Cultura

"Mank," de David Fincher: el símbolo de nuestros tiempos

La película desacraliza uno de los grandes mitos del cine moderno y lo convierte en una batalla por el poder, la necesidad de reivindicación y la codicia

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Para la película «Mank», el director David Fincher se tomó un considerable tiempo para estudiar la figura de Orson Wells. El guion, escrito por su padre y que narra lo acontecido detrás de cámara del clásico fundacional “El Ciudadano Kane”, ha sido calificada por buena parte de los críticos como obra maestra y los medios especializados, dan por hecho que llevará la ventaja en las nominaciones del Oscar del año entrante. Pero para Fincher, lo realmente importante es lo que no se muestra en la película. “La tensión, elegante y dolorosa”, comentó al New York Times en una entrevista reciente debido al próximo estreno de la película.

Buena parte de la carrera del director se ha basado en en esa capacidad de observación: en «Gone Girl» (2014), el director muestra con minucioso detalle la debacle de un matrimonio y los estrafalarios acontecimientos que convirtieron al desamor en un suceso violento y al final, por completo impredecible. Basada en el libro del mismo nombre de Gillian Flynn, la reconstrucción de la habitual femme fatale en una criatura mutable, astuta y cercana convirtió a Rosamud Pike en una estrella y trajo al director su segundo aire, después de años de experimentos cinematográficos no demasiados exitosos. Pero en la película, encontró de nuevo lo que suele ser el sentido esencial de sus películas: la durísima y descarnada mirada a la naturaleza humana.

Lo mismo ocurre con «Mank», que desacraliza uno de los grandes mitos del cine moderno y lo convierte en una batalla por el poder, la necesidad de reivindicación y la codicia. Filmada en un cuidadoso blanco y negro, con un ritmo extraño que desconcertó a buena parte de los que tuvieron la oportunidad de disfrutar del metraje durante sus primeros visionados, la película es un homenaje al Hollywood dorado, pero también, una cuidadosa crítica a temas que, por lo general, el cine mainstream no suele tocar o al menos, no de manera abierta.

Se trata de un recorrido por el negocio del cine a la vez, de lo que mantiene los cimientos de su falsa visión del éxito y el estrellato. La combinación de ambas cosas construye un recorrido brillante y elaborado del cine como medio artístico, pero también como lucha de las ideas. Todo, mientras la cámara de Fincher se mueve de un lado a otro como un tiburón, sin detenerse más de lo necesario en la poderosa puesta en escena, la brillante ejecución del guion y lo que resulta aún más importante, la forma en que el director quiere mostrar las entrañas del mundo del cine, ese terreno vedado y misterioso que se esconde bajo luces y oropel.

Fincher se define a sí mismo como “quisquilloso”. Lo ha hecho en más de una entrevista y con toda la intención que el término defina su manera de trabajar. Se trata de un hombre que admira la cualidad del cine para expresar ideas en los silencios y también, en la capacidad de lo temporal — ese tránsito expresivo de enorme importancia — para narrar la historia de sus personajes.

Con 58 años cumplidos, Fincher ha pasado buena parte de su vida detrás de cámara para aprender algo esencial: cada detalle en escena cuenta una historia. Hay mucho de esa percepción en Mank, en la que la atmósfera lo es todo y la presunción del futuro, un lento recorrido argumental que termina en un tramo final que desconcierta por su belleza y crudeza. Para el director, contar historias tiene la particularidad de encontrar una forma de recorrer una línea cercana a la perfección. No hay medias tintas y «Mank», es quizás, la obra que mejor refleja esa convicción poderosa y sustancial sobre su mirada acerca de lo que el cine puede ser.

Un recorrido a ciegas

Para «Zodiac» (2007), Fincher pasó más de un año de investigación en solitario sobre la historia del asesino que da nombre a la película. Leyó las cartas que le hicieron famoso, los libros que narraban la travesía de la policía para descubrir su identidad e incluso, llegó a pedir a los agentes encargados del caso — retirados en su mayoría y sin ningún deseo de hablar sobre uno de sus grandes fracasos — que narraran “el miedo al olvido” que había definido mejor que cualquier otro elemento, un caso inconcluso.

Según confesó Fincher en su oportunidad, lo que quería reflejar en la película no era los grandes esfuerzos por encontrar a un criminal sin escrúpulos y lo suficientemente astuto para librarse de una búsqueda nacional, sino el “el vacío y el olvido”. Zodiac es un ejercicio de progresiva tensión, un recorrido por escritorio repletos de papeles, de conversaciones que no llevan a ninguna parte, todo en medio de escenas de violentos asesinatos recreadas con un vigor de pesadilla. El director estaba obsesionado con la pérdida de la inocencia de un país en esencia ingenuo. “Poca gente creyó que el asesino podría escapar como lo hizo. Quería reflejar ese estupor”, dijo a Variety en el 2007.

Ya por entonces, el actor Robert Downey Jr. bromeó sobre la conducta obsesiva del director y le llamó “un dictador perfeccionista”. Para lograr el ambiente sobrecogedor y tenso de una historia destinada a ser inconclusa, Fincher dedicó horas a largas tomas silenciosas que abarcaban paisajes áridos, oficinas vacías, calles a mitad de la noche. La mayoría de las escenas se quedarían en el montaje y otras tantas, formarían parte de un contexto que apenas se advierte en la película pero que es de considerable importancia. Se trata de la historia de una derrota — de un país y una cultura — y Fincher se esforzó por mostrarlo con el cariz de una belleza lóbrega y destartalada.

«Mank» tiene la misma percepción inquietante sobre la realidad desdoblada. La película “El Ciudadano Kane” si llegó a filmarse y de hecho, se convirtió en parte de la historia del cine, pero antes de llegar a la gran pantalla tuvo que atravesar un largo camino de fracasos. Herman Mankiewicz (interpretado por el actor Gary Oldman) es testigo de excepción del corrompido Hollywood de la década de 1930, los espacios en los que el poder prima sobre el arte y al final, todo tipo de pequeños horrores en la que la influencia, la versión contemporánea del bien y del mal, se debaten en un escenario opulento.

De la misma manera que en «Zodiac», el argumento no tiene por objetivo el triunfo o reforzar la idea de la importancia de la conclusión de la historia: Fincher desea mostrar el proceso hacia el triunfo. Hacerlo, además, con una meticulosa reconstrucción histórica que lleva aparejada una crítica social y cultural directa. Con su inofensivo envoltorio de curiosidad fílmica, la nueva película del director es de una crueldad temible, una búsqueda de sentido a la ambición moderna y a los terrores que se esconden detrás de los símbolos de poder.

Golpes, dolores y trascendencia

Brad Pitt confesó en una entrevista a Vanity Fair, que uno de sus recuerdos más vívidos de la filmación de «The Fight Club» (1999) es la manera en que Fincher estaba convencido que la película tenía que jugar con la percepción del espectador. Un juego de espejos macabros en los que los matices entre la realidad pudieran ser reconstruidos de una manera total. No hay nada cierto en una película en el que protagonista no tiene nombre y que, de hecho, es una excusa para narrar una historia de trasfondo que suele llamarse pretenciosa, pero que, en realidad, tenía una relación directa con el momento en que se filmó. Corría el año 1999, el siglo estaba a punto de cambiar y los temores apocalípticos eran un espectro cultural a gran escala. La película los encarnó todos.

Pero había algo más: «The Fight Club» estaba destinada a ser tramposa. No por el hecho que el personaje principal fuera una pirueta argumental: en conjunto la película es una practical joke contra el sistema y de esa manera, fue concebida. Pitt contó que Fincher les pidió “dejar salir toda la rebeldía adolescente” y hacerlo, “con la furia perenne e impredecible” de un hombre en busca de sentido y de concepto sobre sus inquietudes. Y el actor lo hizo. Rompió muebles, se emborrachó hasta niveles ridículos y experimento con la idea de un personaje que, en realidad, era muchas a la vez. No era real, pero tampoco únicamente la imagen de otro. Para cuando la película llevaba filmada más de la mitad, Pitt estaba convencido que había algo “brutal e incontrolable” en el núcleo de la filmación.

Gary Oldman no ha dicho algo parecido, pero si es evidente que la filmación de «Mank» ha tenido sus extraños momentos de tensión y angustia. Hace poco, el actor — que suele ser discreto sobre lo que ocurre en el set de filmación — comentó que Fincher tenía “los pequeños grandes tics de un genio”, lo que se une a los rumores de la presión interna en una película que emula, de una forma u otra, las grandes presiones del Star-system. Amanda Seyfried, coprotagonista del film, comentó hace unos días para IndieWire que Fincher toma “múltiples tomas de cada escena y actor” para después “moldear a los personajes”, lo que hace suponer que los rumores sobre interminables horas de filmación llenas de estrictas exigencias, son ciertos.

Como sea, «Mank» ya es considerada la mejor película del 2020 y también, la gran conclusión a un año atípico. Curiosamente, lo mismo que se dijo de la ya legendaria «Fight Club», que cerró con broche de oro meses de especulación sobre un posible apocalipsis tecnológico y un final apoteósico al mundo tal y como se conocía por entonces. Ocurrió en la película, no en la vida real, pero Fincher logró una obra para el recuerdo. Con «Mank», de nuevo consigue la proeza de traducir el tiempo y la época en un argumento durísimo sobre el miedo y las ambiciones rotas. Toda una oda lúgubre a un año signado por la incertidumbre.

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