológico de las tendencias de la época: la llegada al país del revolucionario juego de azar del Loto (posterior Kino); marcas de automóviles como el Ford Fuego; la cuña del Banco Mercantil del Pipí, Pipó y Ya; el Metro de Caracas todavía apreciado como novedad; y el programa de vaso de leche escolar.

Además de las gaitas del hambre y de mariposas, la lista es casi infinita: hay chistes del abuelo, de los pordioseros, de las elecciones, de los pavos (chamos), de los portugueses, de los amores de lejos, de Danielita (la hermanita bebé de Joselo que nace en la pelazón previa al 27-F), de margariteños e incluso de un brujo que lee las cartas a celebridades como Yordano, Lila Morillo, José Luis Rodríguez, Guillermo Dávila, Colina, Carlos Andrés Pérez y su electoral Eduardo Fernández. Y lo más increíble es que se transmitían libremente por la radio, pues más allá de ciertos dobles sentidos y de los falsetes memorables de los travestidos, carecen de palabrotas.

—Ay, Rambo, ¿qué fue lo que le pasó a Dominique?

—Ay, Rocky, que tuvo un accidente horrible, horrible. Se puso a jurungar al piloto sin saber nada de eso.

—¿El piloto de la cocina?

—¡No, el de la avioneta!

“Lamentablemente, como era un niño, nunca me dejaron entrar en las grabaciones de las gaitas de locas, pero aquellos chistes han pasado a la posteridad por sus transformaciones dignas de Jekyll y Míster Hyde. Recuerdo que los chistes se grababan casi siempre de primera leída y que uno veía a la gente llegando al estudio desde muy temprano: comediantes como Norah Suárez, Henry Rodríguez, Honorio Torrealba y Virgilio Galindo, que participó sobre todo con el Tío Simón. Nadie ha catapultado ese género en este país como Simón y después Joselo, que generó un verdadero boom porque entonces era el cómico número uno del país”, les rinde homenaje Roy Díaz.

—Señora, ¿me puede dar un plato de comer? Es que anoche unos malandros me quitaron todo lo que tenía encima.

—¿Y llevaba mucho dinero?

—No, afortunadamente yo lo que cargaba era una suma insignificante: la quincena.

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