Crónicas

Necesitaba un médico para vivir y el médico gasolina para llegar al hospital

Beatriz tiene cuatro hijos. La menor tiene tan solo 3 años y hace menos de un mes atravesó una neumonía que le ocasionó tanta fiebre que la hizo convulsionar un par de veces. Ahora es ella quien está enferma y necesita ser operada. El problema es que no hay un cirujano que la atienda

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Allí está de nuevo. Sentada en la emergencia del hospital al que entró hace apenas un mes con su hija en los brazos. Esta vez, es ella la paciente y no su hija de 3 años. Esta vez, es un dolor en el abdomen la razón para sentarse en la sala de espera. Hace un mes no podía parar el llanto cada vez que su pequeña le decía que le costaba respirar. Tan solo dos semanas habían pasado desde el momento en el que sintió como salió cansada, pero victoriosa de ese hospital con su retoño en los brazos. Esperaba un final parecido, que le escucharan en el cielo para no dejar en la tierra a niños tan pequeños.

«Vamos a llamar al cirujano», le habían dicho. A las 7 de la mañana no había ningún médico que la pudiera operar de lo que para muchos es la operación más básica y sencilla de todas: una extracción de la apéndice.

El dolor no pasaba. Su molestia tampoco. Hace apenas 24 horas en ese mismo hospital le dijeron que se fuera a casa. Que tenía un cólico. Que se le iba a pasar. Ahora le decían que su apéndice estaba tan inflamado, que había que actuar rápido, aunque la rapidez del cirujano estaba detenida en una cola en la gasolinera en la que le habían dado número para pasar.

«Que dice que hasta que no eche gasolina no puede venir. Que tiene toda la semana intentándolo y no puede perder el día», escuchó.

Ya han pasado 48 horas desde que Beatriz decidió bajar de la montaña en la que vive para buscar ayuda médica. Ya ha sido rechazada dos veces, una en el Seguro Social de Trujillo y otra en el hospital de la capital del estado andino. Ahora, el dolor no la deja pararse. Allí piensa quedarse. Sentada en ese hospital, esperando y rogando porque el doctor consiga la gasolina para que puede ir a operarla.

Sin médicos, sin quirófanos

Que no haya un solo médico cirujano en el Hospital del estado Trujillo para atender a una paciente con apendicitis parece una locura, pero hay una explicación. Los recursos en los centros de salud en el estado son cada vez más limitados. No hay alcohol, ni medicinas, ni médicos. El que llega al hospital debe contar con un familiar que pueda comprar lo que se necesita para su recuperación en farmacias privadas.

Los enfermeros salen cada 15 minutos a pedir algo a algún familiar de algún paciente. «Esta es la lista. Vaya y venga con todo lo que está allí», dicen en la puerta a una señora que sostiene en sus manos un rosario y 20 dólares. No sabe si el dinero le alcanzará para lo que le piden. Lee detenidamente todo y su rostro es angustia pura. Toma su celular y hace una llamada. Se aleja lentamente camino a la farmacia de la esquina.

Los quirófanos también están escasos. El seguro social del municipio Trujillo no tiene ninguno activo. Se contaminaron, no funcionan las luces y es un riesgo operar allí. El hospital cuenta con solo uno y hay que esperar turno o médico.

En Valera, el municipio con mayor cantidad de población y el hospital más grande del estado, la realidad es la misma. El Seguro Social no puede atender partos por falta de quirófano. De seis quirófanos del Hospital Central de Valera Dr. Pedro Emilio Carrillo solo funciona uno.

«No lo cierran porque entonces todas las operaciones en instituciones públicas no podrían realizarse. Sin embargo, eso no quiere decir que esté en buenas condiciones», dice una doctora que hace tres semanas operó en aquella sala a una paciente que está batallando con una bacteria que agarró en medio de la cirugía.

«No quiero dejar a mi hijos solos»

Beatriz tiene cuatro hijos. La menor tiene tan solo 3 años y hace menos de un mes atravesó una neumonía que le ocasionó tanta fiebre que la hizo convulsionar un par de veces. Aunque descartaron que fuera covid, Beatriz pensó que se le podía morir. Ahora piensa que ella es la que puede estar en la lista.

Ya el reloj de su teléfono marca la 1:45 pm. El médico aún no llega. Su hermana la acompaña y le habla para que no se desanime. Pero ella no desea que le hablen. Le duele, le duele mucho. Morir de apéndice no es digno. De eso no se debe morir nadie, menos sentada en un hospital. Tal vez de covid sí es más factible, porque estamos en una pandemia, ¿pero de una apéndice inflamado? Eso no es posible. Sus pensamientos van y vienen. No puede distraerse. No puede dejar de pensar. Ni en medio del trabajo de parto había tenido tanto miedo. El dolor la vence y se duerme, no de forma profunda, pero duerme.

6:50 pm. Siente que no resistirá más. Toma un poco de agua. No mucha. De repente su hermana se acerca. «Ya llegó el doctor. Ya vas a salir de esto», le dice.

Le duele. Aún le duele. La mandan a quitarse la ropa, ponerse una bata azul. Ya preparan el quirófano. «No quiero dejar a mi hijos solos», le susurra Beatriz a su hermana.

Éxodo médico

Según las cifras de la ONG Médicos Unidos de Venezuela, cuando inició la cuarentena por la pandemia en Venezuela (marzo 2020), ya se habían marchado 32 mil médicos del país. Si a eso sumamos que alrededor de 600 profesionales de la salud han muerto a causa del covid-19, y que muchos han renunciado al no contar con las condiciones laborales adecuadas, entonces el panorama se complica.

En declaraciones a la agencia EFE, el director de Médicos Unidos, Jorge Lorenzo, señala que los bajos sueldos y el miedo a contagiarse por covid al no contar con trajes especiales y tapabocas hace que los médicos se vayan de los hospitales.

«Un médico con 30 años de graduado, con 25 años de especialista y con guardias nocturnas apenas gana 18 dólares mensuales», señaló Lorenzo. Eso ha movilizado a los médicos y los ha alejado de los centros de atención públicos.

«Algunos se fueron al sector privado, otros empezaron a atender pacientes en domicilios y otros se fueron de la salud a trabajar en otra cosa», dijo Lorenzo.

Volver a casa

Le duele la cabeza. Le duele la herida. No debe hablar. Ya le dieron el alta. Le recetaron analgésicos y antibióticos. No tiene dinero para comprarlos. Ni siquiera quiere ir a preguntar. No sabe cómo se irá a casa. No hay transporte y vive a 20 minutos del hospital en carro, a más de tres horas caminando.

Tiene el alta y el récipe en su mano. Pero no se puede mover del hospital. No sabe cómo hacerlo. La moto no una opción en este momento. Respira. Se tranquiliza. Llama a todos los conocidos. Alguien podría subirla. Alguien podría tener gasolina. Alguien de seguro la llevará. Por ahora solo quiere volver a casa.

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