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Lo mejor del año ocurre los sábados

Las finales de Australia y Roland Garros dejaron mucho que desear, mientras que en Wimbledon, con el serbio fuera en la primera semana, todo apuntaba a que si no se medían dos elementos élite (Roger Federer y el británico), veríamos un juego desequilibrado.

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Fotografía AFP / JUSTIN TALLIS

Lo que parecía ser sorpresivo pasó a ser una constante. La temporada 2016 ha regalado mejores finales en la rama femenina en comparación a la masculina.

El sábado, Serena Williams sumó un nuevo Grand Slam a su eterna carrera luego de despachar a Angelique Kerber.

En un match donde la estadounidense manejó cada peloteo a su antojo, el Césped Sagrado la vio igualar a Steffi Graf como la jugadora con mayor cantidad de Majors (22). Dada la situación, para Williams todo debería ser más sencillo de ahora en adelante. Entendiendo que superó la presión de alcanzar dicha marca, el futuro debería ser más claro.

Sus rivales en finales (Kerber en Australia y Wimbledon, Muguruza en el Roland Garros) están par de escalones por debajo de la norteamericana; sin embargo, su tenis no se amilana ante la fuerza de la número uno del mundo. Hemos explicado en pasadas notas como Garbiñe se sostiene desde el fondo de la cancha para luego contragolpear, amén de hacer de la devolución al centro un arma fundamental contra Serena. Por su parte, la germana hizo ver que no le incomoda ir de un costado a otro y pegar en la carrera, algo de lo que pocas raquetas pueden presumir hoy por hoy.

Si la dos y la tres de la WTA sostienen dicho nivel, el tenis femenino podría asegurar, al menos en definición de torneo, mejores historias.

No es que haya sido agradable ver perder a Williams en Melbourne y París, sino que la actitud de sus contrincantes permite confirmar que, aunque parezca imposible, hay formas de ganarle. Y no es ganar con lo justo, es hacerlo con un plan y adaptándose a lo que la dinámica del juego presente.

Entonces, ¿qué sucede con las finales masculinas?

Novak Djokovic como referencia. Novak Djokovic como ser superior. Novak Djokovic como verdugo de Andy Murray.

Contra eso, el escocés parece caer en imprecisiones de junior.

Las finales de Australia y Roland Garros dejaron mucho que desear, mientras que en Wimbledon, con el serbio fuera en la primera semana, todo apuntaba a que si no se medían dos elementos élite (Roger Federer y el británico), veríamos un juego desequilibrado.

A Murray le tocó definir ante Milos Raonic. El canadiense dio el salto de calidad y aún puede mejorar. Está a la cabeza en una generación de falsas promesas, así que en su caso es bueno ser diferente.

Por ser un torneo sobre césped, un jugador de destacada estatura debía hacerse un lugar en el encuentro por el título, pero frente a una época donde todo lo dominan los Djokovic, Murray, Federer y Nadal, el espacio se reduce para el resto.

Este fue el típico compromiso de quien está por primera vez en una final de un Major, así que poco se le puede reprochar al espigado sacador.

Su situación, tomada como nota de color, es de lo poco que presumen las finales masculinas.

Resta jugar el US Open como último Grand Slam del año, y los ojos de los fanáticos por primera vez en mucho tiempo puede que atiendan más a las damas, y con mucha razón, que al siempre comercial tenis masculino.

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