Opinión

“Lo digo, luego existe”

Una de las “autotrampas” que se ha montado Nicolás Maduro ha sido hablar más que Chávez, que ya es bastante decir. “El que mucho habla, mucho yerra” y el señor Maduro ha errado ad infinitum. Incluso hay quienes piensan que sus errores son adrede… Pero si son a propósito, Maduro definitivamente metió la pata con el tema de la inseguridad.

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Nicolás Maduro

El asesinato del diputado Robert Serra ha revuelto el tema en pleno nuevo inicio del “Plan de Desarme Voluntario”. Aunque altos funcionarios han intentado culpar a la oposición, pocos se han comido el cuento. Y es que es muy difícil tragarse que alguien en su sano juicio en esta Venezuela violenta, desvirgada y arrebatada, le abriría la puerta a una persona que no conoce. Y si de algo estamos seguros es que ni las puertas ni las ventanas de la casa del diputado Serra fueron violentadas. De manera que la conclusión de cualquier ciudadano de a pie es que el diputado conocía a sus asesinos…

Traigo el tema a colación porque Chávez manejó el de la inseguridad de manera magistral. “No lo digo, luego no existe”, pareció ser su estrategia. Chávez no hablaba de inseguridad y las encuestas reflejaban que aún cuando la inseguridad aparecía entre los primeros problemas de los venezolanos, éstos no la ligaban al gobierno. Maduro, por el contrario, habló de la inseguridad desde el primer día -y como ha sido tan ineficiente como Chávez en enfrentarla- como la nombró, ahora aparece como el gran responsable. Lo que el padre eludió, el hijo no lo ha podido capear. Como tampoco ha podido capear los temas de la escasez, la inflación y ninguno de los problemas a los que hace alusión.

Chávez habló de “los enemigos de la revolución”. Les puso epítetos. Se burló de ellos. Hizo apología del “patensuelismo” y se erigió en su paradigma, a pesar de que nunca fue uno… Pero Chávez no hablaba de los problemas… Uno lo escuchaba hablar y si no sabía que se refería a Venezuela, hubiera jurado que hablaba de Noruega, Dinamarca, Suecia… El país de las maravillas.

El asesinato de Danilo Anderson y todo lo escabroso, macabro y morboso que lo rodeó, fue sorteado por Chávez de manera impecable. Lo convirtió en héroe nacional. Le hizo un funeral de estado… Construyó una conspiración alrededor del hecho, pero como narrador omnisciente. Maduro, por el contrario, habló de la inseguridad, luego ahora existe. Se convirtió en el protagonista, responsable y culpable de una obra de la antología del terror. Calladito, como dicen por ahí, se hubiera visto más bonito. O menos feo, pues…

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