Opinión

Mitología criolla: corrupción, viveza, ingenuidad y pobreza

Ideas y valores asociados a un pernicioso imaginario nacional sirven para ahogar, para anular, cualquier intento de elevar el nivel de conciencia sobre los peligros a los cuales ha estado sometida la sociedad venezolana

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El Índice de Percepción de la Corrupción elaborado por Transparencia Internacional, en su edición de 2019, colocó a Venezuela en la posición 173 entre 198 países. Ese resultado nos coloca no solo como el país más corrupto de América Latina y el Caribe, sino de todo el hemisferio occidental.

Resulta inevitable asociar esa condición de país donde campea la corrupción con los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi 2019-2020), recientemente presentados por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB.

La injustificable ruina

Dicho estudio, que ha sido suficientemente comentado en los últimos días, indica que la pobreza total en Venezuela alcanzó 96,2 %, mientras que la pobreza extrema registró 79,3 %. Tales resultados nos colocan al lado de algunas naciones africanas.

Uno se pregunta: ¿cómo es posible que hayamos llegado a ese nivel de pobreza siendo un país con tantas riquezas naturales? Hay muchas respuestas, tantas como el tipo de análisis que realicemos para buscarlas. Pienso que las más aproximadas se relacionan con los mitos que nos creamos nosotros mismos, y que después hemos creído con fervor, durante décadas. Incluso hoy.

Percepciones erróneas

Algunos de esos mitos derivan de percepciones erradas sobre la naturaleza humana, la libertad o su degradación en libertinaje, el orden, el cumplimiento y respeto de la ley, los roles de los hombres en la sociedad, entre otras. Menciono algunos: “Venezuela es un país muy rico”. “Venezuela es el mejor país del mundo”. “Los venezolanos somos las personas más solidarias del planeta”. “En Venezuela la riqueza se da fácilmente.” “Somos muy vivos”, etcétera.

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(Photo by Yuri CORTEZ / AFP)

Esa mitología criolla ha servido para ahogar, para anular, cualquier intento de elevar el nivel de conciencia sobre los peligros a los cuales ha estado sometida la sociedad venezolana. Por consiguiente, ha obstaculizado la adopción en conjunto, como un credo, de las medidas preventivas y correctivas que son necesarias.

Por ejemplo, si un segmento importante de la población ha creído estar viviendo en el mejor país del mundo, esa creencia ha implicado que sea innecesario desplegar esfuerzos para mejorar algo, mucho menos que requiramos elegir políticos preparados para impulsar cambios positivos en la sociedad. Si vivimos en lo mejor, ¿para qué cambiarlo?

Dogmas e ilusiones

Si, además, un gran porcentaje de la población ha vivido en el dogma de que Venezuela es el país más rico del mundo, la exigencia de responsabilidad sobre el manejo de los recursos queda distorsionada por la falsa creencia en que no importa si un bandido, o grupo de bandidos, saqueó las arcas, porque siempre va a ver suficientes recursos para todo el mundo. Incluso para reponer lo perdido. Eso genera incentivos para la dinámica política perversa de “pónganme donde haya” (con seguridad, algunos dirían “haiga”).

“Somos las personas más solidarias del planeta”, pero muchas veces esta solidaridad ha sido mal entendida, mal conducida. Tanto, que ha llevado a muchos a participar en la construcción de una suerte de sociedad de cómplices en la que se rinde pleitesía al dinero, sin importar de dónde proviene. Nuestra condena como sociedad a los corruptos nunca ha sido contundente. ¿Cuántos han pagado con cárcel?

El país de los “vivos”

Otro mito es el de la viveza criolla. Algunos son vivos “de verdad”. Otros, son ingenuamente vivos. De los vivos de verdad hay incontables ejemplos. Pero me viene ahora a la memoria ese del exministro que escribió, entre otros libros, “Ser capitalista es un mal negocio: claves para socialistas”, que se creó también una estela de defensor del medio ambiente, mientras se llenó de millones de euros y dólares mal habidos y vive cómodamente instalado en Europa. Como escribió Dickens en Tiempos Difíciles: “Era un hombre que proclamaba constantemente, por la metálica trompeta parlante de su voz, su ignorancia de otros tiempos, su pobreza de otros tiempos. Era un hombre al que podría llamársele el fanfarrón de la humildad”.

O la de ese grupo de “empresarios” que sufre el complejo de “coaching de la resiliencia” y que están dentro del 4% de la población que no tiene problemas, según el estudio de Encovi. Y que verdaderamente no tienen otra preocupación que la de ver incrementar sus ingresos a costa de muchas cosas (incluso las de orden moral). El resto, esos vivos ingenuos, o esos ingenuos de verdad, junto con la gente honesta, entra en la categoría que Uslar Pietri definió hace más de 30 años en un programa como “Pendejos”. Y yo agregaría: “¡A mucha honra!”.

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