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Mi primera vez con la Vinotinto: bien el equipo, terrible la FVF

Asistir al estadio Olímpico era una misión pendiente en mi vida. No había visto a la Vinotinto en vivo y directo. Esta era la oportunidad perfecta. Sin embargo, hasta el último minuto, disfrutar del encuentro se convirtió en una tarea titánica por el desorden organizativo. Esta es la crónica de la procesión que viví como fanática el pasado 2 de septiembre

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Betania Ibarra

Era fácil y sencillo. ¿Qué podría salir mal en el regreso de los fanáticos al estadio si solo sería el 30% del aforo? Pues la respuesta es todo.

Se los voy a explicar para que lo entiendan. Todo empezó cuando la Federación Venezolana de Fútbol (FVF) anunció que el público podría volver al estadio para ver a Venezuela, que jugaría ante Argentina. La primera gran puesta en escena de la nueva junta directiva del fútbol nacional, o bueno, eso parecía.

El proceso no era muy complicado: comprabas tus entradas a través de Yummy, aplicación de delivery venezolana. Luego debías hacerte una prueba de antígenos para entrar al estadio. Se suponía que una vez allí, todo sería bello y maravilloso, pues habían anunciado con bombos y platillos que habría Wi-Fi gratis y que la comida llegaría hasta tus asientos si lo solicitabas por la app. Toda una experiencia para el fanático.

Sabía que mi deseo por ver a la selección ante Argentina tendría un costo alto. Solo la prueba estándar de antígenos cuesta normalmente 60 dólares, en Venezuela. Pero no podía perder la oportunidad de ir al estadio y apoyar a la selección. Como sabíamos que el aforo sería limitado, y por ende habría pocas entradas disponibles, activemos las campanitas de notificación en todas las cuentas de redes sociales relacionadas con Yummy, la FVF y la Vinotinto. Desde ese momento, estuvimos insistiendo dentro de la app, actualizándola y esperando que mágicamente se activara la opción de compra.

El momento tan esperado llegó justo cuando no estaba en mi casa y no tenía conmigo el teléfono donde descargué la app.

¿De verdad Yummy? ¡¿De verdad?!

Alejandro me avisa que las entradas ya están a la venta

Un mensaje de Alejandro, una de las personas con quien iría al estadio, me decía “estoy en una reunión, intenta comprarlas tú”. La ansiedad pasó de cero a cien en un segundo, sentía que mi oportunidad de ir al estadio a ver a la Vinotinto por primera vez se esfumaba. Entonces se me ocurrió bajar la aplicación en el celular de una amiga. Todo cargó bien.

Acepté los términos y condiciones, entre ellas, la de realizarme una prueba para descartar el Covid-19. Elegí la sección del estadio donde queríamos estar; indiqué cuántas entradas necesitaba, cargué el recibo de la transferencia Zelle para confirmar el pago y… ¡Error!

Intenté el mismo proceso al menos unas 10 veces más. La respuesta era la misma: error, error, error… Mi estrés explotó cuando salió el siguiente anuncio de Yummy : “Inténtelo de nuevo en 15 minutos”.

Una nueva notificación en Twitter de Yummy: las entradas a tribunas están agotadas. Si antes estaba preocupada, ahora más: si ya se vendieron tribunas, que costaban 50 dólares -el doble que las entradas a gradas ($25)-, no guardaba muchas esperanzas. Sin embargo, era hora de activar el “mano, tengo fe”

No olvidemos que ya el pago por Zelle se había hecho. Entonces, repetimos la acción: ir a Yummy, seleccionar la opción Vinotinto, aceptar términos y condiciones, elegir gradas, indicar el número de entradas, adjuntar comprobante de pago, aceptar el pedido y llegó el mensaje esperado: «Su orden fue aceptada”.

La emoción de lograr procesar mi orden

El grito de celebración fue genuino, como si Venezuela hubiese clasificado al mundial. Teníamos nuestras entradas para las gradas centrales. Y aunque perdí 10 años de vida en esos 30 minutos, el estrés continuaba porque la orden, según nos indicaban, estaba en revisión. Mejor no cantar victoria aún.

Tuve que esperar media hora más, me llamaron, confirmaron el pago y aprobaron la orden. Las entradas llegaron ese día 5 horas después de la compra.

Siguiente alcabala

El siguiente reto sería hacerse la prueba de antígenos con el único laboratorio que ellos asignaron, CasaLab. La ventaja era que, al presentar la entrada, recibías un descuento. La prueba costaría lo mismo que la entrada ($25)

Estuve pendiente de las redes del laboratorio esperando indicaciones, hasta que anunciaron que teníamos que pedir cita previa para asistir al Estadio Olímpico de la UCV. Ingresé en la página web www.12vinotinto.com, anoté los datos de todos los que asistiríamos y decidimos presentarnos el primer día de la jornada, a las 8 de la mañana. Queríamos evitar retrasos en la entrega de resultados o una cola enorme.

Ese martes 31 de agosto, llegamos a las 7:30 a.m. al estadio. Ya había una cola de aproximadamente 30 personas. Comenzaron a trabajar a las 8:30 a.m. El proceso fue ordenado. La fila avanzó rápido. Todas las cajas estaban abiertas. Se dividían en pago en efectivo ($) o pago por punto de venta o pago móvil. En la caja mostrabas tu cédula y la entrada para recibir el descuento.

Una vez mostrabas el comprobante de pago, ibas a la zona donde hacían el incómodo examen de hisopado nasal. Más o menos diez mesas estaban disponibles para las pruebas. En la primera, revisaban tu reservación en la página y, con tu número de cédula, te decían cuál sería el número de tu muestra. En la siguiente mesa atendían a dos personas al mismo tiempo para hacer las pruebas.

Fila para pagar la prueba antígenos

Siguiente fila para que te realicen la prueba de antígenos

No tardamos ni 15 minutos desde que empezaron a trabajar. Fue un trámite más eficiente de lo esperado, en especial por la cantidad de personas que estaban en la fila. Entonces pensamos ingenuamente: “La organización fue increíble, tal vez así sea el día del partido”.

Las noches mágicas no se juegan en Caracas

Por temas de trabajo, nuestro grupo se dividió en dos. Tres llegarían primero y luego llegaría “más tarde”, con mi amigo Alejandro.

Ese día la FVF anunció que los accesos a los estacionamientos para el partido serían dos distintos a los habituales. Al Estacionamiento Estructural de la UCV, se entraría por la Valle-Coche, y al estacionamiento de La Parroquia, por Bello Monte. Acá empezó nuestro martirio.

Esperé que Alejandro saliera de su trabajo a las 5:30 p.m. y salimos felices a ver a nuestra Vinotinto. Estábamos cerca, así que más o menos a las 5:50 p.m. ya estábamos averiguando cómo estacionar. Además del tráfico que había en los alrededores, la policía tenía todas las entradas a los estacionamientos cerradas. No había paso. En consecuencia, los llamados «parqueros» se activaron: te «cuidaban» el carro por $5 si estacionabas en la calle.

Ya eran las 6:30 p.m. y seguíamos dando vueltas por Los Chaguaramos, de mal humor y sin saber qué hacer porque estacionar en la calle no era una opción, pero es que ninguno de los estacionamientos estaba abierto a esa hora. Decidimos irnos hasta Los Próceres y estacionar allá. El vigilante que nos atendió nos dijo que «eso estaba prohibido», pero, claro está, si lo «ayudábamos», podíamos dejar el carro y buscarlo a la hora que quisiéramos. No aceptó la primera «colaboración». Tuvimos que darle un poco más, gasto que no estaba presupuestado inicialmente.

Corrimos hasta el centro comercial de los Próceres en busca de un taxi que nos acercara al Olímpico, teníamos el tiempo en contra. El chamo del taxi fue pana, nos cobró $5 y en menos de cinco minutos ya estábamos cerquita de ver a Rincón contra Messi, pero… nos conseguimos con al menos 200 personas adelante. Si querías refrescar la garganta mientras esperabas, te ofrecían el Nestea de un litro a $1, «el que te pone ver a Messi de cerca”. También podías masticar “Super boom, el hermano gemelo del Trident”. Y claro, estaban los que te ofrecían entrar sin hacer la cola.

Una muchacha que vendía versiones piratas de las camisetas de la selección, nos dijo que más temprano se llevaron presa a una persona que estaba revendiendo entradas. A ella la acusaron de cómplice y le quitaron todo el dinero que había ganado. Charla para vender o no, le terminamos comprando dos camisetas. Cada una costó $10. “Precio mínimo”, porque tenía que recuperar lo que las autoridades se llevaron.

Entren que caben 100

Contentos con nuestras camisetas vinotinto en oferta, nos dimos cuenta que a medida que nos acercábamos, los encargados de seguridad ya no revisaban tu entrada o cédula. De hecho, nos mandaron a pasar casi que corriendo. Listo, ya lo conseguimos… o no. En la Plaza de los Estadios había otra cola que recorría todo el terreno y daba hasta dos vueltas. Esta alcabala era para revisar el resultado de la prueba de antígenos.

Bueno, si bien se acercaba la hora del juego, ya estábamos «adentro». Solo debíamos comunicarnos con el resto del grupo que había llegado más temprano. Sucedió entonces que al entrar a la Plaza, ¡no había señal!

La gente comenzó a alborotarse. Era inevitable: a 20 minutos del inicio, al menos unas 500 personas esperaban por poder entrar al Olímpico. Entre gritos a los coleados (que en este país nunca faltan) y groserías a los organizadores, las oraciones desesperadas de los que estábamos afuera terminaban en una misma petición: “Déjennos pasar, vamos a perdernos la mitad del partido”. La presión hizo efecto y la cola empezó a avanzar rápidamente.

Plaza de los Estadios abarrotada

Comenzaron a sonar los tambores de la barra, que se ubica en el sector Norte de las gradas. Cada redoble marcaba el ritmo de mi angustia: esto ya va a empezar y sigo afuera. Así transcurrieron los minutos más largos de mi vida.

Esta parte del día solo tiene sentido si la reseño como un minuto a minuto de un tiempo extra en la final de un torneo importante, así que acá voy:

7:55 p.m: llegué por fin al primer filtro, tuve que mostrar la cédula y el resultado de mi prueba de antígenos, medirme la temperatura y ponerme el antibacterial más asqueroso que he usado en mi vida porque era slime, versión desinfectante. Como pude me quité eso de las manos para enseñar lo requerido y que me dejaran pasar.

7:59 p.m: la mujer de seguridad se toma todo el tiempo del mundo para revisar las carteras de las mujeres. Objeto que no me permitirían pasar: el paraguas. Pero al verme casi al borde de las lágrimas, me dejó, con la condición que no podía abrirlo dentro. Y cumplí la orden. Si lee esta nota, señora, ya lo sabe: no le fallé. 

8:00 p.m: empezó a sonar el himno de Venezuela. Alejandro y yo corrimos, pero como si fuera el final de una película de acción, todo sucedía en cámara lenta. Solo faltaba la banda sonora de película.

La épica entrada tuvo un traspiés. Todos los accesos estaban cerrados. Mi amigo, con mejor estado físico siguió avanzando y yo me quedé rezagada. Si esto fuera una película de zombies, sería la primera en morir por no hacer deporte. Conseguimos una última puerta. Tampoco había acceso. Nos dieron la indicación para llegar a la única puerta abierta. Como era de esperarse, fue un embudo en el que no había ningún distanciamiento social. Era el sálvese quien pueda.

Ese único acceso disponible por supuesto que no estaba cerca del lugar de nuestros asientos. Nos tocó hacer la venezolanada: cruzar una de las rejas que separa una zona de la otra. Un gentío hizo lo mismo. Parecía que estábamos cruzando una frontera entre México y Estados Unidos. A los policías no les quedó más que ser cómplices del movimiento.

Como no había señal dentro del estadio, a pesar de lo que ofreció la FVF, seguíamos sin saber dónde estaban nuestros amigos. Quizá está de más decirlo, pero ya estábamos irritados, malhumorados y estresados. Intentar llamarlos fue una odisea. Cuando por fin nos contestan solo escuchaba a Alejandro gritar: “¿Dónde están? ¡Aló!, ¿Dónde se sentaron? ¡Párate que no te veo, hazme señas!”. Entre una multitud, localizamos al resto. Se sintió como la salvación.

Sin aire por todo lo que corrimos y saltamos. Sudados como si hubiéramos marcado a Soteldo, y al borde del desmayo, solo deseábamos que algún líquido refrescara nuestras gargantas. Pero obvio: “No hay señal, el Wi-Fi no sirve”. Yummy no cargaba. Pasé los 90 minutos intentando abrir la aplicación sin éxito.

Sentimiento nacional ante la organización del evento

La descarga

A pesar de toda la mala experiencia. Mis amigos y yo vivimos el partido a todo dar. Le gritamos a los argentinos y al árbitro: apoyamos a nuestros muchachos. Aunque no me escucharan, le dije a Savarino y al «Brujo» que los amo. Me emocioné al ver a Messi y celebré a Wilker cuando le paró todos los intentos de gol. Grité, grité y grité y brinqué, brinqué y brinqué con el gol de Soteldo. Junto a la barra canté: “Mi Vinotinto, te amo, mi Vinotinto estoy aquí porque te amo”.

Después de la adrenalina, viene el momento de razonar. No tiene sentido que con apenas 30% del aforo (poco más de 6 mil personas), todo haya salido tan mal en el Olímpico. Imposible que no hubiese puestos de estacionamientos para los que fuimos.

¿Los estacionamientos llenos? ¿Cómo se explica que el Estacionamiento Estructural funcionara cuando los partidos se jugaban con toda la capacidad disponible? Si los accesos estuvieron cerrados ¿en qué momento se llenó? ¿O es que acaso realmente no fue el 30% sino que la FVF permitió más gente?

La mala organización dejó a cientos de personas sin poder comprar siquiera un agua porque no había nada abierto. Nada de la comodidad que te vendieron fue real.

Me quedo con el fútbol. Era tiempo de volver a las canchas. Los muchachos no defraudaron, pero la FVF, sí.

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