Venezuela

Neveras vacías, las tristes fotografías del hambre en Venezuela

El Estímulo retrató las refrigeradoras de varias familias caraqueñas, de distintos estratos sociales y diferentes oficios. Las neveras vacías confirman que, en Venezuela, el hambre se siente en todas partes. Este trabajo de Daniel Hernández fue premiado hoy -16 de septiembre- en la categoría de Fotoperiodismo, subcategoría “Historias de información general”, en el concurso anual del Instituto Prensa y Sociedad Ipys #PremioIPYSve2021

Daniel Hernández
Publicidad

Las neveras vacías son una bofetada en el estómago. Son la radiografía del hambre de una familia, un tachón en el futuro prometedor de los niños y el tatuaje de la humillación para muchos que se esforzaron estudiando y trabajando y ahora no les alcanza ni para comer.

En un recorrido que el fotoperiodista Daniel Hernández hizo por varias casas de Caracas, ubicadas en distintas urbanizaciones de la ciudad, constató esta realidad. Las neveras vacías son una constante en Venezuela. Las personas a las que visitaba Daniel no sabían que iban a fotografiar sus frigoríficos.

neveras vacías
Todas las fotos de este reportaje son de Daniel Hernández

Dentro de ellos es muy frecuente ver botellas con agua, envases casi vacíos guardando poquitos de alimento, y una que otro tubérculo. Las proteínas son muy escasas. Esto se observa más en los congeladores, muchas veces absolutamente vacíos, o solo con hielo. Ni siquiera se ven paquetes de los productos que vienen en las cajas subsidiadas que da el gobierno y que suelen ser carbohidratos porque son pocas y no cubren las necesidades de todo el mes. O porque se revenden para poder comprar una ración de proteína.

En Venezuela, comer es un lujo. Así se concluye de los informes que, cada mes, da el Centro de Documentación y Análisis Social, Cenda, organismo que calcula el costo de una canasta de alimentación básica para una familia de cinco personas. En su último reporte, fechado el 19 de agosto de 2020, una cesta básica para 5 costaban 277 dólares, en un país donde el salario mínimo mensual no llega a 2 dólares.

La consecuencia directa de ese altísimo costo de la comida en Venezuela son las neveras vacías.

Algunas de las personas que accedieron a retratar sus frigoríficos comentaron que, hasta hace unos años, su calidad de vida era otra. No poder comer completo, como lo hacían en el pasado, no solo les afecta físicamente. Ver las neveras vacías les produce una enorme depresión, sobre todo a los padres de familia, responsables de otras personas a las que alimentar.

Una médico en San Bernardino

Neveras
Con el sueldo que recibe por trabajar en dos hospitales, María Alejandra solo puede comprar queso y huevos

En San Bernardino, una urbanización de clase media donde viven muchos profesionales, la médico otorrinolaringóloga María Alejandra González, accede a abrir la puerta de su nevera.

Adentro hay muy pocas cosas. Su salario como médico de dos hospitales públicos solo le alcanza para comprar un cartón de huevos y algo de queso blanco duro, de los más baratos en Venezuela.

A María Alejandra le llega la caja de alimentos subsidiados Clap, la que da el gobierno, pero debe repartirla con sus dos padres, de 70 y 75 años, quienes viven en Maracay (a poco más de una hora de Caracas) y no la reciben. Para más agravante, y si se compara con lo que daban hace dos años, la caja ahora es más pequeña y trae menos productos.

Una farmacéutica en Caricuao

Érika y su hijo Rodny en su casa de Caricuao

En uno de los extremos del Oeste de Caracas está Caricuao, una populosa urbanización de «bloques», como se llama a los grandes edificios construidos inicialmente como viviendas de interés social para la clase media.

Allí vive Érika Parra, madre soltera y técnico farmacéutico que se ha desempeñado en clínicas y expendios de medicina. También ha dado clases para redondearse los ingresos y ayuda a su padre en el negocio familiar, también ubicado en Caricuao.

«A veces es muy deprimente ver lo difícil que es sobrevivir aquí, pero no pierdo la fe», comenta, con voz cálida.

Para ella, su gran alegría es Rodny, su único hijo. El adolescente va muy bien en el colegio y su aspiración es ser técnico en Informática. No le exige nada y ayuda en la tienda de su abuelo.

La nevera de Érika es grande y ancha pero no guarda casi nada adentro. Lo que se ve son botellas de gaseosa recicladas y llenas con agua.

«Aquí casi no comemos proteínas, apenas una vez al día, si acaso y solo cuando mi hermano menor nos puede ayudar. Casi no podemos comprar alimentos. Imagínate que, además de esta nevera tenemos una más pequeña, que la usaban mis padres, pero la desenchufamos porque no vale la pena tenerla encendida. ¿Qué le vamos a meter?», cuestiona.

Igual que María Alejandra, Érika vive de los recuerdos. «En casa no faltaba nada. Mi papá es técnico en refrigeración y con su negocio podía darnos todo. Las neveras estaban llenas. Podíamos ir a La Guaira (la costa más cercana a Caracas) a comer pescado frito. Y si no salíamos, cocinábamos cosas deliciosas aquí. Pero desde hace unos años para acá todo se ha fracturado. Ahora tenemos que rendir la comida», cuenta.

Érika se rebusca y aprovechando el local para reparar neveras que tiene su padre (y que casi no tiene clientes) vende comida o lo que pueda durante las semanas de flexibilización de la cuarentena. «Pero la cosa está difícil. Pero, por mi hijo y mis padres, trato de no deprimirme, de hacer tripas corazón y seguir luchando por los míos», concluye.

Dos conserjes en Santa Eduvigis

Neveras vacías
Rita, mostrando su nevera

Rita Valencia y Germán Fernández son, desde hace tres años, conserjes de un edificio en la avenida Rómulo Gallegos, a la altura de Santa Eduvigis.

Ellos reciben sueldo mínimo y los bonos en bolívares que da el gobierno y que realmente no alcanzan ni para pagar un pollo entero.

Se llevan bien con los vecinos del edificio, aunque tienen bastante trabajo. A las 6 am, Rita, de 50 años, limpia todos los días los seis pisos del edificio y el ascensor. Su marido se ocupa de la jardinería y de otros servicios de mantenimiento. No se quejan de los quehaceres. Su problema es la alimentación.

Con su sueldo y los bonos, e igual que la médico María Alejandra, prefieren comprar queso y huevos porque es lo que más rinde. Y los acompañan casi siempre con lo mismo: arepa y pasta de trigo.

queso blanco
El queso blanco duro lo rayan para que rinda más

«El queso lo rallamos para que rinda más. Y sobre lo demás… pues hace años que no comemos ningún tipo de carne. Extraño comer una pasta con carne molida o una carne mechada», cuenta Rita. En la parte de su refrigeradora guardan alimentos perecederos para que protegerlos de los gorgojos y las hormigas.

Además de las neveras vacías, los venezolanos recurren a los mismos trucos para mitigar el hambre: rallar el queso, sustituir carnes por huevo, tomar bastante agua…

Dos abuelas en el José Félix Ribas

Neveras vacías
Los vecinos ayudan a Rosa Marrero para que pueda comer

Al extremo este de Caracas está Petare, el conglomerado más grande de barriadas en Venezuela. Y la más grande de esas barriadas es José Felix Ribas, que a su vez está dividida en 10 enormes sectores.

Allí, en sectores distintos pero en la misma barriada, viven Luisa Amelia Pellicer, de 74 años y Rosa Marrero, de casi 80. Sus casas están alejadas entre sí pero al abrirlas, sus neveras vacías cuentan la misma historia: No hay comida.

Rosa tiene muchos años viviendo en condición de pobreza. Ella misma confiesa que es raro cuando come completo. Los vecinos la ayudan para que no muera de hambre.

Aunque Luisa tiene más familia que la ayude, ella vive de su pensión, que equivale a menos de dos dólares al mes. Eso no le alcanza ni para las medicinas que necesita.

neveras vacías
Luisa Amelia usa su nevera de estantería para ollas, vasos y platos

Hace seis años que su nevera no sirve. No la arregla, dice, porque no tiene nada que meter allí. Así que la usa de estantería para platos, sartenes y vasos. «Ajá, mijo, suponte que la arreglo… ¿qué voy a guardar?. Estaría como la fuente de Plaza Venezuela, solo con luz y agua», comenta con humor.

Lo poco que necesita refrigerar, de vez en cuando, lo guarda en la casita de su hija Iris, que vive al lado.

«Antes vivíamos decentemente en el barrio. Desde hace varios años eso ya no es así», recuerda.

Una joven pareja en Guatire

Bárbara y julio
Bárbara y Julio reservan el pollo y las frutas para su niño. Ellos comen granos y queso

Bárbara Blanco y Julio César León viven con su niño de 4 años en Guatire, una de las ciudades dormitorio de la capital, ubicada al este de Caracas. Ambos tienen oficio. Ella es manicurista y él es mecánico. Antes de la cuarentena siempre tenían clientes pero, por la pandemia, sus ingresos se han paralizado.

Los dos intentan resolver. Bárbara atiende en sus casas a las pocas clientas que están dispuestas a arreglarse las uñas y también trata de vender lo que pueda. Antes de la pandemia también lo hacía: iba por carretera hasta Cúcuta, la ciudad fronteriza de Colombia, y compraba cosas para revender en la capital. Ahora tampoco cuenta con esa ayuda.

Cuando logran algunos ingresos y pueden comprar pollo o frutas, lo reservan para el niño.

«Nos importa mucho más su alimentación que la nuestra. En eso estamos claros. Él está creciendo y su cerebro está en desarrollo y necesita alimentarse mejor. Nosotros aguantamos con granos, huevos y queso duro», dice Bárbara.

huevos
Los huevos se han convertido en la única proteína de muchas familias venezolanas

En la nevera hay una botella de refresco pero, igual que en casa de Érika, adentro tiene agua.

La situación económica ya estaba difícil en Venezuela pero con la cuarentena y la paralización de las actividades, se agravó. Las neveras no mienten. El hambre tampoco.

Con edición de Giuliana Chiappe

(Este reportaje fue publicado inicialmente el 1 de septiembre de 2020)

Publicidad
Publicidad