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“Lobo” Guerra campeón: Un pedazo venezolano del sueño continental

Nadie, nadie puede quitarnos a los venezolanos el derecho de celebrar como propio este título de Atlético Nacional. Solo un jugador como Alejandro “Lobo” Guerra pudo destronar la hazaña de Rafael Dudamel, quien en 1999 fue subcampeón del torneo. El volante de Lomas de Urdaneta ha logrado, a los 31 años, alcanzar una gloria que ningún otro futbolista en el país podrá presumir.

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Fotografía: AFP

H
ay que darle el verdadero valor a esto: en dos años, dos venezolanos campeones continentales. En nuestro país, es el futbolista el que crece a pasos agigantados. Este logro, que no hazaña porque el aporte para el título del criollo fue bien labrado, no ha tenido la rotunda repercusión que una conquista tal debe bordar en nuestros registros históricos futboleros como nación
. Pasó con Luis Manuel Seijas con la Copa Sudamericana y pasa ahora. Pero no importa, somos pocos quienes conocemos la magnitud de esto y lo disfrutamos con el pecho hinchado de orgullo. Alejandro Guerra es campeón de la Copa Libertadores, es un venezolano alzando un trofeo junto con una generación extraordinaria de futbolistas que reunió Reinaldo Rueda, como merecida herencia del sabio Juan Carlos Osorio.

La Copa América Centenario fue un break que no sirvió a los intereses que con su club tenía Guerra, pero desde su perspectiva, el técnico supo exprimir lo mejor del venezolano en la etapa decisiva del torneo. Regresó como figura de la selección de Venezuela en el certamen estadounidense, pero le tocó la helada sensación del banco. Desde ahí, su aporte en la victoria ante Sao Paulo en la ida de semifinales en el mismísimo Morumbí fue una inversión de capital valiosísimo para abrir la senda para el bicampeonato continental.

Le ha llegado tarde la gloria a un futbolista que muchos calificaban como la “eterna promesa” del fútbol nacional. A los 31 años, Osorio primero y Rueda después, han extraído la savia pura del talento del mediocampista. Hoy juega “a la colombiana”: a un toque o como mucho, como grosería, dos. Sea de volante abierto, de enganche o como jugó en la vuelta de la final, como mixto, aporta lo mismo: desdoble, sacrificio, agilidad, recuperación y entrega. Da lo mismo si juega junto con un crack como Macnelly Torres, el que lo mandó a la suplencia, porque las alternativas que ofrece son variopintas.

Cada movimiento en la cancha de Guerra es un gustazo. En una máquina de fútbol colectivo como este Atlético Nacional (que no mostró en la noche antioqueña para definir el campeón). Se conecta con todos con una facilidad entregada por sus últimos técnicos, artífices directos de haberle dado al venezolano la confianza y el nivel de competencia que un hambriento como el criollo ha tenido desde que corría por los entonces recién estrenados campos sintéticos del Cocodrilos Sports Park.

Y no es tarde para que el “Lobo” siga creciendo. Seijas, que ronda la treintena, explotó su liderazgo en Santa Fe y la corona en Sudamericana para abrirse paso entre los mejores jugadores de Sudamérica y ser adquirido por un todopoderoso de la región como Internacional de Porto Alegre para que asuma el rol que tenía nada menos que un Dios como Andrés D’Alessandro. Por eso, el techo de Guerra no queda aquí. Suena extremadamente ambicioso que pueda haber algo más grande que ganar una Libertadores para un venezolano, pero su fútbol justifica que haya opción de que su carrera pueda vivir otra alegría, como el pase a algún grande del Continente.

Atlético Nacional reivindica al buen fútbol. Lo que mostró de punta a punta en la Copa es lo que cualquier técnico puede identificar como “jugar bien”. Un equipo reforzado por talentosísimos futbolistas, jóvenes como Marlos Moreno, experimentados como Macnelly, oportunistas como Miguel Borja, bregadores como Sebastián Pérez y Alexander Mejía, apoyados por el extraordinario desempeño del arquero Franco Armani, apoya tanta buena obra con un título, el premio innegable que siempre obtiene el que lo hace bien. Lo merecía y lo logró. América vuelve a tener un gran campeón, un grandísimo exponente del fútbol que se juega acá en el Sur.

Rodilla a la tierra para demostrar honores a Independiente del Valle, un humilde equipo que sabe cómo hacer las cosas desde la modestia. Es el ejemplo de todo lo que se puede alcanzar con la simple gestión adecuada y sensatamente pensada.

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