Opinión

Los lejanos días de la comuna (o la Argentina repensada)

El escritor y diplomático Eduardo Porretti rememora un momento único de la historia contemporánea de Argentina, cuando lo más conspicuo del pensamiento social y los hacedores de política se sentaron a reimaginar un país a la vera del río Paraná

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La autopista que une Santa Fe con Rosario, en Argentina, es muy agradable. Corre paralela a la ruta 11, que bordea al río Paraná y a los pueblitos que florecen a su vera. Si uno sale temprano desde la capital de la provincia hacia el sur, deja atrás primero los puentes que vadean el río Salado, el curso de agua que trae vida a la zona, pero que ahogó a la ciudad en abril de 2003.

El primer defecto que uno encuentra mientras maneja es que las radios de la ciudad pierden su alcance y la transmisión se desvanece en la mejor parte, justo cuando los políticos locales tartamudean ante las preguntas de los periodistas. El segundo defecto es que cuando uno ve tanto campo con ese mar de soja y bajo idéntico patrón de siembra, tiene la sensación de que la República Agraria está más viva que nunca.

Viaje en el tiempo

La mañana –soleada y fresca– es atravesada por el automóvil de Ernesto Pellegrini, con un motor que ronronea suave y parejo. La radio ya no se escucha bien, así que cambia por música grabada en el celular: Brad Mehldau. Elige «Exit music for a film», su melancólica versión de la canción de Radiohead, con la que cierran las imágenes del Romeo y Julieta de Bertolucci.

Pellegrini pasa la estación de servicio de Rafaela y mira cuánto combustible le queda. Sabe que recién habrá otra estación de YPF en Arocena, al finalizar esa sección de la autopista que –evitando los vaivenes de la política de nombres– se llama Brigadier Estanislao López, en honor al caudillo local. El tramo que une Rosario con Buenos Aires se llama, desde 2005, Juan José Valle, por el militar peronista fusilado por la Revolución Libertadora, en la ruta que desde 1979 se llamaba Pedro Eugenio Aramburu.

Ernesto Pellegrini calcula cuántas horas le quedan de viaje. Un poco porque es ansioso y otro poco porque quisiera pasar por Baradero a visitar amigos. Faltan 30 kilómetros para llegar a Rosario cuando ve un letrero verde con letras blancas que anuncia la salida a Puerto General San Martín.

 Filosofando a orillas del río

En 1866, un inmigrante escocés llamado William Kirk se enamora de una argentina. En 1879, compra tierras en la zona y –al ver el interminable atardecer sobre la costa del río Paraná- decide fundar un pueblo llamado Linda Vista.

Kirk presenta un proyecto al gobierno argentino, ávido de inmigrantes e inversores. En 1888, le escribe una carta al gobernador con sus planes, pero decide cambiar el nombre del pueblo en su honor -Kirk Town-, sitio que termina inscripto como Kirkton. Pero la economía argentina desbarata los planes de Kirk. Su esposa muere en 1898. Kirk regresa, derrotado, a Escocia.

En 1986, ese sitio se llama Puerto San Martín, tiene 6826 habitantes y es una comuna que no lograba ser declarada ciudad. El presidente de la Comuna–Lorenzo Domínguez– era un político con inquietudes intelectuales. La pequeña comunidad dormía una larga siesta como arcadia agrícola, mientras soñaba con un futuro de progreso al modernizar su puerto.

El panorama político en 1986 era intenso. El radicalismo dominaba la escena, pero el peronismo estaba en un proceso de fuertes cambios. Estaba en curso lo que se denominó la renovación peronista, luego de la derrota de 1983. En ese escenario, el debate político se hace visible y se reinventa en publicaciones de gran calidad.

La revista La ciudad futura reunía a buena parte de la izquierda argentina no peronista. En ella convergían intelectuales socialistas de gran renombre vinculados al Club de Cultura Socialista. Del lado del peronismo, la revista Unidos constituye un hito. Contaba con intelectuales progresistas que, al mismo tiempo, tenían una fuerte vocación política. Buscaban reinsertar al movimiento peronista dentro de la nueva etapa de modernización democrática.

Un debate fructífero

Pronto, los debates entre los intelectuales adquieren volumen y visibilidad. La disputa tenía varios ejes. Por un lado, se debatía sobre el pasado argentino reciente (la violencia política en los años setenta y el terrorismo de Estado), las relecturas del marxismo desde la periferia, así como las tensiones entre  modernidad/posmodernidad.

En medio de la devastadora crisis económica de los años ochenta, el presidente comunal reúne a lo más granado de la intelectualidad argentina en un punto perdido del mapa nacional. Las jornadas de filosofía se suceden, y se funda una editorial –dirigida por Horacio González– para recoger ese debate: Los cuadernos de la comuna.

Max Weber en la pampa húmeda

En la comuna Puerto San Martín se reúnen intelectuales y militantes políticos. Una cuestión atraviesa los encuentros: el rol de los valores al analizar la realidad y la labor de los intelectuales en la práctica política. Ese tema está marcado por un hito: el trabajo del sociólogo Max Weber reunido en el volumen El político y el científico. En esa obra, Weber reflexiona acerca de la labor del intelectual y la conducta del hombre de acción en la política.

Weber brinda en 1919 un discurso a los estudiantes en Bavaria: La política como vocación. En esa oportunidad reflexiona sobre la necesidad de balancear, en un político, una ética de convicción moral con una ética de responsabilidad. Ese discurso es precedido por una conferencia de noviembre de 1917, que aborda la cuestión de la ciencia como profesión y vocación. Las características del político y el investigador parecen incompatibles, pero Weber propone una vinculación dialéctica entre reflexión y acción.

En los lejanos años ochenta, la comuna de Puerto General San Martín organizó su primer Congreso de Filosofía y Ciencias Sociales. Fue una forma de consolidar estos debates, al que le seguirá un segundo Congreso años después. Unos folletines con el nombre de Los días de la Comuna –que reunían artículos, entrevistas y reseñaban debates– se distribuían por miles en todo el país. Los encuentros se replicaban en otros ámbitos.

Uno de los disertantes más brillantes, Carlos “Chacho” Álvarez, era el ejemplo vívido del espíritu del momento: generaba admiración como intelectual y como político. Álvarez –como dice José Pablo Feinmann de Mariano Moreno– pasará luego por la historia argentina como un pistoletazo, protagonizando acciones decisivas. Pero ese es otro enigma. En los ochenta encarnaba el zeitgeist de un contexto histórico de convicciones e inteligencia que de tan posible parecía inevitable.

Reflexión y política entrelazadas

En la comuna de Puerto San Martín, una extraña efervescencia circulaba en los recintos de la reflexión y la toma de decisiones. Ámbitos conectados por una entusiasta puerta giratoria inusual en la política Argentina, siempre tentada a elegir entre libros y alpargatas. Los intelectuales socialistas y peronistas consensuaban ideas con el mismo entusiasmo que 20 años después usarían para intercambiar insultos, con esa vocación por el canibalismo que nunca tendrán los conservadores argentinos, listos siempre para el pragmatismo y la cacería.

Así, al borde del río Paraná, la reflexión y la práctica de la política se miraron, por un breve instante, de frente. Hubo allí un debate irrepetible, sustantivo y tolerante. Se dio entre peronistas y socialistas, radicales y liberales, investigadores y políticos, periodistas y vecinos curiosos, expositores de las mejores revistas culturales y representantes de varias corrientes filosóficas, reunidos –con tan honesta autocrítica como voluntarioso compromiso–, en un lugar perdido de la geografía, pensando la Argentina.

Luego, con la banal irreverencia de los precarios entusiasmos, los años noventa desmontaron la industria, el pensamiento y el entramado social argentinos. La bucólica comuna de Puerto San Martín, finalmente, fue nombrada ciudad. El lugar ha progresado y su puerto muestra una febril actividad, exportando granos, es decir, haciendo rica a poca gente.

Un bocinazo saca a Pellegrini de sus pensamientos. Algo aturdido, agrega agua al mate, pero nota que está algo fría. Toma un par de mates con resignación y enciende el motor del auto. La radio se antepone a la música grabada en su celular y alguien canta una zamba con tanto entusiasmo como desafino. Mira la hora y envía un mensaje por su celular.

Ciertas prácticas del litoral argentino permanecen incólumes, porque al instante, sus amigos de Baradero le dicen que será un gusto compartir un asado. Quién sabe –se dice a sí mismo Pellegrini, mientras gira el volante para subir a la ruta– quizás haya que empezar por ahí, juntándose de nuevo, a escucharse y debatir, a la orilla del río.

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Citas

1  El proceso de agriculturización que se ha producido en el país en las últimas décadas, se ha caracterizado por un marcado incremento en el área sembrada de cultivos, el corrimiento de la frontera agropecuaria, el dominio del cultivo de soja y de las tecnologías de insumos, y la no contemplación de externalidades en cuanto a aspectos ambientales y sociales. Informe oficial del INTA:

2 Entre otros, José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Jorge Tula, Carlos Altamirano, Jorge Dotti, Javier Frenzé, Carlos Altamirano, Emilio de Ípola, Rafael Filipelli, José Nun, Beatriz Sarlo, Marcelo Lozada, Hugo Vezzetti, Héctor Leis.

3 Entre otros, Carlos Álvarez, Arturo Armada, Pablo Bergel, Hugo Chumbita, Cecilia Delpech, Salvador Ferla, Horacio González, Norberto Ivancich, Oscar Landi, Roberto Marafioti. También, Mona Moncalvillo, Diana Dukelsky, Enrique Martínez, Claudio Lozano, Ernesto López, Vicente Palermo, Víctor Pesce, Felipe Solá y Mario Wainfeld, José Pablo Feinmann, Álvaro Abós, Nicolás Casullo, Artemio López, Julio Godio, Daniel García Delgado y Alcira Argumedo.

4 En la literatura política, toda referencia a La Comuna constituye un eco implícito a la Comuna de París. Este fue uno de los más importantes acontecimientos revolucionarios en la historia contemporánea, que generara en 1871 un breve gobierno que reemplazara el Estado monárquico, burgués y capitalista. Sobre su legado, el debate es interminable.

Y Max Weber

5  Por fuera de la tensión entre reflexión y práctica políticas, está un asunto aún más profundo y complejo. Se trata de la cuestión de los valores y su influencia en el análisis. Max Weber trabajó epistemológicamente esta problemática en relación con el célebre concepto de “neutralidad valorativa” (Wertfreiheit). En esas conferencias, Weber reflexiona sobre cómo aplicar la neutralidad axiológica de manera sistemática en la comprensión de la realidad. En su mirada, el autor sostiene la importancia de exigir “la formación de conceptos precisos y la estricta separación entre saber empírico y juicios de valor”. Tomado de Archiv für Sozialwissenschaft und Sozial Politik., citado en, Ensayos sobre metodología sociológica, Max Weber, trad. de José Luis Etcheverry, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973, p.47.

En la defensa de dichos principios, Weber plantea la necesidad de un ordenamiento conceptual de los hechos (ciencia social) y la exposición de ideales (política social). El objetivo es evitar que estas polémicas penetren la actividad científica pura, indicando cuando habla el investigador y cuando el sujeto situado en torno a valores y sentimientos. Sin embargo, los expertos aseguran que la proposición weberiana de escindir valores y hechos (con los valores operando para seleccionar un campo de estudio y en la interpretación a posteriori) no refleja la presencia ubicua y persistente de los valores durante la misma investigación científica. Este punto de vista sostiene, asimismo, que los valores y juicios de valores constituyen objetos ciertos de conocimiento. La razón científica en política y sociología, Carlos Strasser, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979, p. 146 y ss.

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