Opinión

Neoyorkinos “cacerolean” como homenaje y protesta

El retumbar de las ollas se oye diariamente en Nueva York a las siete de la noche, para agradecer y alentar al personal que lucha contra COVID-19. También para no olvidarse de las injusticias

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Neoyorkinos

Días atrás alteré mi cuarentena para hacer algunas compras nerviosas. Caminaba por la calle tranquilamente cuando, de pronto, pegué un brinco debido al escándalo generado por una gran caravana de carros de bomberos, patrullas policiales y ambulancias. Todo eso acompañado de un cacerolazo desde ventanas y balcones, cambios de luces de los automóviles y otras expresiones de euforia.

Por un instante pensé que me estaban persiguiendo a mí: un evadido del confinamiento. Lo cierto es que corriendo llegué al supermercado, compré mis vainas y arranqué de vuelta a mi casa.

En la noche miré las noticias y fue así como estuve seguro de que no me perseguían.

Supe entonces que desde hace unos días se lleva a cabo un cacerolazo en Nueva York y en otras ciudades. La intención: alentar y homenajear a los hombres y mujeres que batallan contra la pandemia de COVID-19.

Luego leí que esta práctica, hasta ahora, se viene realizando en Estados Unidos y en España. Diariamente se cumple esta acción a las 7 de la noche. Como sentido homenaje y muestra de apoyo de los neoyorkinos a todos los trabajadores de los hospitales, paramédicos, bomberos, policías y afines, que están en primera línea haciéndole frente al virus.

Movido por estas acciones, es decir, por los «cacerolazos honoríficos» -para llamarlos de alguna manera y diferenciarlos de los cacerolazos de protesta venezolanos, primero contra el gobierno de Hugo Chávez y ahora contra Nicolás Maduro y su corte- me di a la tarea de investigar sobre el origen de esta práctica colectiva. En algún momento llegué a creer que se trataba de algo creado en Venezuela, pero no es así. Investigué.

En el Chile de Allende

Revisando, encontré que en América Latina, en tiempos modernos, fue Chile el país donde primeramente se usaron las ollas para protestar. En una nota publicada en el diario El Tiempo, de Colombia, se lee lo siguiente: “Puede que parezca difícil de creer hoy, pero los llamados cacerolazos, esa ruidosa forma de protesta que consiste en golpear ollas lo más fuerte posible, no nació de las clases populares, sino todo lo contrario. Su origen se remonta a las mujeres acomodadas de Chile. Estas salían a las calles ‘armadas’ con artefactos de cocina a protestar por la escasez de alimentos que sentían que había traído el gobierno socialista de Salvador Allende».

La primera manifestación de este tipo ocurrió el 2 de diciembre de 1971 y fue llamada la “Marcha de las Cacerolas Vacías”. El ruido se inició en la capital y se extendió, a punta de olletas y sartenes, a varias ciudades del país austral.

Fue tal la relevancia de la protesta que el grupo musical Quilapayún, que respaldaba la gestión de Allende, escribió y cantó una canción que dice en uno de sus pasajes: “La derecha tiene dos ollitas, una chiquita, otra grandecita. La chiquitita se la acaba de comprar, esa la usa tan solo pa’ golpear”.

Protesta con historia

En una entrevista con la publicación francesa France Culture, el historiador Emmanuel Fureix explica que “los cacerolazos, como forma de protesta política, nacieron en Francia en el siglo XIX, cuando los republicanos hacían ruido con cacerolas para abuchear a los funcionarios de la monarquía de julio (1830-1848). Pero los franceses de esa época estaban retomando un ritual de humillación mucho más antiguo: los charivari de la Edad Media, que eran ruidosos conciertos de calderones y cacerolas que las comunidades rurales usaban para atormentar a los hombres viejos que se casaban con muchachas jovencitas”.

Fureix lo conceptualiza como una “imbricación de lo folclórico con lo político, en un momento en el que el repertorio de acción moderno aún no estaba realmente configurado.”

Luego, los cacerolazos desaparecen por mucho tiempo y vuelven a surgir a finales de las década de 1950 y 1960. Específicamente, cuando la Organización del Ejército Secreto, un componente paramilitar de extrema derecha que participó en la Guerra de Argelia, los retomó.

En las “noches de las cacerolas”, seguidores de esa agrupación tomaban las calles. Hacían sonar las ollas y voceaban su consigna “Ar-ge-lia fran-ce-sa”, al ritmo de explosiones de bombas caseras que marcaban las seis sílabas. Esta algarabía era seguida por enfrentamientos con la fuerza pública y con los musulmanes, que defendían la idea de una Argelia mahometana e independiente.

Aquí entre nos…

Entre los los venezolanos, los cacerolazos se hicieron habituales con la llegada de Chávez al poder y volvieron a tomar la escena con Nicolás Maduro.

En Estados Unidos son utilizados, como ya dijimos, para hacer un reconocimiento a los trabajadores de la salud. Pero también como mecanismo de protesta contra algunas medidas de los gobiernos regionales.

Así pues, parece que los cacerolazos llegaron para quedarse y ya no importa tanto quién lo inventó, ni dónde. Lo verificable es que suenan y retumban, colectivamente, en Estados Unidos, España, Brasil, África o Venezuela.

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