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“Las Mil y Una Noches”: La historia más allá del “Aladdín” de Disney

Ya se exhibe en los cines venezolanos “Aladdín”, la nueva versión “live action” del clásico animado de Walt Disney estrenado originalmente en 1992 y a su vez basado en el cuento emblemático de “Las Mil y Una Noches”, la colección de relatos orientales más famosa del mundo.

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Fotografía: Clipart Library

Dirigida por Guy Ritchie, la película sigue las andanzas de Aladdín (Mena Massoud) un astuto ladronzuelo que con la ayuda de un poderoso y divertido genio (Will Smith) lucha por el amor de la princesa Jasmine (Naomi Scott), hija del sultán de Agrabah.

Al igual que su antecesora animada, “Aladdín” se inspira en una historia de “Las Mil y Una Noches”, la célebre antología de cuentos que desde su primera publicación en la Francia del siglo XVIII se ha convertido en un clásico literario gracias a los prodigios, fantasías, aventuras, criaturas, genios y alfombras voladoras que llenan sus páginas. De su milenaria y fascinante historia hablaremos en las líneas que siguen.

La tradición oriental de narrar historias se remonta a tiempos inmemorables. Según Jorge Luis Borges, los antecedentes más lejanos serían los “confabulatores nocturni”, contadores de cuentos que amenizaban las noches de Alejandro Magno en la India cuando el gran general macedonio emprendió la conquista del mundo conocido hace 2.300 años.

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Con el pasar de los siglos, cientos o quizás miles de cuentacuentos y juglares anónimos de las más diversas procedencias transmitieron boca a boca y de generación en generación innumerables historias en las que predominaba la aventura, la magia y la fantasía. Los expertos estiman que el núcleo original surgió en la India, pasó luego a Persia (donde se le dio su primer título: “Las Mil Historias”) y desembocó finalmente en el Medio Oriente musulmán, donde se pusieron por escrito y obtuvieron su forma definitiva en la Edad Media.

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La primera referencia al nombre actual de los cuentos figura en un manuscrito egipcio del siglo XII: “Al laylah wa laylah”, literalmente “Libro de las Mil Noches y Una Noche”. Borges hace una bella reflexión sobre este título: “Decir mil noches es decir infinitas noches, las muchas noches, las innumerables noches. Decir “mil y una noches” es agregar una al infinito”.

El número total de los cuentos que conforman las “Noches” oscila en torno a los 250. Para unificarlas, los compiladores idearon el relato marco de la joven Scheherezade, quien cada noche refiere una historia a su celoso marido, el sultán Shahriar, para evitar que éste la mate. Cada cuento conecta y se ramifica con varios más, a manera de una caja china o el diseño intrincado de una alfombra persa. Las veladas narrativas se extienden durante tres años (las mil noches y una más del título) y al final el monarca perdona la vida a su esposa.

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Los seres fantásticos pululan a lo largo de estos cuentos (casi) interminables. Quizás los más conocidos sean los “yinn”, mejor conocidos como “genios” en occidente. Su nombre es árabe y se traduce como “ocultar” o “esconder”, pues suelen ser invisibles y se dejan ver a voluntad. El Corán, máximo libro sagrado del Islam, afirma que fueron creados a partir del fuego. Son seres etéreos y gigantescos, capaces de asumir varias formas y fungen como intermediarios entre el mundo de la materia y el del espíritu. Por lo general gozan de libre albedrío, aunque a veces es posible dominarlos y recluirlos en algún objeto, como una botella, un anillo…o una lámpara de aceite.

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La alfombra mágica, capaz de elevar por los aires a quien la posea, es otro emblema de las “Noches” y del oriente fantástico en general y figura en numerosas leyendas. Se cuenta que el bíblico rey Salomón (a quien también se atribuía poder sobre los genios) tenía una alfombra voladora de seda verde de ¡60 millas de largo y 70 de ancho! Y con capacidad de transportar a ¡40 mil personas!

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“Las Mil y Una Noches” hicieron su entrada triunfal en Europa a comienzos del siglo XVIII gracias a Antoine Galland, viajero, anticuario y orientalista francés al servicio del rey Luis XIV. Partiendo de un manuscrito sirio de tres volúmenes datado en el siglo XV y hoy conservado en la Biblioteca Nacional de París, Galland publicó en 1704 el primer volumen de su traducción de “Las Mil y una noches”. Tuvieron un éxito inmediato y supusieron el pistoletazo de salida de la fascinación occidental por el oriente mágico y misterioso que persiste hasta hoy.

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Antoine Galland publicó hasta 12 volúmenes de sus traducciones de las “Noches” en los años siguientes. En 1709 tuvo un encuentro providencial con un joven cuentacuentos sirio maronita de 20 años llamado Hanna Diab, nacido en Aleppo y que por entonces vivía en París. Durante varias noches, entre marzo y junio de 1709, Diab se reunió con Galland y le narró 14 nuevas historias, entre ellas «Alí Babá y los 40 ladrones» y otra aún más famosa. La siguiente anotación del diario de Galland es digna de grabarse en oro: “Recibí la HISTORIA DE LA LÁMPARA de Hanna Diab el 5 de mayo de 1709”.

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Galland incluyó el cuento de Aladino y la lámpara mágica que le narró Hanna Diab en los volúmenes IX y X de las “Noches”, publicados en 1710. Desde entonces la historia del chico y su genio se posicionó como la más popular y querida del libro. A más de uno sorprende su marco geográfico, pues la acción transcurre “en una ciudad entre las ciudades de la China”. No obstante, lo más probable es que esto último no pase de ser un recurso narrativo para darle mayor exotismo al relato, pues dejando aparte las referencias puntuales a China, todos los usos y costumbres descritos en el relato son inconfundiblemente árabes y musulmanes. De hecho el nombre “Aladino” significa “gloria de la fe” en árabe.

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La historia de Aladino ha tenido numerosas adaptaciones cinematográficas y televisivas. La primera, de apenas 11 minutos de duración, se filmó en Francia en 1906.

Sin duda, la adaptación más famosa del célebre cuento es “Aladdín”, la versión animada de la factoría Disney estrenada en 1992. La cinta se tomó varias libertades con respecto a la historia original. Por ejemplo, suprimió al personaje de la madre de Aladino (quien sí figuró en una versión temprana del guion), redujo el número infinito de deseos del genio a solo tres y le cambió el nombre a la princesa: de Badrú’l-Budur (“luna llena de lunas llenas”) pasó a llamarse simplemente…Jasmine.

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El personaje de Aladdín estuvo inspirado en Tom Cruise y para sus ágiles movimientos se tomó como referencia al rapero MC Hammer.

Por su parte, el animador Mark Henn se basó en la actriz Jennifer Connelly y en su propia hermana para diseñar el aspecto de Jasmine.

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El genio es el protagonista indiscutible de la película. Su voz original en inglés fue la del fallecido actor y comediante Robin Williams, quien improvisó la mayoría de sus diálogos durante las casi 16 horas que pasó en el estudio de grabación. En total interpretó 20 versiones diferentes de su personaje.

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Además del cuento homónimo de las “Mil y Una noches”, otra influencia importante de “Aladdín” fue “el ladrón de Bagdad”, una película de aventuras estrenada en 1940 y rodada en Technicolor. Sin ir más lejos, el Jafar de Disney es una versión estilizada del siniestro visir Jafar del film que nos ocupa, interpretado por el actor alemán Conrad Veidt, famoso por sus papeles del sonámbulo Cesare en “El gabinete del doctor Caligari” (1920) y el mayor nazi Heinrich Strasser en “Casablanca” (1942).

Tanto el Jafar de Veidt como el de Disney parten de un personaje histórico real: Jafar (o Giafar) el Barmecida, visir de Harún al-Rashid, califa abasí de Bagdad en el siglo VIII y protagonista de varios cuentos de “Las Mil y Una Noches”.

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“Aladdín” de Disney ganó dos premios de la Academia: Mejor Banda Sonora, a cargo del multioscarizado compositor Alan Menken, y Mejor Canción Original para “Un mundo ideal” (“A whole new world”).

El videoclip oficial en español latino de “Un mundo ideal” estuvo, por cierto, a cargo del cantante venezolano Ricardo Montaner y la intérprete estadounidense Michelle Early.

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