Venezuela

Nuevos apuntes sobre la verdad en las redes sociales

Cada vez más las redes sociales son escenario, rizoma, verdad opinada, opinión verdadera, campo de batalla, razón y falacia, hidra guerrera y dama antañona. Cada vez más el exceso y la velocidad nos tragan y nos exigen protagonismo. Cada día somos un poco más populistas, un poco más emocionales, un poco más activistas, un poco más delicados con nuestra dignidad pero sin importar la dignidad del otro.

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FOTO: ARCHIVO | AFP

Cada vez más somos los comentaristas incólumes de la verdad de los post.

El escenario

No niego el protagonismo que han tenido las redes en la defensa y la lucha por el cuidado cívico y las libertades. Su rol es importantísimo, y lo justifico. No obstante, las redes también han arrojado su saldo oscuro sobre la vida pública de las opiniones, la verdad, el conocimiento y las ideas en general. Son los tiempos, pero también es el medio, que a su vez, termina siendo el mensaje.

Las redes digitales son un escenario, el espacio de la fama momentánea, o de la pequeña fama entre los amigos, conocidos y seguidores, o incluso del anonimato con nombre de los comentaristas. Es paradójica esta suerte de fama anónima: no soy nadie, pero soy comentarista de las redes, y mi fama es la pequeña fama que se mueve en los intersticios de los comentarios. Soy nadie pero soy, existo, y tengo mi pequeña fama en mi coto. Pero además estoy seguro, porque soy un guerrillero de la guerrilla, soy la grieta debajo de la grieta.

Ese escenario de la fama requiere por supuesto de una repotenciación del ego. O de una ultra potenciación del ego que, llevada a los extremos, puede resultar un lugar de falencias ciegas donde se detenta el conocimiento de todo y de nada, la sabiduría, la ironía, el sarcasmo, la inteligencia plena o más bien la otra inteligencia, la que se pretende crítica y absolutamente anárquica, por demás terrorista, con alto orgullo moral de quien hace uso de ella.

La inmediatez y la velocidad

Dicho escenario, sin embargo, se vuelve un lugar cerrado o dirigido con respecto al drama o la comedia o la tragedia de las actuaciones. Se trata de un escenario portátil, veloz, que depende de otros escenarios, y del escenario mayor que pretende ser la realidad. Todo pasa a la velocidad del mundo pero todo pasa también a la velocidad de las redes. Todo se vuelve inmediato, y dicha inmediatez la podemos traducir como la velocidad de respuesta para los temas del momento.

Quien más rápido salte a hablar de los temas del momento, más atención obtiene. Por supuesto, la inmediatez suele estar reñida con el reposo de la meditación y, en muchas ocasiones, con la sensatez o si lo prefiere, con la prudencia, entendida al modo de Aristóteles.

La pronta respuesta apela más bien a la marea de las emociones, en ocasiones, exacerbadas. Y no, las emociones no son execrables, de ninguna manera: pero la pasión descontrolada de las emociones en las redes, sin duda lo es. No obstante aquel descontrol está descontrolado tan sólo en un sentido: pues se limita al espacio cerrado de un flujo de opinión pública determinado por la propia red digital y los centros de poder que ella operan. Cada día, eso sí, resulta difícil saber quién determina los límites: si las redes o los centros de poder. He acá una retroalimentación morbosa de la que resulta ardua la salida.

La libertad sin coerción

O más bien la corrupción del concepto de libertad de expresión. Las redes digitales han sido vistas desde el principio como un lugar de libertades, incluso como un lugar libertario. Ideas como la de la libertad de expresión han sido llevadas a los extremos, considerando sobre todo el estado del mundo, donde las dictaduras arrecian, donde los socialismos desprecian a las minorías (en pro de una mayoría llamada «pueblo» que realmente no está a su favor), donde los radicales de la religión matan a quienes tienen credos diferentes o donde el mercantilismo trasnacional atropella individualidades sin considerar más que la transacción de los signos publicitarios y bursátiles como valor fundamental.

Si bien la libertad de expresión es necesaria e indiscutible, no lo es considerar que en nombre de la libertad de expresión se puede cometer cualquier exceso en las redes y expresar o decir lo que a cualquiera se le plazca.

Nadie siente coerción en las redes, las personas consideran que pueden decir lo que les antoje porque en las redes no hay una aparente ley que regule lo que puedes decir. No hay penalización aparente (y físico, no simple suspensión de cuenta) en las redes. De estas líneas ha de desprenderse que se entiende por posibilidad de coerción o interferencia a la aplicación justa de la ley por medio de mecanismos adecuados, correctos, cívicos.

Por supuesto, esta sensación de libertad sin control conlleva a que muchos se olviden de la responsabilidad, la prudencia e incluso de la sensatez de la razón.

En caso de objeción, se debe aclarar, sin embargo, un aspecto: si bien es cierto que en ocasiones el Estado venezolano ha demostrado su arbitrariedad de dominio sobre determinadas usuarios de la redes, no existe en general la idea de que en las redes pulule el terror del dominio o si quiera la interferencia de la ley. Se actúa más libremente y al antojo, que con prudencia o miedo a la arbitrariedad del Estado.

El rizoma de las voces y la verdad

La red es un lugar fragmentado, rizomático, colmado de escenarios. Acá la opinión más que opinión deriva en una verdad, la verdad particularizada, de golpe universal para cada uno de los escenarios del rizoma.

En dicho rizoma de las palabras, del conocimiento y de las ideas, toda opinión se vuelve verdad, porque esa fragmentación se traduce en una falta de centro donde todo lugar es un centro y por lo tanto, toda persona, sobre su escenario, es centro de sí misma. Así, su opinión es igual a todas las opiniones, y de hecho, ya su opinión no es su opinión, sino verdad.

La opinión surge en un contexto donde la verdad se encuentra centralizada por un fuente institucionalizada de autoridad, que podemos traducir, ¿por qué no?, como un poder. Por supuesto, en estos tiempos, el concepto de autoridad está cada vez más debilitado. No debe descartarse en la aparición de este fenómeno el auge del populismo como una forma de promulgación insidiosa de errados igualitarismos.

Las redes en cambio se erigen como una superficie para las múltiples voces de con autoridad (autoritarias al final del día). En la red todas las voces tienen su lugar, su escenario. Todas esas voces que otrora estuvieron marginadas por un poder centralizado que detentaba la verdad, ahora reaccionan dejando salir su propia voz: esa propia voz, sea la que sea, es su verdad.

Así, entre el rizoma de las voces, la inmediatez y la percepción de la red como escenario sin coerciones, surge la idea dominante de «mi verdad». Todos tienen la libertad de decir, todos tienen la libertad de no estar de acuerdo, de disentir, pero en el extremo de estas ideas, por demás aceptables, está la perversión del concepto de verdad.

Lector-comentarista de foco limitado

Llama la atención otro tema: el de la lectura con foco limitado. Cada vez se está leyendo sin intentar comprender lo que se dice, sino para encontrar objeciones o incluso ideas contrarias al parecer propio, que sirvan como excusa para el desborde de la oscuridad emotiva. Cuando esto ocurre, el diálogo se pierde, porque las ideas fundamentales del texto no son captadas y el lector sólo se enfoca en el detalle mínimo, en ocasiones insignificante, que le causa indignación. Peligro de la dinámica: se abandona la discusión del tema real de interés y la discusión termina en un mero y vulgar atropello que flota dentro de la pesada estratosfera del interés propio.

De este modo se vuelve imposible el intercambio, la comunicación, porque el lector-comentarista se blinda en sus ideas y se escandaliza, se horroriza y se siente herido, agraviado, pisoteado en su voz en y sus derechos. Es un justiciero, un radical, un talibán de su causa humanitaria y justa. Este tipo de lector lee sólo lo que quiere o le conviene leer. No le interesa el texto, sino más bien pareciera interesarle la persona que lo escribe (para atacarlo desde el sentimiento del ofendido) o incluso ni siquiera quien escribe, sino más bien la instrumentación del texto del otro como excusa para poner de relieve sus ideas y ser el foco de atención.

En tiempos en que las causas o los activismos están tomando visos radicales, donde los indignados furibundos reclaman fruslerías tales como que la Mujer Maravilla en el film de la Liga de la Justicia aparece con la axila depilada, hace pensar sin duda que estamos en un universo donde el protagonismo de la red ha aportado a ciertos activismos un espacio para el exceso, el agravio y la tontería más que una verdadera plataforma para la lucha de los derechos civiles.

El exceso y la verdad de los post

Así, más que hablar de postverdad prefiero hablar de la verdad de los post, porque hay mucho en este asunto aportado por el lado oscuro que subyace en estructura natural de la redes. Los tiempos corren, todo debe ser verbalizado y además protagonizado. «Durante mucho tiempo», pareciera decir el comentarista de los post, «la verdad estuvo en manos de pocos y miren qué mal están las cosas, ahora es tiempo que otros se encarguen, ahora es tiempo de mi verdad».

Quizás hacia allá nos ha llevado el ultra populismo político y mediático de la contemporaneidad: estamos en el lugar, o mejor, en los lugares de los sentimentalismos y de la exigencia radical de los derechos. El populismo olvida el deber, y en su vuelta pasional a las emociones básicas o precariamente disfrazadas de humanismo, considera a la ley un espectro mutable y ajustable a los sentimientos humanitarios. Nunca antes había resultado tan monstruosa la palabra humanismo, desentendida totalmente de los preceptos de la razón, de la lectura profunda y de la mesura.

La velocidad es el exceso, la emoción sin filtro es el exceso.

El exceso es la nueva verdad.

Y esa nueva verdad se encuentra en el rizoma infinito de las redes.

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