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Lo que pueden aprender los hinchas violentos y el periodismo del Chapecoense

El mundo entero lamenta el fallecimiento de 75 personas que viajaban de Brasil hacia Colombia en un avión de la compañía Lamia. ¿Pero puede dejar algo de aprendizaje este tipo de tragedias? Una obvia que muchos fanáticos aún no entienden: nada es más importante que la vida.

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Fotografía: AFP

Se ha intentado de todo, pero el resultado sigue siendo el mismo. En Brasil, por más que el Estado blinda con operativos de seguridad algunos juegos, por más que algunas instituciones no gubernamentales proponen soluciones creativas, por más que presidentes de algunos clubes arriesgan su futuro cortándole ingresos económicos a los barristas, la violencia en el fútbol continúa. Las causas son conocidas: contar con un equipo de apoyo, las famosas barras bravas, genera múltiples beneficios para los directivos que las usan como brazos armados y de coerción en las elecciones. Así mismo, para los delincuentes que se disfrazan de fanáticos es un modus vivendi.

Desde 1984 a 2014, en Brasil se contabilizan más de 230 muertes asociadas directamente al enfrentamiento entre aficionados. En 2015, el clásico entre Sport Recife y Náutico contó con un cuerpo de seguridad que sorprendió a los espectadores: 30 madres se encargaron de vigilar a los presentes entre los que estaban, obviamente, sus hijos. ¿El saldo? Ningún incidente. Si bien se trata de una iniciativa diferente, este tipo de experiencias quedan como anécdotas si no se blindan con otras medidas nacionales.

La BBC ha realizado diferentes trabajos sobre la violencia en el fútbol y de cómo, bajo la excusa de no entender el «folklore», diferentes sociedades siguen sin ponerle el cascabel al gato. La Asociación de Fútbol Argentina (AFA) lanzó una campaña en redes sociales, #Queremosjugar, que no ha conseguido frenar el avance de esos grupos mafiosos, como bien lo documenta la organización no gubernamental Salvemos Al Fútbol, una de las primeras en Latinoamérica en documentar los enfrentamientos entre hinchas. Venezuela no es la excepción. El país enfrenta una ola de barristas que actúan por imitación y por ello aún se discute una ley que restrinja la presencia de delincuentes en los espacios deportivos.

Pero ninguna medida, por inteligente, creativa o coercitiva que sea, podrá generar un cambio de raíz si el propio hincha no comprende por iniciativa propia el daño que le está haciendo a la actividad que tanto dice amar cuando genera o promueve actitudes que van en contra de la convivencia, lo que no significa que deban renunciar al apoyo de su camiseta. En este sentido, las reacciones después de la muerte de 71 personas en el vuelo que trasladaba al Chapecoence a Medellín, para enfrentar el primer partido de la final de la Copa Sudamericana, deberían de servir para generar un cambio de conciencia

Tomemos nota, primero, del rival. Atlético Nacional pidió a la Conmebol que se diera como ganador del torneo al equipo brasileño. Esto no solamente significaría que el club colombiano perdería un trofeo en su nueva etapa gloriosa (sumó su segunda Copa Libertadores este año), sino que dejaría de ingresar a sus arcas tres millones de dólares, más que necesarios para mantener una plantilla que llegó a costar 17, 25 millones. El gesto del equipo colombiano, independientemente de la base legal que pueda respaldarlo o no, es un grito de caballerosidad.

Es, sin embargo, un rival del propio patio el que le responde a los barristas que creen que el fútbol no puede existir sin el lenguaje de la violencia. «Nunca usamos el verde por rivalidad. Pero esto es sólo fútbol, no guerra. Hoy, todos los clubes de Brasil son uno solo. «, es el mensaje que aparece en la cuenta de Twitter del Corinthians.

La cosa no se ha quedado en tuits. Diferentes equipos de la liga brasileña como Sao Paulo, Santos, Fluminense y Vasco han manifestado su disposición a prestarle jugadores al Chapecoense hasta que logre «normalizar» su situación. Incluso han solicitado que el club no descienda, así termine último, en los próximos tres años.

Sí, esos clubes que como fanático odiaste, están dispuestos a ver sus jóvenes talentos vistiendo la camisa del «enemigo». El tema es realmente filosófico. ¿Por qué un barrista se siente con el poder de desgraciar la vida de otro, si esto es un simple juego? De la noche a la mañana, los seguidores de Chape se han quedado sin ídolos, esos que estaban a punto de conseguir una hazaña impensable. ¿No debería hacernos reflexionar sobre la fragilidad de nuestra existencia?

Porque no solo murieron jugadores. También periodistas. Y es oportuno recordar que quienes opinamos, escribimos o hacemos seguimiento de la fuente deportiva, hemos colaborado o nos hemos aprovechado de ese odio entre fanaticadas al banalizar la violencia con encabezados como: «A dejar la vida en el campo»; «Matar o morir»; «Este partido es una guerra» y hablamos de «caídos», «misiles» y «palizas». Bajo el argumento de la «sublimación» de la guerra, hemos contribuido a este clima de todos contra todos, olvidando que después de 90 minutos, esos hombres que se visten como niños volverán a sus casas a ver a sus hijos, esposas e incluso sus nietos. No es el caso del equipo principal de Chapecoense. Para ellos ya no habrá otra oportunidad.

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