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Listos para Halloween: lo mejor del cine de terror en el 2021 

El año 2021 brindó al género del terror un aire experimental que recupera lo mejor de su esencia. Desde lo sobrenatural lóbrego hasta el nuevo horror folk con acento norteamericano, la mirada sobre lo terrorífico se ha transformado en un tránsito entre la oscuridad del hombre y algo más elaborado y emocional. Hagamos un repaso, a propósito de la venidera Noche de Brujas

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En “Lamb”, de Valdimar Jóhannsson, el terror corre a cargo de algo más profundo y singular que el miedo. La película relata un secreto y uno que debe pasar a través de varias ideas inquietantes para revelarse. De modo que lo monstruoso —o en este caso, lo incierto— no tiene relación con las expectativas del público, una caja de misterios o en el mejor de los casos, una historia que sea posible comprender de inmediato.

Ambientada en una Islandia atemporal y fría, la versión del director sobre lo sobrenatural desafía explicaciones y la mera necesidad de la metáfora. Ganadora de Sitges 2021 y posible candidata al Oscar a mejor película extranjera, este pequeño film intimista y perverso tiene una cualidad casi surreal. Pero también desafía las expectativas sobre lo que es el género del terror.

Lo mismo ocurre con “The Innocents”, de Eskil Vogt, que lleva la figura del niño terrorífico a un nivel por completo nuevo. La que ya se considera una de las mejores películas del año, explora el mundo de los niños y lo infantil desde la elucubración de la maldad primigenia.

Para la película, lo maligno no reside en las situaciones que rodean a los personajes, sino en un pozo infinito y temible que se esconde entre situaciones en apariencia comunes. Niños con ponchos color amarillo y rostros ingenuos, que se esconden en la oscuridad y encarnan algo más temible y angustioso. La niñez convertida en algo tenebroso, en una versión caótica del miedo de los adultos a lo inexplicable. Si la madurez es un tránsito entre deseos y tentaciones, ¿que podría ser la inocencia? La película no plantea preguntas sencillas y se toma el atrevimiento de especular sobre el miedo en estado puro. Una condición que también fue parte de discursos menos elaborados, pero igualmente retorcidos durante un año en el que terror evolucionó en espacios nuevos y dolorosos.

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«The Innocents»

Por su parte, “The Medium”, de Banjong Pisanthanakun, decidió profundizar sobre la raíz de los mitos locales para encontrar una respuesta a la existencia misma del terror. ¿Qué nos sobresalta? ¿Cuál es el centro de todas las pesadillas? El tailandés Pisanthanakun, que ya había creado precedente sobre la concepción de maldiciones y dolores en su muy celebrada “Shutter”, encuentra en “The Medium” un paso nuevo hacia un cine más meditado y elaborado, en el que el terror son caminos distintos que convergen en un único espacio.

En primer lugar, una conveniente y poco disimulada aproximación al terror sobrenatural. En segundo, un recorrido por el terreno resbaladizo del subgénero found footage, el cual atraviesa con cierta torpeza tensa. Entre ambas cosas hay una concepción inquietante sobre el bien y el mal que no termina de resolverse del todo. Quizás sea ese el mayor problema de la película del director tailandés.

Llamada “una de las películas más aterradoras del año”, al film le precedió una breve pero intensa campaña de intriga, muy semejante a la que en su momento convirtió en un controvertido éxito a “The Blair Witch Project”. Pero la película de Pisanthanakun comparte con el éxito del 1999 algo más que ambición: también el uso del found footage como epítome del terror cínico. La película explotó su particularidad como pudo: se habló de funciones con luces encendidas, de la incapacidad del público para soportar sus imágenes. En contraste, “The Medium” tiene más parecido con las misteriosas versiones del terror asiático de principios de los noventa que con un fenómeno autónomo.

El miedo en todas sus facetas

En Latinoamérica, el terror también tuvo una interesante y profunda evolución. En la película “Distancia de rescate”, de Claudia Llosa, basada en la novela del mismo nombre de Samanta Schweblin, hay pocos elementos del cine de género. O al menos varios de los clásicos, evidentes o clichés. En lugar de eso, el recorrido por una historia tenebrosa y dolorosa está basado en la sugerencia. Podría parecer una decisión extraña por parte de la directora Claudia Llosa, pero termina por ser quizás el punto más poderoso del argumento.

“Distancia de rescate” no pretende aterrorizar. No de manera directa. En realidad, desea que el miedo ocurra en la trastienda, que se perciba por el rabillo del ojo en momentos de extrema belleza y horror que apenas parpadean en pantalla. Y lo logra a través de una magistral puesta en escena y un sentido espléndido de la sorpresa y la elegancia. También con una perfecta sincronía de elementos que se sostienen entre sí para enhebrar una historia oscura y elocuente.

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«Distancia de rescate»

Adaptación de una narración tensa, envolvente y con una dureza interior claustrofóbica, “Distancia de rescate” es una historia a dos voces. También es un argumento lleno de pequeños extremos terroríficos que sugieren que algo ocurre en el silencio. Figuras que aparecen y desaparecen entre puertas entreabiertas. Una historia que avanza con la firmeza de una oleada de miedo que se eleva y se deshace en los momentos más inesperados.

El 2021 tuvo lugar incluso para ensayos menos exitosos, pero profundamente interesantes sobre el bien y el mal. En la “Demonic”, de Neill Blomkamp, el sueño es un paisaje en disputa. O lo que es lo mismo, el terror contenido en un estado entre la vida y la muerte al que puede dársele cualquier significado. La premisa, analizada con éxito en films como “The Cell” (2000) de Tarsem Singh y Tim Iacofano, resulta en “Demonic” un despropósito.

Lo es porque parece incapaz de subvertir el problema básico de premisas semejantes. En lugar de racionalizar y conferir significados a espacios abstractos en los que puede ocurrir cualquier cosa crea una versión de la realidad distorsionada. Una además en la que el peligro es evidente, se maneja con torpeza y en la que los tropos del terror se muestran de forma débil.

También hubo lugar para horrores claustrofóbicos, realistas, devoradores y perversos, en las que el monstruo es algo más que un símbolo del miedo del hombre hacia el hombre. En “Violation”, de Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli, se narra un hecho de violencia. Pero no desde la perspectiva habitual ni bajo los parámetros a los que el cine suele ajustarse. De hecho, uno de los puntos esenciales de la película es su negativa a mostrar un hecho de violencia con simplicidad. El argumento de “Violation” deja claro que la violencia deshumaniza, corroe, corrompe y destruye. Que termina por extenderse como una oleada imparable que no solo golpea a la víctima y al victimario, sino también a todos quienes le rodean.

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«Violation»

“Violation” se separa casi desde las primeras escenas del subgénero rape and revenge para crear una metódica percepción del miedo. Es una mirada sobre la crueldad, pero sin agregar el ingrediente inevitable del morbo y la observación siniestra. ¿Puede lograrse algo semejante? La película lo logra, pero incluso, da un paso en una dirección desconocida: cuestionar el origen de la crueldad. En especial, en un ámbito contemporáneo en el que las graduaciones sobre la percepción parecen ser infinitas.

El terror en un año inquietante

También, la franquicia “Halloween” tuvo un singular momento de gloria al encontrar una forma de avanzar del mero slasher (que, aun así, celebra en un punto exagerado y delirantes), hacia terrenos en los que toca la violencia esencial del ser humano.

Michael Myers, convertido en un monstruo que supera toda versión suya anterior (incluso las más fantasiosas) llega a “Halloween Kills” como un símbolo. De la violencia, del mal, de la brutalidad, del miedo. Pero sobre todo de la capacidad de una historia para reinventarse con un poder por completo nuevo.

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«Halloween Kills»

Con reminiscencias a los puntos más inspirados de la versión del personaje imaginada por Rob Zombie, “Halloween Kills” aglutina todos los elementos de la franquicia. Los lleva a otra nueva dimensión y esta vez da rienda suelta al sentido de la maldad como propósito. Michael Myers regresa de la muerte, pero también tiene un objetivo.

En este año variopinto y extravagante, incluso hubo espacio para los viejos géneros y los monstruos de siempre, convertidos en criaturas que deben enfrentarse al mundo moderno. El film “Cielo rojo sangre”, de Peter Thorwarth, jugó con la premisa de un misterio aterrador dentro de una catástrofe mundana. Más aun, llevó la figura del vampiro a un terreno mítico y mundano. Y aunque en mitad del trayecto la película perdió solidez y fuelle, cumplió el cometido de narrar una historia a dos bandas. Lo hizo, además, elaborando un foco de atención que podía ir y venir a través de ideas complicadas sobre el tiempo y la biología. A través de flashbacks y escenas de violencia cruda, el argumento logró sostener el poder de su idea central con habilidad.

Lo mismo hizo la película “Son”, de Ivan Kavanagh, con un argumento que tiene varios secretos que guardar. No solo lo que sea que le ocurra a David (Luke David Blumm), el pasado de su misteriosa madre Laura (Andi Matichak) o el miedo que comparten. También se trata del enigma que envuelve a ambos y en especial, a la forma como uno y otro son reflejos de algo más inquietante y temible. Pero el director no tiene la habilidad suficiente para unir puntos en blanco y crear una atmósfera desconcertante. Más bien, su premisa parece ser la de llevar lo cotidiano a lo obvio y, de allí, recomenzar el recorrido a lo sobrenatural.

La premisa llegó a su punto máximo en “Misa de medianoche”, de Mike Flanagan, la miniserie de terror que dividió a los fanáticos del género por su cualidad singular.

https://youtu.be/JfIw68STJI8

Se trata de una serie de vampiros en la que la palabra no se menciona. Una en la que se dedican largos minutos a los monólogos y en la que la fe es la gran enemiga. Por si eso no fuera suficiente, Flanagan tuvo el atrevimiento de reinventar a Stephen King hasta crear una producción sorprendente. Un recorrido por un viejo tipo de terror que hasta ahora había sido relegado del cine y la televisión.

Las pequeñas obsesiones

¿Por qué nuestra cultura está obsesionada con el contenido violento en estado puro? Nadie lo sabe con certeza y el film “Censor”, de Prano Bailey-Bond, no espera dar respuestas. Mucho menos intenta reivindicar la idea, aunque le brinda a su personaje un trauma inquietante como contexto. En realidad, el objetivo del film es explorar el terror desde un ángulo físico, real y cercano. Enid es una censora del British Board of Film Classification (BBFC) en la década de los ochenta. Pero el argumento está más interesado en el hecho del poder del material que mira que en los motivos para la censura.

En realidad, “Censor” es una búsqueda desesperada de nociones sobre lo terrorífico en estado puro. Cada película que Enid ve es una conexión con algo más primitivo y también una alegoría al miedo. Pero a la vez no hay un juicio moral sobre la necesidad de explorar la naturaleza humana en su reverso desagradable. Otra de las grandes obsesiones de un 2021 que intentó brindar al terror una sustancia nueva o al menos, transgredir la tensión de la habitual propuesta del miedo en momentos más duros y desagradables.

Tal vez por ese motivo en “In the Earth”, de Ben Wheatley, lo realmente importante es una combinación de situaciones que el espectador quizás no llega a notar, pero también se relacionan con la amenaza. En un 2021 obsesionado por los misterios y las situaciones envilecidas por lo tétrico, el director construye la premisa de la naturaleza como enemigo, pero no lo hace desde la concepción del peligro. Lo imagina como un recorrido por terrores inconfensables que podrían parecer emparentados con el horror folk pero tienen más asidero en la crueldad ramplona. Al final, ambas percepciones chocan y al mismo tiempo se enlazan en un vínculo potencialmente confuso.

Podría decirse que ocurre algo semejante en la película de Netflix “Nadie saldrá vivo de aquí”, de Santiago Menghini, en la que la migración es el tema más importante. Y lo es para sustentar el horror, la angustia y el miedo desde percepciones distintas. No obstante, si la película “Caja ajena” (2020), de Remi Weekes, ponderaba sobre cuestiones parecidas y lograba crear una atmósfera desoladora, la de Menghini falla. Y lo hace por su incapacidad para crear tensión entre el trasfondo de la exclusión, el miedo y el desarraigo en contraposición a lo sobrenatural.

Las casas embrujadas también se reconstruyeron desde los cimientos para racionalizar el miedo desde un punto de vista nuevo. En esta ocasión, la arquitectura de lo terrorífico también invade la mente y el espíritu de su personaje central. La película “La casa oscura”, de David Bruckner, dedica mucho tiempo, interés y una cuidadosa puesta en escena en mostrar a través de símbolos el mundo interior de Beth (Rebeca Hall) y ese, es uno de sus aciertos.

Lo hace, con un sentido onírico que sorprende por su pulcritud, y en especial por no prodigarse en metáforas innecesarias. Lo inquietante y terrorífico en “La casa oscura” no es evidente de inmediato. El guion procura guardar sus secretos con cuidado a través de pequeñas insinuaciones e información compartimentada. En manos menos hábiles un recurso semejante hubiese convertido el argumento en una combinación poco atinada de ritmos.

Lo mismo pasa en “Espíritus oscuros”, de Scott Cooper, una elegante, irregular y durísima visión sobre la soledad, la culpa y el desarraigo. Y también un osado planteamiento sobre el horror folk, esta vez con acento norteamericano y basado en leyendas del país. Cooper toma el riesgo de contar dos historias. Por un lado, la de una criatura mítica, que se esconde entre las sombras de un pueblo en escombros. Por el otro, la de los dolores morales y espirituales de sus habitantes.

“Espíritus oscuros” narra el poder de algo primigenio, temible e imparable. También los pecados que se esconden en las omisiones y la crueldad tácita de la vida corriente, quizás la mayor obsesión de un año como el 2021, en el que el miedo pareció rebasar con frecuencia la percepción habitual de lo individual y que usó a la cultura pop como caja de refracción.

¿Qué nos espera a mediano plazo en el género? Por ahora, lo evidente es el crecimiento del terror como lenguaje. Una elaborada conjetura sobre lo que provoca miedo que confronta con un reflejo más duro sobre nuestra época.

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