Venezuela

Maduro pone rostro de mujer a la represión policial

Las mujeres del equipo antimotines de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) son la punta de lanza para reprimir las protestas en las calles de Venezuela, en medio del estado de excepción

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Fotos: Dagne Cobo Buschbeck y Andrea Hernández

Labios carnosos y provocativos, pintados de rosa o carmesí, ojos perfectamente delineados. Uñas sin pintar, pero cuidadas. Siempre andan juntas y enlazadas con sus brazos como si fueran alumnas de un exclusivo colegio de monjas. Muchas no dejan de lucir sus cuerpos esbeltos, a pesar de esconder sus figuras con los cascos, escudos, garrotes, rodilleras y chalecos antibalas.

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Las policías de Venezuela son entrenadas como máquinas para la represión. Mejor dicho, como unas hermosas máquinas para la represión.

La ola de protestas que está sacudiendo al país tiene olor a perfume de mujer… y a bomba lacrimógena. El cuerpo femenino de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) es la carta de presentación que hace el gobierno de Nicolás Maduro para contener a las crecientes manifestaciones en su contra desde hace semanas.

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Piquetes de mujeres están en primera línea en cada una de las manifestaciones que han terminado con detenciones, asfixiados con bombas lacrimógenas, heridos con perdigones, golpeados o afectados con gas pimienta.

Del accionar de las féminas, no se escapa nadie: hombres, ancianos, mujeres de mediana edad y jóvenes han sufrido las consecuencias cuando han osado romper el cordón humano que crean entre sí.

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Pero ellas también sufren las consecuencias de la violencia. La semana pasada, una mujer policía fue golpeada con palos y piedras por manifestantes iracundos en una marcha de oposición que intentó llegar a la sede del Poder Electoral.

Maduro, en un acto político en su defensa, le regaló a la afectada un apartamento del plan social Misión Vivienda en “desagravio” a los golpes.

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Hombres atrás

La mayoría de las que conforman cada piquete femenino son mujeres en sus 20. Otras de 30 y hasta 40 años de edad también se ven en la primera línea de batalla, aunque muy pocas. Sus pares hombres, siempre se ven a lo lejos, como esperando algo.

Los piquetes femeninos siempre están acompañados por otro grupo que las escoltan, aunque sin lucir cascos. Pero su nivel de peligrosidad puede ser mayor al de sus compañeras: ellas son las encargadas de descargar el gas pimienta contra los manifestantes cuando buscan romper el cerco.

Y esa es una señal en Venezuela cuando se inicia la represión.

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En la marcha de estudiantes universitarios que intentó infructuosamente llegar este jueves a la sede del Ministerio de Educación Superior para denunciar la crisis del sector, ellas volvieron a ser la primera fuerza de choque.

Una morena, de unos 40 años de edad, era quien dirigía el cerco policial en los alrededores de la capilla universitaria, que impidió a los jóvenes llegar hacia la Zona Rental.

Sin usar el casco como sus subordinadas, la oficial jefe de apellido Tineo, dictaba órdenes al grupo y hablaba constantemente desde su teléfono celular. La agente caminaba y conversaba con los manifestantes. También daba líneas a sus pares hombres que estaban a lo lejos del cordón.

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Insultos a las uniformadas

Tineo, al igual que sus más de 40 subordinadas del primer frente, recibían estoicas los insultos de los manifestantes: “putas”, “vendidas”, “desalmadas”, “ignorantes” se escuchaba a la lo largo de la manifestación, que también transcurrió entre consignas políticas y negociaciones en la calle entre la rectora de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Cecilia García Arocha con funcionarios ministeriales.

Al igual que los estudiantes y los periodistas que cubrían la marcha, las mujeres policías resistían bajo el sol. Algunos rostros lucían sudados, otros cansados. Una llegó a morderse los labios cuando una chica, de unos 20 años de edad, la increpaba por pertenecer a un cuerpo que reprimía a las manifestaciones.

Otro estudiante acusaba a las mujeres de ser utilizadas por los policías hombres “que son unos cobardes” por esperar tras el frente. Dijo que ellas sufren como todos la crisis: deben hacer colas y luchar porque no les alcanza el sueldo para comprar la comida que se consigue.

“Al final todos somos la misma moneda”, le gritó el joven a uno de sus compañeros ante el cordón policial.

«No, no es así. Ellas tienen uniforme”, le respondió el otro.

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